Por Marcel Socías Montofré
“El tiempo pareció detenerse y sintió que se le tapaban los oídos a causa de la tensión. Pudo percibir la sangre de sus venas latiendo con fuerza mientras observaba al hombre, de rodillas, a pocos metros de ella. El soldado levantó la cabeza, sus miradas se encontraron y la expresión desafiante del hombre no hizo más que aumentar su rencor. El sol abrasador de la sierra no apaciguó la insolencia del enemigo y Candelaria con una mueca de desprecio, apretó el gatillo…”.
Así comienza Candelaria en Yungay, Perú, 1839. Página primera del 2022. En Chile. Pasando la historia friccionada. Fricciones como toda historia de la guerra. El retrato en manos de María José Espinoza. Una novela histórica con relato, mujer, resistencia y la Sargento Candelaria.
Más que balas, pasa a pulso y se siente. Se lee con atención.
Guerra, paz y crudo invierno
Por ejemplo, en la página del “crudo invierno”, de “aquel año que no tuvo piedad con los pobres, en el callejón donde vivía Candelaria fallecieron catorce vecinos por causa de la viruela, las fiebres y el frío”.
Otra guerra personal. Como en un capítulo segundo: “El presidente Pinto resolvió enviar al ejército hacia Rancagua. El nerviosismo se apoderó de liberales y conservadores. El ejército conservador del general Prieto era inferior en número, mal preparado y con pocas municiones, pero contaban con el apoyo de la oligarquía santiaguina”.
Típico del centralismo. Pero ese es otro cuento.
Lo bueno de la novela es que tiene entretenido el diálogo. También típico de las novelas y películas chilenas. Algo fingido, excesivo y flemático como siempre:
“- He invertido una fuerte suma. Es mi deber como padre de familia. Tengan calma, señoras, somos muchos los que estamos colaborando. ¡Vamos a derrotarlos!”.
Por cierto, “Candelaria en el pasillo no se perdió una palabra”.
Aunque suenan mejor los diálogos y palabras de Jane Austen en “Orgullo y prejuicio”. Ni hablar de León Tolstói cuando mencionaba que “toda la variedad, todo el encanto y toda la belleza que existe en este mundo está hecha de luces y sombras”, en la “Guerra y paz”.
Como para continuar.
OK
Por ejemplo, cuando “Candelaria recibió una casaca de soldado un poco ancha para ella. Abrochó la hilera vertical de botones de bronce sobre su pecho, amarró un pañuelo alrededor de su cuello, se puso zapatos y los cubrió con polainas de tela hasta media pierna. Al terminar colocó el quepis sobre su cabeza. Se presentó en la tienda de las cantineras y buscó con la mirada a doña María”.
El problema es que Candelaria “no pudo encontrarla, por lo que se acercó a otra señora que lavaba una montaña de uniformes sucios en una enorme artesa”.
Suele suceder con algunas novelas chilenas. Esa falta de texto, sustancia y contexto:
“- Perdón misiá, el general Bulnes me ha encomendado ayudarlas con el cuidado de los soldados”.
Lo cierto es que la realidad siempre supera la ficción.
Inefable intento de romantizar a la Sargenta Candelaria.
Instalarla en un “campo sembrado de cadáveres que ofrecía una visión apocalíptica en los momentos en que el magullado general Bulnes se acercó a recibir con un abrazo a quienes los habían salvado. No hubo descanso y tras la batalla, Candelaria, una vez que comprobó que sus compañeras y sus niños estaban bien, recorrió el campo en busca de Carlos. No lo veía por ningún sitio y su corazón latía con temor”.
Ni Emily Brontë se atrevió a tanto. Por muy cumbre y borrascosa que sea la guerra.
Pero lo bueno es que María José Espinoza salva con balas de salva y cifras la documentación histórica:
“- Noventa y tres fallecidos, mi general. Doscientos veinte heridos, es lo que hemos contabilizado hasta ahora…”.
OK. Como se escribía el “0 Killed” en la guerra civil en Estados Unidos. Aquello que el viento se llevó, como también a uno de los personajes que “estaba convencido de que ya no quería seguir viviendo en aquel mundo, asqueado ya, de tanta violencia”.
Con una taza de té
En fin. En el capítulo XVII “fueron sumándose al reducto los diferentes batallones dispersos por la sierra, con más mujeres y niños en sus filas. Los pocos víveres que traían eran distribuidos de la forma más ecuánime posible entre todas las divisiones del ejército, que al finalizar aquella semana infernal formaron un solo cuerpo”.
Entonces “a Candelaria le pareció mucho más alto de lo que recordaba. En su cima, las hordas enemigas lanzaban balazos, palos y piedras, mientras ella corría agachada hasta que consiguió tocar su ladera. Era escarpado y no veía por donde comenzar a subir. Soltó su mosquete que quedó colgando a sus espaldas y trepó con manos y pies logrando subir algunos metros, mientras iba quedando cubierta de tierra. Cada cierto trecho, tenía que escupir para limpiar su boca del polvo”.
“Escuchó el silbido de las balas sobre su cabeza”.
Luego, a poco de terminar la novela y sin ánimo de spoiler, Candelaria “con una taza de té. Sintió el aire pesado e inmediatamente adivinó el desenlace. Candelaria yacía en la cama, rígida y fría, con una expresión de serenidad en su rostro. Había muerto sola durante la noche sin reclamar auxilio”.
Por cierto, “hacía frío y comenzaba a llover”.
Genial. Con epílogo y lugar común, pero lo suficientemente humana como para leer. Con varias tazas de humanidad se deja leer. Al menos por el buen intento de rescatar a Candelaria Pérez, la sargento, La Chimba, Santiago, 1810, 28 de marzo de 1870, la hija de artesanos, la anciana guerrera, sigilosa y heroína, la famosa Sargento Candelaria.
Buen intento. Podría ser mucho mejor. La Sargento. La mujer. Lo amerita.
“Candelaria”
María José Espinoza
2022.