Por René Naranjo S., desde Cannes
El premiado actor francés Vincent Lindon interpreta al célebre escultor Augusto Rodin en esta película formal y narrativamente plana que se centra en el trabajo artístico y en la vida afectiva del autor de “El Pensador”.
La película comienza en 1880, en el taller de Rodin en París. El escultor tiene 40 años de edad, sus creaciones vienen marcadas por las controversias y acaba de recibir su primer encargo de parte del Estado. Se trata de “La Puerta del Infierno“, alambicada y grandiosa estructura inspirada en “La Divina Comedia” de Dante.
En esa misma época, una alumna joven, talentosa y bella llega a su taller. Es Camille Claudel, quien pronto se convertirá en su amante. Ambos mantendrán una relación apasionada que derivará en tormento y locura, y que ha sido llevada al cine al menos dos veces antes, en “Camille Claudel” (1988), con Isabelle Adjani y Gérard Depardieu, y “Camille Claudel 1915”, con Juliette Binoche.
En esta nueva aproximacion a la legendaria pareja de escultores, dirigida por el cineasta francés Jacques Doillon (nacido en 1944) y que compite por la Palma de Oro de Cannes, Rodin y Camille son mostrados principalmente en el trabajo artístico, de manera realista y despojada de
ornamentos, lejos de las explosiones sentimentales y los arrebatos.
“Rodin” dura dos horas y su locación principal es el espacioso taller del escultor. Apenas hay un par de escenas fuera de este lugar y, consecuentemente, de lo que más se habla en la película es de creación, arte e inspiración. El resto del metraje se habla de seducción y fidelidades, ya
que Rodin ama a Camille Claudel pero mantiene una relación estable con otra mujer.
Este es un filme bien actuando, producido y fotografiado, realizado con un tono sobrio pero excesivamente plano. El mayor conflicto del relato para Rodin no es realmente su relación con Claudel sino el rechazo que genera su gran escultura dedicada al escritor Honoré de Balzac, cuya realización se detalla pausadamente en pantalla.
Rodin quebró esquemas en la escultura francesa con sus grandes figuras de bronce y la provocativa sensualidad de los cuerpos que moldeó. Y su Balzac, figura con abdomen prominente vestida con un largo abrigo, no fue aceptado hasta muchos años después de haber sido creado, asunto del que también se hace cargo este filme en su epílogo.
“Rodin”, pese a sus cualidades estéticas, a su austeridad formal y a su rigurosa ambientación, no alcanza a generar una propuesta valiosa. Por el contrario, se desarrolla sin sorpresas ni rupturas, no devela aspectos nuevos sobre el arte o los artistas retratados (también aparecen brevemente los pintores Monet y Cézanne) ni expresa realmente las tensiones entre el famoso escultor y la sociedad parisina de fines del siglo XIX y principios del XX.
Más que una interrogación sobre los misteriosos caminos de la expresión artística, “Rodin” es un lento, inalterable y extrañamente desapasionado recorrido por la superficie de la vida y los sentimientos de un genio que contribuyó a cambiar su época.