No es un libro fácil. Pero se agradece. Hasta provoca sentimientos encontrados. Bien escrito, si de eso se trata. Pero demasiado abundante en gustos personales, de ponderar lo bueno, lo malo y lo feo, como si se tratara de un largo spaghetti western de 507 páginas, muchos muertos y unos cuantos escritores sobrevivientes.
No es un libro fácil. Pero se agradece. Hasta provoca sentimientos encontrados. Bien escrito, si de eso se trata. Pero demasiado abundante en gustos personales, de ponderar lo bueno, lo malo y lo feo, como si se tratara de un largo spaghetti western de 507 páginas, muchos muertos y unos cuantos escritores sobrevivientes.
Por Marcel Socías Montofré
Después de una larga experiencia que se prolonga por más de medio centenar de páginas, queda claro que no hay misterio alguno en el tipo de literatura que le gusta a Carlos Iturra.
Más que claro. Hasta se arma una suerte de púlpito de la literatura universal.
No sólo mundial. Universal. Así de categórico en el juicio.
Por cierto, en algunas sentencias se comparte. Hasta genera cierta empatía el propósito de Iturra, un tanto amanuense, de monje en la Edad Media intentando rescatar algo o alguien que después resulte un clásico. Como Alone.
Manual de lectores
Tan clásico como leer a Borges, Virginia Wolf, Michima, Tolstoi o un elogio a la baronesa Blixen. Un buen repaso a una vida de lecturas tradicionales y necesarias para opinar con conocimiento de causa y lectura.
Como es la causa de Carlos Iturra en “Maestros y otros ensayos. Crónicas literarias” (Editorial Zuramérica 2022).
Una causa que resulta positiva desde una óptica pedagógica, de resumen para abarcar, redondear y moldear un libro que ayuda como guía de lecturas sugeridas y hasta sirve como taller de literatura, incluso de manual para concursos de literatura.
Para iniciados, provincianos o universales. Así de extenso el recorrido que hace Iturra de todos los libros que ha leído. Pero de una manera entretenida y breve. No más de cinco o seis páginas por cada experiencia. Incluso a veces dos. Y a veces menos.
O más. Como cuando reseña el significado de un haiku – “poesía irreductible”- en la página 371: “Tal era el mundo cuando Basho dio en separar el “hokku” del resto del “haikai”. Mejor dicho, le cercenó al haikai al hokku, otorgando a éste vida independiente. Pensó que esos versos iniciales eran bastante por sí solos”.
Crimen y castigo
El único problema es la generosidad de impresiones personales. A ratos desincentiva la lectura del libro. Agota o se vuelve predecible la elección de algunos autores por sobre otros, elección que puede ser bien argumentada, pero que siempre queda a la deriva de las subjetividades.
Por ejemplo, el categórico juicio a “2666”, de Roberto Bolaño. Como también los constantes aplausos a Borges -a los escritores “canónicos”-, incluso desde esa misma perspectiva política y sociológica que poco se recuerda de Borges. Si es que todavía se lee a Borges en lo que respecta a sus opciones políticas y sociológicas.
Pero esa misma subjetividad también resulta un acto de conexión -por muy ácido que intente ser el autor-, un acuerdo tan estético como puente con el lector donde termina por resultar entretenido leer a Carlos Iturra.
A ratos tiene ese don el libro, como un don Alonso Quijano caminando por las explanadas del presente, acompañado de un ensayo como Sancho, para combatir el olvido y ese remolino del tiempo en que poco a poco se hunden los grandes autores.
Más por falta de lectura que por otros motivos. Que no se culpe a lo político.
La misión de escribir
Otro buen punto que se comparte con Carlos Iturra es lo que trasunta de su selección de autores: hay tanto una guía de lectura como una exigencia en calidad de lector. De lector bien entrenado a fuerza de lectura. De los libros. No de los resúmenes.
Por eso Iturra escribe, pero también exige cuando lee. En lo que respecta a mínimos comunes, Iturra exige estructura y coherencia a los autores que suma a su lista enciclopédica.
Por eso además de tener paciencia por su gusto de ponderar –que se le respeta por lo riguroso de su argumentación- también con Iturra hay que tener tiempo. Tiempo como se leía a la antigua. Con amabilidad por el escritor.
Como diría Henry James: “Hay tres cosas importantes en la vida: la primera, ser amable; la segunda, serlo siempre; la tercera, no dejar de serlo nunca” (Página 211).
Precisamente por eso agota a ratos Iturra. Porque ser estricto en el juicio no significa pretender ser ácido. Se puede conseguir lo mismo con menos juicio y castigo a quienes no son de su gusto.
Con más amabilidad.
Lo que importa es la estética
Por eso no hace falta subirse con tanta facilidad al púlpito y apuntar a diestra y siniestra como en un spaghetti western de 507 páginas, pero sin la emoción que provoca la perfecta complicidad con el lector, la empatía y pulcra conexión, como en aquellos ejemplos de Ennio Morricone y Sergio Leone.
La estética no sólo porque se “lea bonito”, sino la trascendencia humana de lo escrito. Algo así se sospecha en los propósitos de Carlos Iturra en su libro.
Por eso su libro suena a “El bueno, el malo y el feo”, como también aquellos escritores imprescindibles. Buen libro el de Carlos Iturra. A todas luces recomendable. Para conocer a los clásicos. Para reconocer su mirada honesta. Sincera en un ojo y paneo por la vida y sus lecturas.
Incluso testimonial como en el capítulo que refiere a Mariana Callejas. Buscando la ética del escritor, encontrando algo más que una selección personal. Una bala de plata. Mejor proponiendo una estética universal.
“Maestros y otros ensayos. Crónica literaria”
Carlos Iturra
Editorial Zuramérica
2022.