“Nada impidió que el plan de los esquilmadores siguiera su curso. Los años pasaron, pronto se convirtieron en décadas. El país fue dominado por completo, borrado del mapa y dividido en regiones de acuerdo a un uso específico. Desmantelaron las industrias ya existentes, a excepción de los centros claves para la producción energética, con sus respectivos puertos y fuentes de agua. Con los años esterilizaron hombres y mujeres para deshabitar esas tierras de la gente y su antigua identidad”, fragmento del libro.

Por Francisco Marín Naritelli

En “Los esquilmadores” (Palabra Editorial, 2021), Luis Caroca (Santiago, 1970) nos sumerge en una atmósfera extraña, a veces en un tiempo y espacio imprecisos, aunque no por ello menos evocador. Cada diálogo, cada descripción nos confirma que nada bueno podría ocurrir y que, al contrario, el desastre o el absurdo está a la vuelta de la esquina.

Milicianos idealistas, mascotas expuestas a concursos de pedigrí, hipocresías, caretas, camarillas, mundillos profesionales, bohemia y sexo, entre otros temas, conforman un escenario intra e intertextual, variopinto, seco y vertiginoso, donde el lector tiene que escarbar entre lo que se dice y, aún más, en lo que se desprende.

“El alumbrado público apenas brindaba algo de luz en esa noche brumosa y en todo el trayecto solo sintieron el aleteo de un pájaro nocturno sobre sus cabezas” (cuento “Los esquilmadores”, pág. 7).

“Por momentos el Mapocho se esfumaba y dividía en brazos, se hundía y volvía aparecer entre grandes extensiones de tierra cultivada. De repente apareció el océano. Un delta de aguas parduscas, casi negras, con toda la porquería de Santiago incrustándose en el mar. Cientos de gaviotas volaban enloquecidas, graznando histéricas o hundían sus patas sobre la arena fangosa, hurgando con sus picos comida entre los muchos restos de basura, ramas y botellas de plástico” (cuento “Dr. Huerta”, pág. 32).

Figuras como Lemebel, “La Colorina” Díaz Varín y otros, desfilan en estas casi ochenta páginas como el deambular (posiblemente) de una juventud ya perdida, la de los locos años noventa, con cierta nostalgia testimonial de una experiencia forjada por y en la literatura, la de los intersticios, de los deseos, de los tropiezos, entre colillas de cigarros y botellas de cerveza. ¿No era (o es) acaso la miseria y el alcohol un habitué de la vida literaria? ¿Acaso ser (o creerse) poeta era precisamente buscar recodo entre libros y bares, a contrapelo de poses posmodernas?

“En esa ocasión, éramos un grupo grande que bebía en el subterráneo y nos reímos al verlo tambaleándose y también reímos porque nos importaba una mierda la ´Sociedad´ y esos seres que se aparecían los viernes por la noche llamándose poetas o escritores, enredándose en peleas absurdas de borrachos envalentonados mientras los vejestorios hacían de las suyas en nombre del partido” (cuento “9:10”, pág. 66).

“Él, seguro de sus méritos poéticos, asumió una arrogancia difícil de evadir. Yo recordé que, de todos mis garabatos escritos, hubo uno que escapó a la mala racha por esos días y que brilló llamando la atención de quien lo leyera o escuchara, lo que quedó de manifiesto cuando un oscuro bipolar cuático organizó un recital en la Casa del Aire” (cuento “9:10”, pág. 65).

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Perros, gatos, toros, vacas, pájaros. Destaca la presencia de lo animal no bajo los códigos de la condescendía, sino en la afirmación de su fuerza intempestiva: un bestiario de sangre, símbolo de la crudeza emparentada con el devenir de los personajes y sus procesos de aprendizaje, fuga o muerte.

“Al ver la jaula de los canarios vacía, Félix recordó los pequeños ojos del canario cojo y el brillo que puede tener la oscuridad” (cuento “Vogel”, pág. 61).

“(…) cuando se abalanzó sobre Eduardo, una docena de perros, que nunca supo cómo llegaron, detuvieron al animal, mordisqueándole las patas, el pecho y la cabeza con sorprendente bravura. Un cuerno atravesó a uno de los perros sin que este dejara de agitarse, como si hubiera sido un trozo de carne viva ensartada en una brocheta descomunal” (cuento “Laberinto”, pág. 77).

Cierto hálito brumoso ausculta una violencia ubicua y tectónica, como si el ejercicio de toda resistencia siempre desembocara en derrota. O bien en ostracismo, inadaptación o soledad. El autor, agudo e irónico, bien podría decirnos: “Hay fuerzas que no se pueden torcer por más que se les enfrente”. En definitiva, un conjunto de cuentos entrelazados por la figura de un tal Prat y un Félix silbante, más ominosos que deslumbrantes, donde la resaca existencial campea y que constituye la memoria literaria de no pocos en este áspero Chile.

Luis Caroca
Francisco Marín Naritelli
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Palabra Editorial

Los esquilmadores

Luis Caroca
Palabra Editorial, 2021.
77 páginas.