El director y guionista estadounidense David Robert Mitchell se reveló en 2014 como un cineasta independiente original y prometedor con It Follows. Por eso, su tercer largometraje, Under the Silver Lake (Bajo el lago Silver), que constituye además su debut en la competencia del Festival de Cannes, era muy esperado.
Y la película despega muy bien, con un Andrew Garfield impecable en el rol de Sam, tipo despreocupado que vive en un condominio con piscina en Los Angeles, California, y pasa el día fumando y observando a sus vecinas con binoculares. Una de ellas, Sarah (Riley Keough, la nieta de Elvis Presley) lo fascina especialmente. Sam no trabaja ni estudia, es un ‘slacker’, y como tiene bastante tiempo libre, logra trabar una breve amistad con Sarah y con otras chicas que la circundan.
El asunto cambia de improviso cuando Sarah desaparece de escena y nadie parece saber de ella. Sam comienza entonces una búsqueda muy especial, basado en la asociación de hechos a primera irrelevantes que parecen sugerir pistas que nadie más ve. Pistas asociadas con la cultura pop, con los anuncios publicitarios, con las películas clase B y con las canciones melosas que esconden mensajes cuando son escuchadas al revés.
Se inicia ahí un atractivo recorrido por Los Angeles, como un seguimiento al estilo detectivesco de las huellas de la realidad más cotidiana y banal, que capta bien la onda Melrose Place, del ‘laissez faire’ y el carpe diem, la manera de vivir de jóvenes que no se preocupan por nada que no sea el placer en el aquí y el ahora; hombres y mujeres hedonistas que van de fiesta en fiesta y que tienen relaciones amorosas y sexuales a la rápida y sin preguntar mucho, y que dejan la búsqueda del sentido de la vida para otro día.
Es la entrada de Sam a un mundo desconocido que él indaga siguiendo los principios de la teoría conspirativa, en la que conecta de modo enrevesado a un asesino de perros con un extraño mito sobre la Laguna Silver (lo que da el título a la película), con un mapa que viene de regalo en una caja de cereales y con antiguos códigos revelados en un manual de vagabundos.
La indagación consume cada vez más el tiempo y la mente de Sam, quien –como Alicia en el País de las Maravillas- entra definitivamente en este microuniverso de celebridad, moda colorida, placer y decadencia cuando llega a una fiesta que, como contraseña, le pide llevar una galleta que en realidad es un alucinógeno. El portero le pide que le dé un mordisco antes de ingresar y Sam se la coma toda, con la consiguiente alucinación y posterior descalabro.
David Robert Mitchell dirige bien esta primera parte de Under the Silver Lake. Le guiña el ojo a Hitchcock a través de la imitación que hace Sam de los personajes de James Stewart en Vértigo y La ventana indiscreta, convierte a la actriz del cine mudo (y primera ganadora del Óscar) Janet Gaynor en una referencia en el relato, y filma con una mirada inteligente y contemporánea siempre provista de humor, traza un recorrido muy especial por parques, cerros y calles de la ciudad.
Con los nudos de la película ya planteados, la resolución de estos se hace más dificultosa para el realizador. A su vez, las preguntas que propone el filme –siempre en la línea de la conspiración- se amplían: ¿Y si todas esas canciones que nos gustan, que bailamos y que atesoramos ligadas a emociones relevantes de nuestras vidas fueran un producto falsificado desde su origen, pensado para dominarnos y hacernos creer que vivimos una supuesta libertad que no es más que un engaño? ¿Y si la rebeldía del rock fuera solo una argucia diseñado por una mente maquiavélica que quiere tener nuestras emociones en su poder?
Estas inquietudes, amplificadas hasta el filo del desquiciamiento en la mente de Sam, hacen que en la segunda parte de sus 139 minutos la película se desmorone y se alargue. Entra también un relato un subtexto apocalíptico y amargo sobre la desolación de la vida humana en el siglo XXI, que poco aporta. Queda, sin embargo, la impresión de que David Robert Mitchell tiene una voz y que puede seguir subiendo escalones en la escena independiente del cine estadounidense.
Para la próxima vez, tendrá que acotar mejor el discurso y no tratar de sacar conclusiones sobre alguna verdad revelada.