Por Carlos Salazar
Rodeado de un aura social y cultural de reflexión sobre el último siglo de historia, el director teatral y dramaturgo, Ramón Griffero, se suma a la conversación pensando la dictadura de Pinochet como un trance que persigue aún a la escena estética chilena.
El gobierno militar se impuso en Chile como una cultura de mercado en línea con la llegada del neoliberalismo que empleaba desde las teleseries al Festival de Viña para distraer de la imagen de brutalidad que plagaba al régimen en otros frentes, cree. Esta producción de arte acrítico y mercantilizado que promueve una fachada aceptable fue heredada por las nuevas generaciones y se mantiene vigente hasta el día de hoy, agrega.
“Algo que se menciona poco es que la cultura fue un gran sustento para la dictadura. Cuando volví en la década de 1980 los teatros funcionaban, el cine Normandie y la Feria del Libro estaban abiertos, las galerías montaban exposiciones y la televisión tenía sus teleseries con actores y actrices que hablaban sobre las dificultades de representar sus papeles.
“Se proyectaba una sensación de normalidad pero esa cultura funcionaba bajo la condición de no denunciar lo que estaba pasando. Hubo un apagón cultural, pero para los que pensábamos distinto”, describió el Premio Nacional de Artes de la Representación y Audiovisuales 2019.
“Lo paradójico es que todo parecía muy limpio porque nadie defendía abiertamente al régimen, como suele pasar en los gobiernos autoritarios. En el realismo socialista bajo Stalin y con (la documentalista) Leni Riefenstahl bajo Hitler la cultura giraba en torno a hacerle publicidad y rendir alabanzas al dictador de turno, pero eso no ocurrió aquí.
“Al mismo tiempo que aparece el neoliberalismo económico surge el neoliberalismo cultural, donde la cultura hace un ejercicio de blanqueo. Ese es el momento de los primeros estelares, donde Julio Iglesias y otros artistas de moda venían a presentarse. Ahí nace la farándula como la conocemos hoy”, plantea.
Resistir y existir
El dramaturgo y director teatral reconocido por obras como “Historias de un Galpón Abandonado” o “Cinema Utoppia” es uno de los más destacados exponentes del teatro chileno contemporáneo. Considerado como una de las figuras emblemáticas de la disciplina durante la década de los ochenta, sus primeros montajes se asocian a la resistencia cultural y política a la dictadura militar.
Con la perspectiva de los años, cree el experimento económico neoliberal llevado adelante en Chile fue el momento fundacional para la tendencia que reemplazó lo crítico e intelectual por el personaje, donde se recurre a cualquier estrategia para captar audiencia y clientes.
“Al llegar me topo con un país gris, en toque de queda, pero con topless y discotecas para gays y lesbianas, donde las vedettes aparecían en la Teletón, porque el mercado del sexo también forma parte del neoliberalismo. En ese momento era muy temprano para entenderlo, pero fue una política cultural que se extendió globalmente, lo que nos llevó a que hoy estamos llenos de obras de teatro que forman parte de un arte que nace del lucro y no del alma, lo que refleja una sociedad donde el lucro es tu meta”, opinó.
Frente a esta estructura surgieron de manera subterránea formas de expresión que apuntaban a la denuncia y la resistencia. Estas atrajeron a una minoría que se encontraba atomizada y le ofrecieron espacios para concentrarse como el emblemático galpón bautizado como El Trolley, donde Griffero fundó la “Compañía de teatro fin de siglo” y además de obras teatrales se ofrecían performances de vanguardia y recitales de agrupaciones emergentes como Los Prisioneros, Electrodomésticos y Fiskales Ad Hok. Pese a que esos trabajos han sido encasillados dentro de la contracultura, él considera que esta definición no se ajusta necesariamente a la propuesta que los impulsaba.
“Uno nunca quiere marginarse deliberadamente, si a mí me pasan el Teatro Municipal para hacer una obra yo sería feliz. Nosotros no considerábamos que lo que hacíamos era contracultura, sino que nos veíamos como parte de una cultura que estaba sobreviviendo. No estábamos contra la otra cultura, nos interesaba crear nuestro propio espacio. Queríamos resistir y existir y si nos vestíamos de negro no era por moda new wave, sino porque estábamos de luto.
“En 1985 escribí el ‘Manifiesto como en los viejos tiempos – para un teatro autónomo’ donde planteé: ‘Autónomos porque no tenemos nada y nada nos dieron. Autónomos porque auto-generamos y nos auto-conducimos’. La fuerza de esa autonomía hoy está sumisa para ganarse un FONDART y perdió el coraje para declarar: soy autónomo”, explicó durante el conversatorio “Arte y resistencia bajo la dictadura militar” organizado por la carrera de Diseño en Artes Escénicas de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.