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“Pásenme de esos antibióticos gigantes y con un poquito de agua tomo cinco o seis. Podría ganar apuestas con este talento, que es solo una consecuencia obligatoria de una costumbre lamentable”, fragmento del libro

Entrevista a Joaquín Miranda Puentes (Santiago, 1993), autor de Psicosis lúcida (Hueders, 2024).

Por Francisco Marín Naritelli

Psicosis lúcida (2024) aborda la historia de un joven, el autor, quien es ingresado en una clínica psiquiátrica con apenas quince años. En un ejercicio de recuerdo, pero también de presente, Joaquín Miranda nos devela aquel mundo de tratamientos y fármacos, de médicos y charlatanes, de progresos y muchos más retrocesos, en una trayectoria irregular que une la amistad, la ternura, los miedos y las frustraciones. Una montaña rusa donde la siquiatría no siempre implica bienestar y sanación, pero donde sus consecuencias se viven, día a día, en cuerpo y mente.

Este libro, publicado por Hueders, nos adentra en cuestionamientos y reflexiones sobre las enfermedades mentales, problematiza el poder de la psiquiatría, el lenguaje, la música, la poesía, eso que llaman normalidad, en medio del desconocimiento y el estigma todavía imperante.

Joaquín Miranda Puentes es licenciado en Letras con mención Lingüística y Literatura Hispánica de la Pontificia Universidad Católica de Chile, magíster en Lingüística de esa misma casa de estudios y magíster en Escritura Narrativa de No-Ficción de la Universidad Alberto Hurtado. En 2016 fue becario de la Fundación Neruda. Psicosis lúcida es su segundo libro.

Puede parecer obvio, pero ¿cuál fue la motivación por escribir y publicar este libro?

“No creo que sea obvio. Y si lo fuera, siempre vale la pena recordarlo (mi profesora guía del magíster de lingüística decía que lo obvio por obvio se calla y por callado se olvida). El texto nació como proyecto de tesis para el magíster de escritura narrativa de la Alberto Hurtado. Con mi profesora guía, Mireya Tabuas, fuimos dándole forma hasta el punto de que para otros (incluida ella) el libro tuvo un peso mayor y fue ahí cuando se habló de publicar.

“La idea de compartir algo tan íntimo fue y sigue siendo compleja. Sin embargo, como ferviente seguidor de Rodolfo Walsh, quien defendía la publicación de libros porque los libros actúan, decidí dar el paso con la convicción de que, en el mejor de los casos, el libro serviría a más de una persona en este mundo que esconde lo terrible bajo la alfombra. Con ese propósito en la mente, llegué a Hueders y, para fortuna mía, el libro fue bien recibido y publicado.”

-¿Cuáles fueron las dificultades que aparecieron?

“En la escritura misma, casi ninguna. Hacer el libro se dio de forma fluida, aunque entiendo hacia dónde apunta la pregunta. En el caso de conseguir mi ficha clínica, por ejemplo, sí hubo tensión, no querían dármela, pero es mi derecho como paciente; en el caso de hablar de mis padres y hermana, accedieron inmediatamente, no hubo resistencia.

“Lo más complejo vino después, con el libro publicado, porque no me gusta exponerme. Pero publiqué este libro justamente para exponer el tema, por lo que asumí, no sin ansiedad y temor, que estaría al alcance no solo de los lectores, sino también de entrevistas y cosas por el estilo. Si bien aprecio que existan estas instancias porque permiten poner el tema en la mesa, sigue siendo muy difícil para mí sentirme cómodo en ellas, pues, al fin y al cabo, se trata de revivir una experiencia terrible. Pero si quiero que se hable del tema no queda otra opción: eso es lo más complejo, la mayor dificultad.”

-Hoy no son pocos los libros que proliferan sobre la salud mental, desde la ficción y o la psicología, ¿dónde se enmarca tu libro?, ¡cuál es el aporte, lo novedoso, más allá de un relato configurado desde la subjetividad?

“No tengo idea de dónde se enmarca mi libro. Supongo que es un testimonio y una protesta al mismo tiempo. Y sí, se habla mucho desde la ficción y la psicología, pero en realidad no profundizan. La psicología y la psiquiatría tienen miles de textos, pero ni siquiera trabajan una definición de salud mental. Mi libro protesta en parte contra eso.

“Somos los psiquiatrizados los más aptos para escribir una historia de la psiquiatría, no los profesionales de la salud mental, que en muchos casos no han tenido ni una miserable crisis de pánico. Por eso para mí es importante señalar que los libros que se enuncian en la pregunta son usualmente vacíos, inútiles e ignorantes. Más vale el testimonio de una persona con esquizofrenia que cien tomos de libros de psicólogos o psiquiatras sobre esquizofrenia.

“Respecto del aporte, creo que tiene que ver con mostrar desde la otra vereda, la de los marginados, cómo es por dentro este asunto de vivir una internación forzosa, y hacerlo no solo con palabras, sino también con imágenes, frases de otros, fragmentos de la ficha clínica, información farmacológica.

“Como dice Weichafe: “la historia se escribe en la calle con gente de verdad”. A algo así apunta el libro: que no nos vengan a dar charlas los psiquiatras con sus papas en la boca y conocimiento de enciclopedia, sin calle alguna, sino plantear la posibilidad de unir fuerzas con los otros, los sujetos liminares, los que se han suicidado porque no tuvieron un hueco en la sociedad, los que echan de la casa, los que son tratados como objetos por la sociedad y los profesionales de la salud mental. Quisiera que por ahí fuera el aporte, a un cambio de enfoque.”

Portada de Psicosis lúcida, de Joaquín Miranda Puentes, Hueders

-Más allá los discursos buenistas en la esfera pública, lo políticamente correcto, digamos, persisten prejuicios y estereotipos, sobre todo con enfermedades como la esquizofrenia, ¿cómo ha sido para ti, en tu experiencia? ¿Hemos avanzado? ¿O sigue siendo un tabú?

“Lo políticamente correcto es una tontera. ¿De verdad creen que a una persona pobre le importa que le digan “persona en situación de calle”? Esa persona solo quiere comer, saciar sus necesidades básicas. Creo que lo políticamente correcto cayó en un abismo irreflexivo y superficial sobre cómo se supone que debieran ser las cosas según gente que ha tenido el privilegio de no vivir nada terrible.

“Por ejemplo, soy autista y detesto que ahora se nos diga que tenemos “condición de espectro autista”, como si hiciera una diferencia en mi vida y en la de los demás autistas. Los verdaderos cambios vienen con actos y no con esas palabras que solo hacen sentir mejor al hablante que las produce.

“Personalmente, soy pesimista. No he visto cambios y no creo que los vea. El machismo durará para siempre, igual que la homofobia, la pedofilia y la cosificación de quienes padecemos algo que los “expertos” llaman enfermedades mentales. Algunos temas son más tabú que otros, pero todos son delicados.

“Ahora bien, decir si hemos avanzado o no depende desde el lugar en el que uno responda esta pregunta. Desde la esfera política no hay avance, pero no solo en salud mental, sino que en prácticamente nada. Mientras los políticos solamente se enfoquen en negar al opositor en lugar de unir fuerzas con personas que piensan distinto y fomentar el diálogo, no se avanzará en nada.

“Por otro lado, hay instituciones como Corfapes que muestran que sí se pueden hacer cosas al respecto: eliminar el tabú, tratar a las personas como personas (que, aunque suene obvio, no suele pasar). Lamentablemente, Corfapes hay uno solo, y eso molesta en una sociedad que se llena la boca con la palabra “inclusión” porque pareciera ser que la inclusión no es para todos.

“En fin, y para no extenderme: no creo que hayamos avanzado, ni creo que avancemos; sí sigue siendo un tabú y quizá eso cambie, pero falta mucho tiempo y educación ciudadana para que eso pase. Creo que lo más realista es asumir que, aunque se publiquen libros como el mío u otros (como los de Amanda Marton y Constanza Opazo), nada va a cambiar. Tener expectativas es ilusorio y frustrante.”

Volvamos a las definiciones, ¿qué entendemos por la psicosis lúcida? ¿y cómo ese diagnóstico puede afectar a un joven quinceañero?

“Con el tiempo aprendí que el diagnóstico de psicosis lúcida se da cuando los psiquiatras no tienen idea de qué pasa con el paciente. Como en la psiquiatría se da un juego de poder en el que ellos tratan asimétricamente a los pacientes, deben mantener el control y no soportan no tener razón. Es por eso que en vez de asumir humildemente que no saben qué pasa con una persona, le ponen una etiqueta, la que sea, con tal de demostrar que son ellos los que mandan y los que nos categorizan.

“Psicosis lúcida es un diagnóstico que responde a eso, es el comodín psiquiátrico. Si fueran sensatos, diagnosticarían simplemente con psicosis al paciente, pero si el paciente no parece psicótico quedan sin mucho apoyo para sus diagnósticos, de ahí lo lúcido.

“A mí no me afectó el diagnóstico porque lo supe recién cuando fui a buscar la ficha clínica el 2022. Lo que me afectó en esa época fue el maltrato dentro y fuera de la clínica, ser tachado de inútil, objeto, fracaso. Cuando uno es internado, al menos en esa época, te tratan como si fueras una falla, una piedra en el zapato, te humillan y denigran. Eso es lo más difícil, no el diagnóstico.

“Además, cuando uno sale de la internación, la sociedad se moldea de tal modo que se transforma en una extensión de la clínica, uno es el raro, el loco, el fracasado, el tontito. Lidiar a los 15 años con eso es sumamente difícil, razón por la que puedo entender y justificar una inmensa cantidad de suicidios adolescentes que tienen relación con eso: nos marginan de la sociedad con una violencia insoportable.”

-Los epígrafes que se eligen muchas veces declaran algo del libro que para el autor es significativo o revelador, ¿qué significa para ti la frase del escritor Rafael Rubio: “las ganas que yo tengo de vivir son como para hacer llorar a Dios”?

“Con el Rafa tenemos una buena relación. He aprendido un montón de él y creo que es recíproco. Habemos personas que cargamos con la marca del paria en la frente, lo que nos priva de una vida normal. Dios llora por nosotros porque no somos capaces de vivir, de tener momentos de felicidad como la mayor parte de la gente. Interactuar es un trabajo para nosotros.

“Queremos vivir, pero no podemos porque estamos dañados. Y ese daño no es algo con lo que nacimos, sino que es algo que nos hicieron (lo que digo en la respuesta anterior). Por eso el epígrafe: podríamos haber tenido una vida normal, pero nos obligaron a golpes a no disfrutar de la vida, de ver en el suicidio una opción, de no poder soportar la indiferencia y violencia de los demás. Y eso hace llorar a dios y a todos los dioses que el ser humano ha inventado.”

-La psiquiatría se inserta, si seguimos a Foucault, en un saber médico que se constituye en un régimen de verdad. Bien sabida es su ausencia de humanidad, ¿eso ha cambiado? ¿Cómo ese régimen afecta a los cuerpos, la identidad y la autonomía?

“Primero habría que definir “humanidad”. Sinceramente, no tengo idea de qué significa. No hemos dejado de tener instintos animales y nos jactamos de tener humanidad. Por alguna razón se asocia a algo positivo (tener un “trato humano”, por ejemplo), pero para mí la humanidad es inherentemente perversa, egoísta, individualista, entre otros rasgos. Quizá diría que los psiquiatras son excesivamente humanos por su tendencia a preocuparse por sí mismos y olvidarse del resto. De todos modos, entiendo la pregunta. Y no, no ha cambiado.

“Pero ojo: no hay que generalizar, no se puede afirmar que el 100% de los psiquiatras sean iguales porque no solo es irresponsable, sino también superficial. La mayoría de ellos, sin embargo, solo recetan y cobran y no ven (o no quieren ver) la historia detrás que provoca los síntomas que los fármacos atacan.

“Pero no culpemos solo a los psiquiatras: somos nosotros los que les dimos ese estatuto de semidioses. Que la sociedad les crea todo no es culpa de los psiquiatras, sino un fenómeno social más complejo que merece mayor perspectiva. Nos dejamos maltratar, no cuestionamos los fármacos que nos dan ni las razones por las que nos los dan, permitimos que nos cobren un ojo de la cara, etc. Eso tiene más relación con la falta de reflexión y el exceso de idiotez, que permea nuestra sociedad, más que con la mala disposición de los psiquiatras.

“No son los psiquiatras los que nos destruyen los cuerpos, las identidades y las autonomías, aunque son parte importante de aquello, sino todo lo que permite que eso ocurra, que no es sino el modelo que entre todos hemos construido. En la clínica, por ejemplo, sí me quitaron el cuerpo, la identidad y la autonomía, pero eso aumentó cuando salí de ella. Fijarse solamente en los psiquiatras es un error. ¿Tienen mucho que cambiar? Sí, pero la sociedad que habitamos también. Mientras no ocurra un cambio en ésta, menos ocurrirá en la psiquiatría.”

-Cuéntame de la decisión de incorporar dibujos, la ficha clínica, recetas y bibliografía médica.

“Es una decisión compartida. Mi profesora guía, Mireya Tabuas, tiene gran parte del mérito. Cuando veo el libro hoy, creo que esas incorporaciones aportan de distintas maneras, cada una a su modo, a vivenciar el libro a través de medios diversos. Hay mezcla de querer informar con querer denunciar, querer mostrar. Son otro tipo de estímulo que hace de la lectura un fenómeno más complejo y completo.

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-En el texto escrito por Amanda Marton, publicado en El Mostrador, ella se cuestiona lo siguiente: “Me pregunto cuán sanadoras pueden ser las palabras”. ¿Qué opinas al respecto? ¿Crees que la corriente de narración puede ser tan excesiva que termina siendo contraproducente? ¿A diferencia de lo que plantea Byung-Chul Han? ¿Hay un punto final o no? O sea, ¿crees que hay ciertas experiencias que no deben ser contadas? ¿O todo debe ser contado?

“Tengo mis conflictos con Han, que despotrica contra la sociedad del cansancio que produce y produce, pero este mismo tipo produce como energúmeno, publica varios libros por año, todos iguales entre sí, salvo un par. Por esto me saltaré la parte de Han.

No sé si las palabras sanan. Simplemente salen porque no pueden no salir. No escribo para sanar, ni para sentirme mejor, ni para canalizar mis traumas. Me parece una postura hippie (y odio a los hippies) y simplista. La escritura es un oficio que requiere tanto tiempo como el que se requiere para ser luthier, carpintero u orfebre. Y no, no hay punto final jamás. La escritura es querer decir, sea lo que sea, una necesidad imperiosa de hablar de algo que para uno es importante. Pero detrás de eso hay técnica, lecturas, estudio. Escribir es un trabajo, no una terapia.

“Sobre lo que se debe contar y lo que no, me es indiferente. Escribiré lo que quiero escribir y otros harán lo mismo. Y no todo está en los libros o en los relatos. No necesito leer que a las mujeres les pegan, porque es algo que veo cada vez que me subo a la micro, por ejemplo: nadie lo contó, pero lo vi. La experiencia narra, no siempre con palabras. Además, ¿qué es eso de “todo debe ser contado”? Si hubiese algo que pudiéramos considerar un “todo”, y si tuviéramos acceso a él, no tendría sentido la escritura, pues ya conoceríamos el todo.

“El valor de la escritura no reside en lo cuantitativo, sino en lo cualitativo: un libro puede valer por mil. Sobre qué es lo que se dice o no, dependerá de las exigencias que cada uno se ponga por delante, pero la palabra deber no aplica porque implica que uno está obligado a hacer algo. Y la escritura no obedece a nadie sino a sí misma. Supongo que puedo decir, para rematar la pregunta, que la escritura no sana, que Han es hipócrita, que no hay punto final en nada, que la escritura misma dicta qué quiere mostrar y qué no, pero que en ningún caso hay un deber contar sino un querer decir, y ese querer, aunque sea muy fuerte, siempre será voluntario.”