Por Marcel Socías Montofré
¿O no es amor lo que esta pareja swinger sintió desde que se conocieron, siendo sólo unos fantoches que representan a la parte de la sociedad en que se encuentran inmersos y buscan desesperadamente no llegar al punto en que todo se quiebra?, plantea a modo de presentación y contratapa la novela de Rodrigo Barra. Una buena pregunta para leer, desde la primera página, Fantoches.
La lectura de Fantoches recuerda la película “Perversa luna de hiel” (“Bitter Moon”, 1981, Roman Polański). Lo erótico como punto de reflexión existencial. Hasta “La insoportable levedad del ser”, de Milan Kundera. La evasión como punto de existencia.
Y como buen trasfondo la realidad. Simple y desnuda en la cama. Sin posibilidad de apariencias. A menudo cruel cuando atrapa la rutina, las arrugas, el nido vacío… y el paso del tiempo. Luego el empeño de sostenerse entre los escombros de la memoria y los finales trágicos, pero ciertos.
A menudo por empeños que terminan en maltratos sicológicos y relaciones tóxicas, que Rodrigo Barra describe con una narrativa pulcra y fluida, creíble en los diálogos por escrito y verosímil si se trata de reflejar una sociedad chilena de la no siempre se habla. La más íntima.
No sólo porque se aborda el tema de las relaciones swinger, que en realidad no sería nuevo para hablar del Chile 2022. Lo interesante es saber qué resulta después, cuando pasan los años, cuando el cuerpo envejece y se entroniza cierto complejo narciso y de Peter Pan y luego la práctica se expande a otras camas y otros ámbitos de las relaciones humanas.
Contrapuntos
Sin duda, Fantoches también resulta una novela bien estructurada en la evolución de los personajes, en cuatro capítulos y 221 páginas que permiten una visión en 360 grados. La femenina, la masculina, la de los 30 años, la de los 50 años y la de los contrapuntos y ópticas tan disímiles como opuestos que se atraen.
Ignacio y Aurora, los protagonistas, en la línea del tiempo. A través de los capítulos y de cómo la pasión puede terminar en maltrato psicológico porque la autoestima no siempre funciona, pero sí funciona el síndrome de Estocolmo, la complejidad de romper el círculo vicioso.
Un retrato oportunamente novelado. Pero también una crónica de estos tiempos. Desde un presente confuso, post pandemia, globalizado, que puede transcurrir en Santiago de Chile o viajando a Viena, en lo que respecta a la página 133:
“…que por motivo alguno buscan lograr un desenlace y se conforman simplemente con algún grado de expresión y lograr contactos. En el fondo, relaciones a iguales de solitarios. Aquellos que se identifican con la misma nebulosa y evaden que es un tema histórico, generacional, común e incrustado”.
Círculos
Sin duda, tópicos que también subyacen en una vida pública y otra privada. Privada de cierta capacidad de comunicarse con el otro, establecer un lenguaje que permita prolongar el relato existencial. Las relaciones humanas.
Las que involucionan y también las que logran evolucionar, aunque sea asistiendo a terapias de autoconocimiento o viajando en clase turista al desierto de Australia para encontrarse con la página 203:
“-Ustedes no entienden nada-, dijo otro de ellos. Y el último de los ancianos recitó: Todos estamos de visita en este momento y lugar, solo estamos de paso, hemos venido a observar, aprender, crecer y amar, y volver a casa”.
Desenlaces
Lo mejor es el final. Y no se preocupen, que esta reseña no se trata de contar el final. Pero sí elogiarlo. Porque entonces dan ganas de volver a leer la novela para ver en qué momento el autor lograr revertir el desenlace previsible.
Esa necesidad de poner cierta distancia con los hechos –pero sin perder la más honesta voz narrativa- para así pasar de la cama a la reflexión.
Genial la manera de escribir para exorcizar, lejos, allá arriba, desde los cerros de El Arrayán, en calma, mientras allá abajo, en la ciudad, la tensión sexual es otra de las tensiones sociales.
Por mucho que nos avisen –en la página 213- que “lo siguiente me lo confesó Ignacio, tomándonos un café en el aeropuerto, antes de irse para no volver”.
No volver a “esto. La vida real”, como en la página 221.
Para no seguir evadiendo, pero sí dar vuelta la página y respirar sin ansiedad. Desentrañar el puzle. Como el amor cuando se acaba. Como canta Andrés Calamaro en “Crímenes perfectos”: “Se acaba”.
Fantoches
Rodrigo Barra
Editorial Zuramérica
2022.