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*Texto publicado el 4 de octubre de 2016 en el sitio web canchageneral.com, en el marco del Día de la Música Chilena.

Me piden escribir de música chilena para este 4 de octubre y pienso en mi primer concierto: La Sonora de Tommy Rey en el Colegio María Auxiliadora de Valparaíso, año 2000 o 2001, en situación de cabezas de cartel de una quermés que reunía fondos para un viaje de estudios que nunca se hizo.

El grupo que teloneaba, me parece, era folclórico, quizás de profesores o apoderados, quienes habían invitado a la Tommy Rey apostando por un show para familias completas dispuestas a gastar dinero un viernes en Playa Ancha.

La cita era a las 21:00, el plato único (pollo con ensaladas y arroz) a las 22:00, y la cumbia, a las 23:00. A las 23 en punto subió la Sonora. Y a las 23:01, se escuchó “La Parabólica”: la primera canción de la lista. Desde mi óptica, la de un niño de 11 años, el arranque frenético supuso un suceso trascendental.

El inicio rápido y sostenido en una sola nota (característico de “La Parabólica”), lo recuerdo hasta hoy como el instante fundacional de un vínculo imprescindible con la música popular, y con una noción de arte que hasta ese momento me era inabarcable.

Frente a la estridencia de la mesa de sonido (y al discreto muro de parlantes), lo único que hice fue escuchar atento, registrar mentalmente todo y testificar impertérrito la estampida de borrachos que al acorde inaugural copó la pista de baile.

La música fue allí una fuerza incontenible, un escape y un camino. Fue, en definitiva, una primera y última reinvención: una salida optativa. Un manual de uso. O más bien, la solución del acertijo.

Aún en mi inocencia infantil pude captar cierta belleza declaratoria cuando la banda empezó el concierto sin prueba de sonido mediante, y afinando y ecualizando sobre la marcha de “La Parabólica”. ¿Qué, realmente, querían decir?

Previo a cualquier revival de cumbia chilena o chilenera o chilombiana, la Sonora hacía patria uniformada de chaquetas blancas y con la batería de éxitos de siempre: “Daniela”, “Un año más”, la parábola de “Tite” y su entierro, etc. Fue un gran concierto. La quermés pidió tres bis y desde mi mesa, rodeado de botellas vacías de Fanta, aplaudí y grité como si al frente estuvieran los Rolling Stones.

“La música chilena, cualquiera sea, siempre habla de nosotros mismos”, me dijo una escritora 10 años después de esa noche en Playa Ancha, cuando escuchábamos un blues visceral y santiaguino con alma chicana y condina. Hoy, cantándole “Gehena” a un sobrino de cinco meses, que baila y ríe con la historia de esa pareja que busca dejar atrás su basural natal para empezar de nuevo, no tengo cómo desmentirla.

Columna | "La Parabólica" (o cómo la Sonora Tommy Rey salvó una vida)
Agencia Uno