Hay escritores que buscan algo más allá que explicar la existencia. El Aleph de Borges, por ejemplo. Otros simplemente la viven, disfrutan y escriben. Purranque, por ejemplo. Así da gusto sentarse a leer y sentirse identificado.


Por Marcel Socías Montofré

Más que un libro, Purranque es una experiencia. Hermosa por simple. Página por página y con profunda humanidad.

Con calma fluyen relatos y aroma a Sur de Chile. Hasta huele a lluvia, a crepitar de chimenea, la nostalgia abrigada con lana, el provinciano en Santiago y ese Chile que también se reencuentra y acorta distancia con sus raíces nativas.

Con su gente y su tierra. La gente de la tierra. Como en Oromo-Forrahue, una pequeña localidad cercana a Purranque, donde se instala la voz narrativa, allá donde las lluvias del sur a veces inundan ríos y otras veces traen recuerdos.

Amabilidad

Por eso se elogia esa memoria amablemente escrita por Oyarzo. Porque se siente y se lee sincera. Ese gesto de rescatar al tío Ocho Mil, a la novia no vidente que lo acompaña en bicicleta tándem al Mercado Central, al panadero profesor de Mapudungun, los partidos de fútbol junto al río y un mundo que en prosa o cuento breve suena a poesía, como el gran poeta de los Lares, Jorge Teillier.

Esa misma capacidad de integrarse a la vida, más que tratar de explicarla, es la que se aprecia en la escritura de Cristian Oyarzo.

Empatía

Por ejemplo, en la página 132:

“Haeger miente. Pero como tengo tejado de vidrio tratándose de mentiras, no seré yo el que le aforre el primer piedrazo”.

Una frase como muchas otras en el libro. Pero uniéndolas dan cuenta del personaje que trasunta en la novela de Cristian Oyarzo: la empatía como protagonista.

Una empatía que se extiende a lo largo de Purranque no sólo a modo conceptual. Más bien como experiencia de vida. Casi una visión holística de la vida donde el relato gira de la infancia a la mirada adulta, entre Oromo-Forrahue y Santiago de Chile. Cerrando círculos y abriendo otros.

También entre amigos, en esa suerte de “acompáñame por este viaje” que propone Oyarzo a través de su novela Purranque.

Lenguas

Otra belleza del paisaje que propone Oyarzo en Purranque es un puente “lingüístico”. Acercarse al otro a través del lenguaje.

Del castellano criollo y castizo al mapudungun, de orígenes étnico y universos simbólicos que, a la hora de hablar de humanidad, siempre cierran círculos cuando la palabra comprensión logra ser traducida a todos los idiomas y dialectos.

Se agradece, por cierto, el ejercicio de traducir del castellano al mapudungun la palabra “Piwkefuyiñ”. Un hermoso relato de la página 137.

Un hermoso libro para leer y disfrutar por gusto. Sin apuros. Abrirlo por cualquier página y comenzar a sentirlo. Es como abrir la ventana cuando pasa la lluvia allá en el Sur de Chile. Asoma un escritor y profesor de Lingüística y Literatura vagabundeando por las calles de Santiago de Chile.

Recordando, escribiendo y rescatando la belleza de leer y sentirse acompañado por un viaje que dura 147 páginas.

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Como diría Jorge Teillier: “Frente al caos de la existencia social y ciudadana, los poetas de los lares pretenden afirmarse en un mundo bien hecho, sobre todo en el mundo del orden inmemorial de las aldeas y de los campos, en donde siempre se produce la misma segura rotación de siembras y cosechas, de sepultación y resurrección, tan similares a la gestación de los dioses y los poemas”.

En el caso de Cristian Oyarzo es con prosa y cuento breve. Como la vida. Como “Anoche, una vez más, se cortó la luz en la Villa Olímpica. Encendí una vela para leer, como hacía cuando era niño”.

Portada de Purranque
Editorial Emecé/Cruz el Sur

Purranque

Cristian Oyarzo
Editorial Emecé/Cruz el Sur

2022.