El libro conduce, divaga, incorpora personajes, historias, anécdotas, observaciones y pensamientos para leer de corrido. O lentamente, haciéndolo durar varios días. Porque, en el trasfondo de El año en que hablamos con el mar, hay sabidurías (populares), una capacidad de observar, escuchar y contar envidiables.
Andrés Montero (Tony Ninguno, Taguada, Por qué contar cuentos en el siglo XXI, La muerte viene estilando) tiene buena pluma. Escribe como si nos estuviera hablando, contando una historia, un secreto, algo íntimo (sin meternos en sus traumas ni en sus sábanas) que pasa por su corazón. Y lo hace en primera persona o en voces colectivas, que a veces incluyen a unos y otras a los demás. Un dinamismo donde destaca individualidades y sentidos de comunidad.
“Pero no le pedimos que siguiera contando, porque uno tiene que saber cuándo mostrar interés y cuándo hacerse el huevón.” (p 56)
Montero, ésto, lo tiene muy claro. Sabe cuándo seguir y cuándo parar.
El año en que hablamos con el mar
Una isla perdida frente a las costas de Chile. Tanto que no aparece en los mapas. Enton-ces, no existe. Hace mucho tiempo, un minero hizo pacto con el diablo (tema que no es nuevo en Andrés Montero: Taguada, La muerte viene estilando…) y, con las riquezas obtenidas con el pacto, se va a vivir a la isla. Quiere escapar del Diablo, de los compromisos que asumió al venderle su alma.
Instalado en la isla, con una esposa muy joven, vive apacible. Vendrán muchos hijos. Ninguno, salvo uno, tendrán hijos. Entonces llegan los nietos y, con ellos, una historia de mar y de tierra, de viajero y de campesino. Y de aire…
El año en que hablamos con el mar empieza cuando uno de esos nietos -el protagonista- llega a la isla después de cincuenta años de ausencia. A los pocos días, se enteran que, en el mundo (real), hay una pandemia.
Entonces, todavía más aislados, con el tiempo (aún más) suspendido, parece que no hay más alternativas que el de los reencuentros. De contarse lo que ha pasado en esos años, sacar viejas historias y rencores, recuperar o replantear relaciones.
El año en que hablamos con el mar es un largo y entretenido relato sobre las decisiones que tomamos -o dejamos de tomar- en la vida. Un relato realizado con maestría y con una mirada cariñosa, que busca los lados luminosos, sin juicios. Uno que nos lleva por la historia de los Garcés. Una historia que reencanta con la vida. Con grandes aventuras como con las pequeñas vivencias, encuentros, observaciones.
Observar para contar
“Yo no había fracasado en nada más. Eso equivalía a decir que no había siquiera intentado nada más. Pero para entonces, ya enfermo y sintiendo el peso de los años, sentía que em-pezaba a fracasar como periodista. No porque no me dieran buenos reportajes, sino porque los escribía rápido, sin alma, tan distante de lo que hacía los primeros tiempos. (sic). Las revistas dejaban de imprimirse. En internet la gente quería leer breve y al callo. Cuando me tocaba viajar tenía apenas dos días para enterarme de un mundo entero. No alcanzaba a ver nada, pero de todas formas escribía, entregaba en el plazo, recibía mi cheque.” (p184)
En esta frase, dicha por el protagonista, se sintetiza, en parte, el libro: la búsqueda constante del buen relato, de pulirlo y seguir puliéndolo, por un lado. Y, por otro, el atreverse a probar, a aventurarse, a fracasar. A buscar.
“-Pregúntate de dónde viene tu pena…” (p 159)
Cambio y esperanza
Dividida en cuatro partes, en las cuatro estaciones, partiendo por el verano para terminar en la primavera, El año en que hablamos con el mar es, en estos tiempos de desesperanzas y violencias, un canto a la vida. A vidas sencillas, dispuestas a abrirse, cambiar y volver a empezar.
“-Creo que es la posibilidad de elegir. La gente que de verdad tiene rabia es la que nunca ha podido tomar decisiones. La que se ve de pronto siguiendo una vida que no eligió. No hay nada más frustrante que eso. Con mis penurias, yo sí he podido elegir, al menos en ciertos momentos de mi vida.” (p. 158)
Así, se van filtrando reflexiones, pequeñas observaciones que resuenan. Que quedan agazapadas para meditar, para poner en contexto, para poner a prueba en casos concretos.
“Hubo un tiempo en que me importaban las palabras. Después ya no.” (p. 185)
A Andrés Montero, contrariamente a lo que dice el protagonista, le importan las palabras, las historias y, en especial, la humanidad de cada personaje.
Un libro emocionante, entrañable. De esos que se atesoran en la biblioteca personal.
El año en que hablamos con el mar
Andrés Montero
La Pollera Ediciones
Abril de 2024