Por Leopoldo Pulgar Ibarra
Sólo dos sillas sobre el escenario (y una guitarra) acompañan el (des) encuentro íntimo de una mujer y un hombre, en cuyo hogar pende como una sombra ominosa la presencia forzada de un sujeto que altera por completo la vida matrimonial.
El recurso escénico pertenece a la obra “El invitado”, de Juan Radrigán (estrenada en 1981), metáfora que reutiliza el versátil y prolífico director Jesús Urqueta (“Junto al lago negro”, “Pedro, Juan y Diego”, títulos recientes) para extender su sentido y aludir al factor global, político y económico pre y post estallido social y pandemia, como la verdadera intromisión que agrega miseria a la vida de los marginales.
Así, mientras Juan Radrigán (Premio Nacional de Artes 2011) sugiere, en la década de los 80, que ambos personajes recuerdan haber sido felices y útiles, pese a la pobreza, aunque después se perciben como seres miserables en lo material y en su esencia íntima; Urqueta los presenta como una pareja actual que recurre e interpreta fragmentos de “El invitado” como pivote para proponer una mirada inquisitiva de la historia del país desde la dictadura militar hasta nuestros días.
En ambas visiones, Sara y Pedro interpelan al público al que ven como una entidad que sólo mira lo que sucede en el escenario, domesticada frente a esta realidad y cuya indiferencia cuestionan.
Márgenes y marginalidad
Siempre resulta complejo establecer una línea divisoria cuando se revisita un relato en una versión libre como sucede con “La tranquilidad no se paga con nada”.
Sin embargo, es posible interpretar que la obra de Urqueta alude a una más extendida marginalidad, ya que el sistema neoliberal de hoy precarizó también a ciertas capas medias de la sociedad, que también salió a la calle en las movilizaciones masivas del estallido social, que eclosionó el 18 de octubre de 2019.
Y, en cierta medida, al proponer Urqueta que la situación actual equivale a una derrota de la ciudadanía -se mantiene y ahonda la miseria que denunció “El invitado”- también podría conectarse a lo que Radrigán llamó la “inesperanza” (ni esperanza ni desesperanza), es decir, la pérdida incluso de la posibilidad de la decepción.
Gestos y sobrevida
Cuando Sara y Pedro se sientan ocupando en algunos momentos una misma silla, la obra de Urqueta parece querer subrayar el factor más emotivo de la pareja, incluso, lo sensual y erótico, como una manera de aludir a la despersonalización que sufren los protagonistas y enfrentar la presencia invariable del invitado.
Son momentos de irradiación de lo humano básico, un mecanismo de sobrevivencia: son sólo sugerencias, pequeños gestos corporales que quedan en el aire y/o revoloteando en las miradas, en las inflexiones de las voces y los gritos, en la rabia e impotencia, al dar la espalda o mirar hacia atrás, al pasado, al presente.
Y como el lenguaje que utilizan no corresponde a los grupos con nada o menos acceso a la educación y a la cultura, el relato se hace más universal al abarcar al conjunto de la sociedad.
Es posible también afirmar que esta versión libre conserva esa mirada profunda e irónica de la dramaturgia de Juan Radrigán, bien defendida por una actriz y un actor que logran que el público mantenga la atención y la mirada fijas, quizás a la espera de una respuesta y/o que la ominosa sombra del invitado desaparezca para siempre.
La tranquilidad no se paga con nada
Versión libre de “La visita”, de Juan Radrigán
Dirección: Jesús Urqueta
Elenco: Cia. Asociación (Karen Carreño y Nicolás Fuentes)
Diseño integral: Francisco Herrera
Composición musical y Diseño sonoro: Joaquín Montecinos
Producción: Dani Espinosa
Taller Siglo XX Yolanda Hurtado
Ernesto Pinto Lagarrigue 191
Viernes a domingo, 20.00 horas.
Entrada general $ 5.000; estudiantes $ 3.000. Ticketplus.
1 al 30 abril 2022