Este jueves, con “The First Slam Dunk”, la fanaticada del célebre equipo de básquetbol de Shohoku saldará una deuda de casi 30 años.
Por primera vez podrán ver en pantalla, y en formato película, los sucesos posteriores a la historia que mostró el animé a mediados de los noventa, y que estuvo por décadas relegada al manga y a un sinfín de mitos urbanos alrededor de la obra.
Tras su debut en Japón en 2022, el filme arriba por fin a la cartelera local como uno de los estrenos más esperados del año, pero también como un hito cultural para los seguidores de las historietas japonesas y el cine a secas.
Tomando en cuenta todos estos antecedentes, el debut cinematográfico de Takehiko Inoue (autor de Slam Dunk y director y guionista de la película) se eleva a la altura de las circunstancias y anota clavadas en todas las expectativas que lo rodean. Y desde el primer segundo.
Con uno de los inicios más emotivos, sobrios y adrenalínicos (al mismo tiempo) que este redactor recuerde en la cinematografía animada, el filme deja en claro una premisa: “The First Slam Dunk” es una auténtica adaptación de autor, artística y visceral, que deja en relieve las capas que hicieron del manga de 1990 un objeto de culto para las generaciones venideras.
Tal como adelanta el afiche, esta vez la historia no gira en torno a Hanamichi Sakuragi, el héroe pelirrojo de la camiseta 10, sino alrededor del descreído Ryota Miyagi, el 7, el “base” y la sangre fría de Shohoku cuando el equipo ataca y el cronómetro va en contra.
En el afiche oficial, y en el esquema ante el complejo equipo de la escuela preparatoria Sannoh Kogyo (campeones vigentes), Miyagi se deja ver con el mentón en alto, doble muñequera izquierda (ahora no sólo blanca) y una mueca desafiante y sardónica. Motivos no le faltan: el equipo enfrenta las instancias decisivas del Torneo Nacional Interescolar, sueño que persiguió por años y por donde confluyen sus más profundos miedos, inseguridades y penas. Pero sobre todo los recuerdos.
El corazón de “The First Slam Dunk” es en realidad el corazón en pedazos de Ryota, y de una historia familiar que lo destruyó y lo construyó sobre el parquet. Y todo gracias a su hermano mayor: Sota, un prodigio del básket escolar que de niño le enseñó a amar las fintas, las canastas, la marca y el incomprendido espectáculo de la arrogancia. Un día, sin embargo, Sota desaparece en el mar para dejar atrás una estela de esquirlas y lágrimas, e incluso a Ryota y su madre en los años más duros de una reinvención forzada.
Pero no todo (siempre) es nostalgia. Y los que vieron el animé en “El club de los tigritos -o en el cable, en YouTube o en torrents-, saben que “Slam Dunk” es también humor y burla, infantilismo y adolescencia, en especial cuando el incorregible Hanamishi Sakuragui caza rebotes en el aire y en pantalla grande. Todo eso, de antemano, está en la película (incluidas las faltas de respeto al profesor Anzai).
Las dos horas y cuatro minutos de largometraje (tres partidos de NBA en nomenclatura canastera) son un ir y venir de flashbacks que van completando un puzzle unitario, que utiliza el sustrato del animé como un iceberg del que a penas vemos su punta en flecha, pero que esconde un gigantesco témpano submarino que sostiene la postal.
El principal triunfo de Shohoku en el repetitivo negocio cinematográfico de la nostalgia (Marvel, DC, Star Wars, Indiana Jones, inserte aquí la franquicia que menos le ofenda) es la lealtad férrea a uno de los principios de su canon: el respeto a la épica adolescente, no entendida como un juego de vida o muerte sino como un rito de constante formación, donde los triunfos esconden fracasos y las victorias son más bien personales que a gimnasio lleno.
En ese sentido, el quinteto de Sakuragui, Rukawa, Ryota, Akagi y Mitsui no cambia de estrategia y juega igual ante cualquier contrincante, dejando incluso más de la cuenta. Un imperdible.