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Salvador Allende, en 1972, enfatizó la importancia de que los trabajadores cumplan con su labor durante las horas estipuladas, señalando que aquellos que no lo hacen están defraudando al pueblo. Estas declaraciones se dan en el contexto de la nacionalización del cobre, un hito fundamental en la historia de Chile.

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“No concibo trabajadores que estén jugando naipe a la hora de trabajo. No concibo trabajadores que estén jugando fútbol en horas de trabajo. Por lo tanto, compañeros, una obligación elemental: al que se le paga por trabajar las ocho horas debe trabajar las ocho horas, y si no, está estafando al pueblo”.

Palabras de Salvador Allende en Chuquicamata el 3 de marzo de 1972. Fuente: Libro “Chuquicamata 1970-1973. La nacionalización del cobre”. Autora: Pascale Bonnefoy Miralles (Penguin Random House).

La frase del presidente Salvador Allende fue dicha en el complejo escenario político que vivía el país y, en especial, Chuquicamata. El largo proceso para que buena parte de los frutos de las riquezas naturales del país beneficiaran, de manera justa, a Chile, había sido muy largo y costoso. En vidas humanas (por ejemplo, con La Tragedia del Humo, en 1945, con 355 víctimas fatales), económicos y políticos.

Nacionalización del cobre

Este camino tuvo un hito con la chilenización del cobre (Gobierno de Eduardo Frei, 25 de enero de 1966), y un punto cúlmine con la nacionalización del cobre (Gobierno de Salvador Allende, 11 de julio de 1971, por unanimidad en ambas cámaras del Congreso, pero con la ausencia de 42 parlamentarios de derecha).

Sin embargo, en la práctica, sectores políticos, parte de la prensa (en especial El Mercurio), dirigentes sindicales, profesionales y obreros estuvieron sistemáticamente en contra de empresas estatales administrando las mineras. Las razones fueron muy diversas, desde ideológicas, injerencias externas, politización, pérdida de estatus, entre otras. Otro factor importante fue parte de la oposición al gobierno de la Unidad Popular, financiada por Estados Unidos, que quiso ahogar económicamente al país, provocando paros, haciendo sabotajes y atentados terroristas.

Interés nacional

Detrás de la nacionalización del cobre había un claro interés nacional, que buscaba tener los recursos necesarios para abordar una serie de puntos críticos en el país. Entre ellos, una altísima mortalidad infantil, bajas expectativas de vida, altísimo déficit habitacional y nivel de analfabetismo, entre tantos más.

A lo anterior se agregaban malas condiciones para los mismos trabajadores del cobre y sus familias. Estos problemas eran tanto de seguridad, educación y habitacionales (para los mineros, no para supervisores, profesionales y directivos).

La principal riqueza del país y fuente de ingresos del Estado eran producto del cobre. Sin embargo, gran parte de los yacimientos estaba en manos de empresas privadas norteamericanas, que tomaban las decisiones estratégicas en Nueva York. Incluso el precio de venta se fijaba en Estados Unidos.

Interés colectivo

El discurso de Salvador Allende quiere poner el acento en un punto central. El cobre era, por lejos, el principal ingreso financiero del país. Era, literalmente, “el sueldo de Chile”.

En ese contexto, el gobierno buscó hacerse cargo de la administración, producción y comercialización del cobre, cosa que antes hacían mayoritariamente extranjeros. También busco mejorar las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores e involucrarlos en la gestión de las minas.

Por otro lado, tenía como objetivo aumentar los ingresos del Estado para poder financiar los ambiciosos programas sociales, como el medio litro de leche diario para los niños. Eso significaba, ganar “la batalla de la producción”, hacer las empresas más eficientes, con el agravante que las empresas norteamericanas, antes de irse, se llevaron toda la información que pudieron, y dejaron grandes cantidades de material de desecho abandonado (obstaculizando la producción).

Intereses personales

Uno de los problemas que tuvo el gobierno fue, además de los sabotajes, el hecho que gran parte de los trabajadores anteponía sus intereses individuales al interés común. Incluso a costa de este último. Por ejemplo, exigiendo aumentos de sueldo desproporcionados. O paralizando actividades por despidos absolutamente justificados.

La cita del discurso de Allende pone el acento en algo que debiera ser de sentido común. Pedirle a los trabajadores que hagan las labores como están estipuladas en sus contratos. En la época, lo que exponía Allende era habitual como muchas otras falencias. Un ejemplo de estas: dejar desordenados y sucios los lugares de trabajo, retrasando al siguiente turno.

En síntesis, Salvador Allende buscaba mejorar las condiciones de vida de los chilenos. Pero exigía que éstos cumplieran con sus obligaciones como trabajadores, porque era un requisito para lo anterior.

En sus palabras, estaba denunciando que aquellos que no hacían bien su trabajo, o trabajaban menos, estaban “estafando al pueblo”. Agregaría, además, que también estaban abusando de sus compañeros que sí hacían su trabajo, o hacían más para suplir las falencias de los primeros.

Chile de hoy

Las palabras de Salvador Allende debieran resonar con la misma fuerza y urgencia hoy. Preguntarnos, de manera directa y honesta, si estamos haciendo el trabajo por el que hemos sido contratados.

Siguiendo con las palabras de Allende, parecería conveniente que resonaran en los funcionarios públicos de estos días. Que se pregunten si están haciendo lo que dicen sus contratos, si cumplen con los horarios, si trabajan realmente las horas estipuladas y de buena manera. Si están sirviendo al país de acuerdo a sus funciones.

Cuando las personas no pueden o no quieren hacerse esas preguntas y responderlas honestamente, emergen las evaluaciones. Es evidente que, en Chile, las evaluaciones funcionarias no son adecuadas o no se están aplicando de manera adecuada. Y, cuando alguien llega a hacerlo poniendo malas evaluaciones, llegan los altos rangos, o dirigentes, a obligar a modificarlas.

En el tiempo de la Unidad Popular, algunos militantes o simpatizantes del gobierno trabajaron mucho más de lo estipulado en sus contratos para alcanzar buenos resultados. Hoy, si bien puede que hayan militantes, suelen ser los que trabajan en terreno quienes dan más de lo estipulado, tratando de suplir las deficiencias de aquellos que hacen menos, o casi nada.

Esos trabajadores y trabajadoras lo hacen por vocación, o porque ven, muchas veces en terreno, los resultados de su trabajo: los efectos directos de sus acciones. Son personas que dan más de lo estipulado y sostienen, en buena medida, el engranaje público.

Sin embargo, a pesar de “aquellos”, hay muchos otros funcionarios que no hacen el mínimo estipulado. 52 años después, pareciera que las palabras de Salvador Allende siguen completamente vigentes. Y mucho más allá de Chuquicamata.

Quienes admiran a Salvador Allende, debieran al menos tratar de cumplir con lo que pidió hace tanto tiempo tratando de llevar a cabo el sueño de tantos.

(Por supuesto, podríamos ampliar estas reflexiones a otras situaciones, como, por ejemplo, evadir impuestos, no pagar servicios públicos, o evadir el Metro, más allá de protestas puntuales).