Agencia UNO

Cultura, consumo y etiquetado

21 enero 2023 | 09:58

El sistema de libre mercado promete competencia para que los consumidores puedan elegir y obtener el mejor precio. En el caso de Chile, no se cumplen, o solo de manera muy parcial, ni a libre competencia (entre oferentes), ni la libre elección (para ello debe haber diversidad de oferentes e información pertinente y de calidad), ni el mejor precio para quien compra. Sí tenemos un sistema que concentra el poder -y la oferta- y tiende a transformarnos en consumidores pasivos. Las promesas del capitalismo se basan en ciudadanos (o consumidores) activos.

Libre elección y de competencia

La promesa de libre elección se basa en que la competencia multiplicaría las ofertas y bajaría los precios. Sin embargo, ese postulado parte de la base que habría marcos regulatorios claros que garantizarían la competencia. Y que no habría concentración, provocando monopolios y oligopolios.

En Chile es evidente que las colusiones, los monopolios y oligopolios no permiten la libre competencia, ni menores precios, ni una gran diversidad de productos. El desbalance de poder hace casi imposible la competencia como la incidencia de la ciudadanía en el sistema.

Condiciones para una libre elección

Existen muchas condiciones para que una persona pueda hacer una (libre) elección. Aquí mencionaré solo un par.

La primera, a mi juicio, es tener las condiciones básicas necesarias para decidir cuáles son las necesidades a satisfacer. Esto es, tener la tranquilidad para definir prioridades. Es difícil que esto suceda cuando hay una sobrecarga de estímulos, muchos de ellos enfocados en “crear” necesidades, en entregar muchos mensajes -y promesas- que no son verdaderos.

Es evidente que el exceso de publicidad (que está cada vez más presente en las pantallas, en la vía pública, en las películas, etc) como el enfoque de ésta, dirigida a crear necesidades más que a destacar cualidades, atentan contra una libre elección.

Etiquetado

Una segunda condición es tener información adecuada. De toda la información disponible, la más relevante es la que está en las etiquetas de los productos, porque es la más accesible al momento de comprar. Es decir, es necesario que el etiquetado sea útil, pertinente, para quien va a adquirir un producto. Por ejemplo, ¿Qué porcentaje de la población entiende lo que dicen las etiquetas de comestibles? (Por preguntar algo muy básico). Es indudable que los sellos sobre azúcar, sal y energía es un avance, aunque muy insuficiente (por ejemplo, si los alimentos tuvieran el sistema con el que se clasifica el consumo de energía para los azucares y calorías, se podrían comparar chocolates).

Otro punto importante es que la información entregada sea comparable. Que se puedan tomar distintos productos equivalentes y que la mayoría pueda compararlos en base a la información que se entrega. Algo que, creo, en muchos casos solo pueden hacer especialistas.

Información del etiquetado

Gran parte del etiquetado no es útil, no contiene información relevante para quien desea adquirir un producto. Entonces surge la pregunta: ¿Qué información debiera incluir el etiquetado? ¿Quiénes debieran decidir qué información se incluye?

Parece evidente que la información de los etiquetados debieran decidirla las personas que van a adquirir los productos, porque son ellos los que deben decidir. Y que debiera estar en un lenguaje que la mayoría entienda. Además se debiera incluir información que vaya alineada con las políticas y desafíos de la sociedad.

Consumidor-consumista o consumidor-ciudadano

Un punto central es cómo nos consideramos a nosotros mismos. Si somos consumidores-consumistas o consumidores-ciudadanos.

A mi juicio, el mayor conflicto es que al “mercado” (en realidad a parte de las grandes empresas) no le interesa la ciudadanía, relacionarse con ciudadanas y ciudadanos, sino con consumidores. Es decir, con personas que consumen, sin cuestionarse, sus productos. Con consumidores pasivos.

El punto anterior es central, porque fija el foco del sistema: vender productos o el bienestar de las personas. Vender haciendo creer a las personas que al comprar y consumir están bien, o haciendo que las personas estén bien porque consumen lo que necesitan y lo que quieren.

Si se cree que el foco son las personas, entonces se debe favorecer que las personas sean conscientes. Que la información que se entregue sea la que ellas decidan que es relevante.

Medio ambiente, sistema políticos y productivos

¿Qué variables son importantes considerar al momento de adquirir algo? ¿Son solo los ingredientes de los comestibles? ¿Hay otras variables relevantes hoy día que debieran incluirse?

Creo que debieran replantearse los etiquetados de acuerdo a los nuevos intereses de la ciudadanía y a los desafíos actuales, como son temas medioambientales, sociales y culturales.

Por ejemplo, se podría considerar poner si los alimentos son o no son transgénicos. O los efectos en el medio ambiente, como son la huella de carbono, la basura que generan, vida útil, el impacto ambiental que generan (como la deforestación que pueden promuever). O la cantidad de agua que se requiere para producirlos en relación al tipo de ambiente de donde provienen (si hay o no problemas de sequía).

Hoy en día, los temas medioambientales debieran incidir a la hora de decidir entre distintos productos.

También podrían ir en el etiquetado las condiciones políticas y laborales de quienes producen los bienes, por ejemplo si es una democracia o una dictadura (como en China), si se respetan o no los derechos laborales y humanos.

Cuando en amplios sectores se buscan mejores condiciones de vida, parece fundamental que el consumo y el bienestar en esos países no sea a costa de las condiciones de vida de personas en otros lugares del mundo. O del medioambiente en esos lugares.

Cultura y etiquetado

El consumo, los sistemas productivos, son parte de la cultura. No son “mundos” disociados. Unos inciden en los otros. Cada vez las fronteras son más difusas. Así como la guerra de Ucrania y Rusia ha incidido en todo el mundo, los temas medioambientales, sociales y productivos también lo hacen, aunque no sea de forma tan evidente e inmediata.

¿Es posible pensar que la explotación laboral en algunos lugares no incide en el trabajo y en la producción en el resto del mundo?

Un ejemplo muy básico y puntual. Cuando se venden productos industriales o semiindustriales como si fueran artesanales, muchas veces producidos lejos de las comunidades originarias, lo que se promueve es la desaparición de esas culturas que tienen un sustento importante -económico y cultural- en la confección de esas artesanías.

El consumo, en forma muy simplificada, puede ser un acto consciente, en términos económicos, sociales, políticos y culturales. O puede ser parte de un proceso de inconsciencia, de banalización y, en un extremo, de idiotización de la sociedad.

En tiempos complejos, de grandes desafíos a nivel mundial, parece que gran parte de las soluciones están a nivel local e individual. Pasan por los niveles de consciencia de las personas y de tener las herramientas para poder actuar.

Una de esas herramientas es el tener un consumo consciente para lo cual es fundamental tener información útil, pertinente y accesible para tomar buenas decisiones. Y eso requiere reformular los etiquetados, aunque a muchas grandes empresas les incomode.