Por Rafael Guiloff
Ahora muchos andamos por la vida con la cabeza gacha, mirando nuestra pantalla personal, concentrados en un mundo que no es el mundo que pisamos. La realidad apenas obtiene una mirada de reojo. Hemos creado una burbuja de realidad virtual que nos rodea, la cual deseamos proteger a toda costa. Preferimos enviar mensajes de texto que hablar. Nuestra voz, al teléfono, revela demasiado. Para que decir el hablar cara a cara. Preferimos escondernos tras la apariencia que nos construimos en las redes sociales. Cada vez vivimos más solos y la tecnología nos ha generado nuestra nueva zona de confort, en la cual la intimidad no debería correr riesgos.
Respecto de esta nueva soledad, la reputada sicóloga estadounidense, Sherry Turkle, publicó hace pocos años su comentado libro “Solos Conectados” (“Alone Together” – no traducido al español), en el cual, mediante abundantes entrevistas y datos de estudios, explica como los avances de la tecnología nos permiten estar cada vez más conectados y paradójicamente, más solos. Los aparatos tecnológicos que portamos no solo están cambiando lo que hacemos, están cambiando lo que somos.
Queremos estar con los otros pero también en otra parte. Ni tan cerca ni tan lejos. Nos conectamos para no sentirnos solos y prestamos poca atención a quien tenemos al frente. A la vez, al conectarnos a través de mensajes y redes sociales, controlamos mejor como queremos que nos vean. La distancia y el control que estos medios nos proveen, van construyendo un mundo en el cual entregamos a los demás solamente escogidas tajadas de nuestro ser.
En su libro, Sherry Turkle habla también de los robots. En esta soledad que hemos estado construyendo en torno nuestro, se ofrece la artificial compañía de artefactos electrónicos y electromecánicos, robots, diseñados para brindarnos la sensación que están interesados en nosotros, la sensación que reaccionan ante los estímulos que los humanos emitimos. A través de las emociones sintéticas que simulan estos dispositivos, engañamos nuestros sentidos y los engañamos tan bien que nos sentimos acompañados por esas entidades básicamente inertes.
Así, cada vez, esperamos más de la tecnología y menos de nosotros mismos. Se genera un vacío de sentimientos reales respecto de los cuales, nuestra ilusión es que sea llenado por las relaciones limitadas y prefabricadas que, en forma creciente, nos entregan las redes sociales, la realidad virtual y la robótica. Ello nos deja dispuestos a aceptar la apariencia de la emoción como suficiente para nuestras necesidades emocionales. Perdemos el cuidado por la empatía, perdemos la atención por lo real, descuidándonos entre nosotros. Aceptamos amar o ser amados por una máquina, cambiando lo que es la emoción del amor.
El estar permanentemente conectados tiende a limitar nuestras relaciones a aquellas que podemos sostener desde la palma de nuestra mano, a la vez que se desdibujan las fronteras entre la recreación y el trabajo. Con la constante conectividad aparecen nuevos tipos de ansiedades, incluyendo el pánico de perder nuestra conexión. Aparece también un nuevo estado del ser, dividido entre la pantalla que sostenemos y lo real, físico, conectados entre sí por la tecnología.
Nuestros computadores, tabletas y teléfonos inteligentes nos hacen sentir realzados y poderosos. Ahora podemos estar siempre donde queramos, en otra parte, diferente del mundo físico presente. Ocurre también que, una vez que nos distanciamos del flujo de la desordenada y confusa vida real, estamos menos dispuestos a salir a ella y arriesgarnos a los problemas que trae. De esta manera, nuestra atención es siempre parcial, siempre conectados, constantemente interrumpidos por mensajes y noticias que nos llegan del mundo virtual. Nos vemos a nosotros mismos como un todo con nuestros aparatos, estamos cada vez más acoplados a ellos; la red nos hace sentir parte de algo más grande.
Según Turkle, un efecto de esta permanente conexión, de estar siempre en la red, es hacer de la gente “objetos”, asequibles mediante toques en la pantalla. Otro efecto es que se cultiva un estilo emocional en el cual los sentimientos no se experimentan en forma completa hasta que son comunicados o compartidos. También es un efecto el que se fomentan personalidades narcisistas, frágiles, que requieren el soporte constante de la conexión y la retroalimentación. Por otra parte, se facilita el que nos comportemos como “matones” pues en la red no existe la presencia física, la cual ejerce una modulación de las expresiones. Asimismo, progresivamente, perdemos la privacidad, con lo cual los límites de nuestra intimidad se tornan más difusos. De igual manera puede decirse que las redes sociales estimulan el que todos seamos informantes y vigilantes del otro, a la vez que nos vigilamos a nosotros mismos. Por último, existe el efecto que ha aumentado la sensación de soledad de la gente pues cada vez son menos las personas con quienes podemos conversar cosas relevantes para nosotros y cada vez hay más personas que no tienen con quien conversar sus cosas personales.
La tecnología nos permite “vivir” vidas paralelas, como si estuviéramos abriendo diferentes pantallas en nuestro computador. También da la capacidad de poder hacer múltiples tareas, lo que nos hace sentir poderosos, sin percatarnos que nuestro desempeño en la multitarea, relativo
a la tarea focalizada, se degrada. De esta manera, hemos permitido que las tecnologías inspiradoras y realzadoras que hemos inventado nos disminuyan en nuestras capacidades humanas. Hay quienes manifiestan que desearían estar siempre sumergidos en la abundancia sin fondo de la red, hallándola como una tierra salvaje, con olor a vida, que se traga certidumbres y nos devuelve lo desconocido. En estas circunstancias, en las cuales la red inunda nuestro ser: ¿Cómo puede haber espacio para reflexionar?
La autora de “Solos conectados”, en el cual recorre extensamente las múltiples manifestaciones de como la tecnología ha ido erosionando nuestro ser tradicional y cambiando la forma en la cual transitamos por el mundo, nos llama a mirar de nuevo las virtudes de la soledad, de la intención y del vivir completamente el momento, con total presencia. Llama también a una nueva conciencia acerca de quienes realmente somos y que significa para nosotros la tecnología, para lo cual debemos aprender a usarla y también aprender cuando debemos abstenernos de usarla.