Con los musicales no hay medias tintas: o el espectador aborda aquel barco incierto hasta que la marea se haga imperceptible, o bien observa el espectáculo desde el muelle hasta que la nave se difumine en el mar. En “Joker: Folie à Deux”, acaso la secuela cinematográfica más esperada del año, este principio es fundamental.
La segunda parte de “Guasón”, que arriba a cines chilenos este jueves 3 de octubre a exactos cinco años de su éxito de taquilla planetario y controversial (fue acusada tanto en América como en Asia de promover la violencia), es antes que todo una película de canciones, aunque estas no abunden en sus 2 horas y 28 minutos y el halo festivo y colorido del género se vuelva a veces tétrico y asfixiante.
Si en el primer filme el pulso dramático se sostenía en la actuación de Joaquin Phoenix, que incluso fue premiado con un Oscar al Mejor Actor por su versión de Arthur Fletcher, aquí el cómico asesino cuenta con una estrella de soporte que brilla por sí misma: Lady Gaga, quien a ratos se roba la historia para devolverla dos escalas más abajo o 100 escalas más arriba, como si fuera un dueto.
La trama arranca algunos meses después de los sucesos narrados en la primera entrega, con el Guasón ya tras las rejas a la espera del juicio. El fiscal a cargo del caso es un jovensísimo Harvey Dent (Harry Lawtey), nombre escalofriante del universo creativo de Batman y acaso la primera gran sorpresa para los lectores de historietas.
De fondo, en Ciudad Gótica, corren los años setenta, y el sistema judicial estadounidense debe acudir a los juicios televisados para financiarse. El negocio es redondo: el Joker, quien se ha convertido en un ícono pop de la insurgencia contra el status quo, moviliza simpatía y centenares de adherentes en las calles, pese a haber ajusticiado en vivo y en directo a uno de los conductores de TV más famosos del país.
En un giro metafísico y brillante de “Joker: Folie à Deux”, es tanta la popularidad del Guasón que este se entera en la cárcel que una película sobre su vida se ha vuelto un hit en Ciudad Gótica (¿Semejanzas con la realidad? Muchas), que divide al público y envalentona a sus adherentes que exigen su libertad.
Tras las rejas, y como si esto fuera imposible, Arthur Fletcher está lejos de lucir como el villano crepuscular de los últimos pasajes de la precuela. Con ayuda de última y vieja tecnología, con filtros de postproducción y la vieja receta del método Stanislavski, el otrora payaso está absolutamente devastado y demacrado, esperando su final, sin ánimo siquiera para unas últimas bromas.
La estrategia de su abogada, Maryanne Stewart (Catherine Keener), es demostrar frente al estrado que el autor de los homicidios que le imputan no fue Fletcher sino el Joker; algo así como un alter ego construido dentro de sí para lidiar con los abusos sexuales y emocionales de su infancia, que penan, continúan y se actualizan en su encierro.
Con la premisa de que “la música puede ayudar a sanar” (pedimos perdón por el “cringe”), el Guasón es llevado a un coro presidiario donde conoce a Lee Quinzel (Lady Gaga), otra residente del lugar, quien le declara su admiración desde el primer encuentro. El antihéroe, entonces, se enamora, y bajo el influjo de canciones troncales del reportorio estadounidense (como “Close to You” de The Carpenters, por ejemplo), y de la mano de sus característicos bailes en slow motion (marca registrada de Phoenix), este se reconstruye de nuevo, tal como lo recordábamos.
Escenas de auténtico musical (filmadas en estudio con Gaga y Phoenix como únicos protagonistas), son aquí las fugas oníricas de Fletcher y Quinzel, con la potencial Harley Queen como motor instigador mientras se desarrolla el juicio al Joker, el verdadero tren argumental de esta película.
En el banquillo de testigos, vemos desfilar a buena parte de los personajes de la primera entrega -como la vecina Sophie Dumond (Zazie Beetz)-, quienes a medida que avanza la historia van desmintiendo en cámara ciertas conclusiones apresuradas de la producción de 2019.
A ratos, tal como con el detalle de la ficticia película sobre Fletcher, el espectador pareciera estar en un “detrás de escena” de la taquillera “Joker”, o incluso en una suerte de documental sobre la misma. El desdoble, aquí, es una constante: si las canciones son las fugas de sus protagonistas hacia un ultraterreno donde los enamorados son dueños del mundo, los pasajes del juicio contrastan como un duro golpe de realidad, donde el desplante y las decisiones del Joker a más de alguno contrariarán y a otros derechamente escandalizarán. La joya animada del inicio desde luego merece artículo aparte. Pera esa es otra historia (¿O la misma?).
“Joker: Folie à Deux”: Una historia de redención
Cuesta encontrar ejercicios parecidos: casos en que una historia opte por una contracara musical como epílogo a una saga oscura y violenta, quizás ultra violenta, para encontrar en este tono una redención. Porque “Joker: Folie à Deux”, sin lugar a dudas, es una historia de redención.
Si en 2019 una parte de la crítica rechazó la idea de un filme sufriente y psicopático, a veces en extremo lacerante con un protagonista sin señales de “empatía” (revisar las reseñas de entonces), esta vez el director Todd Phillips le da una oportunidad al raquítico Arthur Fletcher de resarcirse de sí mismo, en un giro controversial que, de seguro, a los fans duros del Joker va a espantar, pero que sin embargo destaca como una de las virtudes del metraje.
Phillips, en otro vuelco sin parangón en la historia cinéfila del personaje, otorga a Fletcher una genuina condición humana, que si bien no está del todo resuelta (es quizás el corazón de la historia), sí es un gatillante clave para los sucesos de los últimos minutos.
El director, quien ha asegurado que ahora sí que sí cierra su “etapa Joker” (fue él quien hace cinco años afirmó que no habría una segunda parte, así que nos reservamos las dudas), tomó decisiones artísticas valientes que por estas horas dividen a los seguidores del villano de historietas más popular del mundo, quien tal como en la ficción, cuenta con una pléyade tan irracional como devota (y a quienes, sin embargo, esta película también abraza).
En ningún caso “Joker: Folie à Deux” es una perdida de tiempo, ni un bodrio ni un chiste de mal gusto, ni tampoco un sin sentido como afirmó más de algún reseñista afiebrado tras el estreno en el Festival de Venecia (otros varios la alabaron, aunque ese también es un extremo).
A la larga, y tal como exigen los musicales, esta película es preferible verla a bordo, sin demasiada información (hemos omitido sucesos claves), aunque el viaje maree e incluso cause náuseas. De eso se trata.