Miguel Tapia, motor y uno de los tres pilares de Los Prisioneros, recordó esta semana el momento exacto en que el trío ícono de la música chilena selló su destino. Ocurrió, de acuerdo al relato, con la llegada de su primera batería: un regalo a escondidas de parte de su hermana, quien se la obsequió bajo un propósito oculto que con el tiempo descubriría.
“Mi hermana me dijo, años después, que en realidad cuando me pasa esa batería, lo hace pensando en que me pudiera ganar la vida de alguna forma”, comentó Tapia a Radio Futuro, en una de las escasas apariciones que el sanmiguelino hizo en estos días a raíz de los 40 años del álbum debut del grupo: “La Voz de los 80”, quizás el disco más importante en la historia del rock chileno. Una efeméride fundacional que ninguno busca realmente conmemorar.
Con Jorge González enfrentado en tribunales con su exrepresentante, Alfonso Carbone (a quien acusó de crear sociedades comerciales para explotar su catálogo sin autorización), y con Claudio Narea cada vez más errático y cíclico en su revancha personal con Los Prisioneros (revisar su confusa entrevista de esta semana en La Tercera), a ninguno pareció importarle las cuatro décadas de un disco ninguneado hasta por sus propios autores, y del cual aún no conocemos su historia oficial (porque todavía no hay acuerdo en contarla).
Cuando a Tapia le preguntaron el jueves por la posibilidad de una reunión, quizás para una última fotografía juntos, siquiera, la respuesta fue concisa: “Yo siempre quise juntar a la banda; intenté una reunión (en 2019 durante el “estallido social”). Jorge y yo queríamos. Pero después de ese intento, para mí ya se me derrumba todo… Yo ya no quiero más”.
Con series de streaming, películas, reediciones, libros y fanzines que esclarecen más que iluminan, los días primigenios del grupo tienen hoy la misma nitidez de un mito urbano. González, quien alguna vez definió “La Voz de los 80” como “mi primer disco solista”, repitió suficiente que las influencias de ese entonces (The Cash, por sobre todo) en realidad no tuvieron nada que ver con el camino prisionero, y que las letras (contestatarias, disidentes, opositoras), no pueden estar más lejos del punk o la objeción de conciencia a la dictadura, porque eso en realidad lo hacían otros. Una descripción tan errónea como dañina que con los años sólo separó en tribus a sus seguidores.
A cuatro décadas de esa estrella fugaz de diez canciones (9 hits continentales y un tesro postpunk, “Eve-Evelyn”), Los Prisioneros llevaron a la práctica, y para toda Latinoamérica, una de las premisas de la tercera lección de su manifiesto: “Dividir es debilitar”. Eso en el mundo de los mortales. Porque en el de las finanzas, el mercado no iba a obviar la oportunidad de ofrecer una reedición en box set de tres vinilos por $129.000, con motivo del definitivo y patrimonial 13 de diciembre.
A la sombra (o quizás detrás de la sombra) del mítico “Corazones” (1990), el mejor disco del catálogo, todo parece conspirar contra “LVDL80”, cada año más susceptible a un acrónimo que nadie quiere nombrar.
Pero de golpe sucede el arte. Y en Iquique -Huancayo, Quito, Oaxaca, Lima, Providencia- un adolescente cansado, a pesar de los conspiradores, intenta otra vez en su guitarra el solo de “La Voz de los 80”, y la canción se vuelve a pronunciar.
Y de la nada, sin convocatoria mediante, una ola de profesores de Música va al rescate de Los Prisioneros, y son decenas, centenares, miles, los escolares que ensayan “¿Quién mató a Marilyn?” por una nota en el plan curricular. Y en los recreos, al salir soberbios y victoriosos, reparan en que las letras de hace 40 años parecen escritas ayer, y que los tres de San Miguel son, en realidad, ellos mismos.
Se forman las bandas. Se siembran las inquinas. Los escolares ensayan y ensayan y, en el trayecto, se liberan de Pinochet. Salen a la calle. Salen del colegio. Y de pronto, ya adultos, son una masa humana que en las ciudades de Chile canta al unísono una canción de Los Prisioneros. Y el grupo revive en los primeros lugares de Spotify. Y ahora es un país, un continente, el que quiere y necesita esa última fotografía que nos fue vetada: la que comprueba en un abrazo que, a pesar de las cicatrices, a pesar de las traiciones y las venganzas, todo está bien, todo está arreglado. Una imagen absurda: González, Tapia y Narea juntos a pesar de su destino.
LA VOZ DE LOS ’80 (FUSIÓN, 1984)
La Voz De Los ’80
Brigada De Negro
Latinoamérica Es Un Pueblo Al Sur De Estados Unidos
Eve-Evelyn
Sexo
¿Quién Mató A Marilyn?
Paramar
No Necesitamos Banderas
Mentalidad Televisiva
Nunca Quedas Mal Con Nadie