25-12-2018 a las 17:16

Dictadura, comunista, Pinochet, Derechos Humanos.... ¡Qué bella Torre de Babel!

Por Ezio Mosciatti
Torre de Babel, www.ecuavisa.com (c)

“Por ello se la llamó Babel, porque allí confundió Yahveh la lengua de todos los habitantes de la Tierra y los dispersó por toda la superficie.”
Génesis 11:1-9

Hoy, pareciera que el lenguaje, las palabras, adquieren significados muy diferentes para personas y grupos, al punto de dificultar la comunicación. Las palabras de la diputada Camila Flores, por poner un caso reciente, son un ejemplo. Para ella pareciera que sólo son dictaduras las que son de izquierda. Como para muchas personas de izquierda sólo son dictaduras aquellas de derecha. De la misma forma, para muchas personas Carabineros son violadores de Derechos Humanos, pero al mismo tiempo les parece lícito insultarlos y escupirlos, como si no fueran personas mientras usan uniforme (que sólo son responsables de la cuota que les corresponde respecto al actuar de la institución).

En síntesis, sin un lenguaje común, es muy difícil comunicarnos, constituirnos como sociedad (o sociedades que conviven) y tener marcos comunes de valores, ética y principios.

En el relato bíblico -y otros más similares-, Dios expresa su rabia por la soberbia de los humanos (que desafían su autoridad tratando de construir una torre tan alta que llegaría hasta el cielo) condenándolos a muchas lenguas (y, así, a no entenderse) y a dispersarse por el mundo.

Hoy la soberbia humana sobrepasa con creces la mostrada en tiempos de la Torre de Babel, tanto en acumulación de riquezas y de poder como en avances tecnológicos sin medir sus efectos ni establecer claros límites éticos.

Por otro lado, y en forma posiblemente complementaria, parece que estamos en un proceso creciente de confusión de la(s) lengua(s). Ya no se trata de tener distintos idiomas que, gracias a las tecnologías, se pueden traducir en tiempo real. Tampoco es problema pasar de lenguaje escrito a oral, etc.

Un problema que se está generando hoy es que las palabras no tienen el mismo significado para todos o para grandes mayorías. Por ejemplo, la palabra Dictadura.

Hace unos días, la diputada Camila Flores (RN) hizo, en el Congreso de su partido y luego en medios de comunicación, afirmaciones como “Yo creo que no fue un dictador (Augusto Pinochet), creo que fue un presidente de Chile” que evitó “que Chile se transformara en una Cuba o en Venezuela”, “Cuando digo que me declaro agradecida del gobierno militar y que me declaro pinochetista, es porque ya me cansé de que nos cuenten la verdad de la historia a medias“ o “¿Acaso le recriminan al Partido Comunista la cantidad de muertes en el mundo? Ellos lo dicen abiertamente: ‘yo soy comunista’. Y son seguidores del Che Guevara, y usan poleras del Che Guevara, uno de los peores genocidas de la historia del mundo“.

Los saltos lógicos de la diputada son abrumadores, y no entra en el fondo: ¿Qué entiende ella por una dictadura? ¿Qué hemos consensuado como sociedad que es dictadura? ¿El que comunistas no reconozcan algunas dictaduras como tales, significa que Pinochet no haya sido un dictador?

Pinochet fue un dictador, como lo fue Hitler y Stalin, como lo es Corea del Norte, China y una larga lista que incluye a Cuba y Venezuela y que, en algunos casos, se podrá debatir porque los límites no son tan claros.

Más allá de la diputada, es grave que no haya un lenguaje común claro, que nos permita comunicarnos bien. Cuando uno trata de comunicarse, uno espera ser escuchado. Necesita ser escuchado. Para que ello suceda no sólo se necesita la predisposición y la capacidad de escucha del otro, también el que exista un lenguaje común.

Sin lenguaje común no hay posibilidad de comunicarse, y eso lleva a la confrontación, a altos niveles de violencia o de sometimiento.

Tratar de comunicarse y no lograr ser escuchado-entendido genera frustración y rabia. Eso puede desembocar en violencia y/o en comunicarse sólo con los que lo entienden, a los que manejan el mismo “lenguaje”. Es decir, remitirse a un grupo que puede derivar en una especie de secta, que da valores y significados particulares a las palabras y que luego intentará imponer al resto. Son construcciones que no son participativas ni democráticas.

Son grupos extremistas, fanáticos o sectarios. Tiende a suceder con temas y grupos religiosos (los hay posiblemente en todas las religiones) y políticos (no sólo en los que habitualmente consideramos “extremistas”).

Es lo que pasa con palabras como dictadura, comunista, fascista, homosexual, derechos humanos, y un largo etcétera.

Marco común

Por otro lado, es gravísimo que se diluya un marco común consensuado que nos contiene como sociedad que está defino por la ética, valores y principios mínimos básicos (como el no matarás, no robarás).

Lo anterior no significa que tanto el lenguaje como ese marco de referencia no puedan evolucionar, cambiar, ser dinámicos y estar “vivos”, pero ambos son pilares fundamentales de una comunidad o de varias comunidades que conviven, y debiera existir el esfuerzo permanente de ir consensuando esos cambios.

Pero si lo de la diputada parece grave o, al menos, torpe, peor es que “los mercados” simplemente sean inmunes y muchas veces contrarios a este marco. Al mercado no le interesa la democracia, los valores ni la ética. No le importa que China sea una dictadura, que Trump desprecie el medioambiente o que Bolsonaro declare que en Brasil debiera haber habido muchos más asesinatos durante la dictadura en Brasil.

Lenguaje, ética y valores comunes se enfrentan hoy a un sistema financiero que sólo reacciona ante a posibles utilidades o pérdidas a corto plazo, sin importarle nada más. Y a redes sociales que muchas veces, más que comunicar, generan una suerte de Torre de Babel, con altos niveles de rabia y frustración.

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