Periódicamente se exhiben nuevas películas chilenas sobre la dictadura. Y se editan libros, se estrenan obras de teatro, se inauguran exposiciones de artes visuales y muchas expresiones más que remiten a esa época de nuestra historia.
Y cada vez surgen voces y comentarios reclamando ¡hasta cuándo con la dictadura!, cuándo van a cambiar de tema, hasta cuándo profitan y se aprovechan de ella. ¿No se saben ganar la vida de otra manera? ¿Son tan poco creativos que no tienen otro tema?
Y, por supuesto, vienen las respuestas. Muchas veces con más descalificaciones y cargas emotivas que argumentos.
A pesar de lo anterior, un estudio revela que solo un 14% de las películas chilenas de los últimos 20 años están centradas en la dictadura.
Cada reacción tiene –cuando no son robots los que responden- su propia historia, sus vivencias, emociones y razones que la motiva, que la condiciona. Generalizar, como lo haré, siempre será, en parte, injusto. Borrará individualidades.
¿Por qué sigue siendo la dictadura un tema presente?
La Historia nunca es una sola
Los hechos traumáticos, que han dividido fuertemente a una comunidad, un país o una zona mayor, es muy probable que generen versiones encontradas. A menos que una de ella haya sido derrotada en forma aplastante o que haya un muy amplio consenso sobre lo que pasó.
En el primer caso –como es el caso de la Guerra Civil de Chile en 1891- seguirá el debate y la confrontación en diferentes frentes. Políticos, historiadores, creadores, periódicamente volverán a mencionarlo, a debatirlo.
Si es el segundo caso –como creo es el caso de la Dictadura chilena-, es esperable que durante muchos años se investigue, se logre nueva información, explicaciones. Que salgan a la luz nuevas historias.
Segunda Guerra Mundial
Un caso evidente de una derrota categórica es la Segunda Guerra Mundial y el nazismo. Es sorprendente que, todavía, surgen nuevos antecedentes –algunos muy importantes- sobre ese gran conflicto.
En el caso del nazismo, el tema tiene mayor vigencia cuando existen y se multiplican grupos negacionistas. Voces que niegan lo evidente, los antecedentes, los testimonios, los veredictos de la justicia. El sentido común.
En la mayoría de las librerías chilenas se encuentran en las vitrinas o en lugares destacados libros sobre la Segunda Guerra Mundial y, en especial, sobre el Holocausto y el nazismo. Con nuevas miradas, historias personales, investigaciones, interpretaciones, etc.
En este sentido, resulta habitual, y recomendable, que se revise la historia. Y no solo la reciente. Hoy se sigue investigando y descubriendo elementos relevantes del pasado, como, por ejemplo, respecto a Egipto.
Lo anterior en parte tiene relación a nuevas tecnologías. Y se verá estimulado con los fuertes cambios a nivel mundial con la irrupción de grupos feministas y ambientalistas, que aportan nuevas perspectivas.
Historia reciente chilena
En el caso de Chile, el que existan personas que admiren a criminales, que se niegue que hubo centros de tortura y exterminio o, peor, que los justifiquen motiva a seguir reflexionando, mirando, analizando ese periodo y sus consecuencias.
El negacionismo pone en la palestra los temas relacionados con la dictadura. Estimula a tener más antecedentes que prueban esos crímenes. A mostrar, de manera irrebatible, lo que fue ese periodo de nuestra historia.
Por otro lado, cada vez que se niega lo sucedido, se remueven recuerdos, se reactivan dolores.
Solo se da la versión de los zurdos
Otro punto y argumento vertido muchas veces, es que se mostraría un solo punto de vista. Esa es una generalización que evidencia desconocimiento o fanatismo.
Basta ver los temas de los documentales sobre la dictadura, para ver que abordan muchos temas y desde enfoques diversos. Por ejemplo, hay documentales sobre diversos tipos de colaboradores con los órganos represivos: La flaca Alejandra es sobre una militante del Mir que, destruida por la tortura, termina colaborando con la DINA y transformándose en agente. El mocito es sobre un personaje muy básico que es “junior” en un centro clandestino de detención, tortura y exterminio (gracias a su testimonio se pudo saber de la existencia de ese lugar); El color del camaleón es la historia de un técnico electricista que es torturado y obligado, con fuertes amenazas, a “pinchar” teléfonos; o El pacto de Adriana, sobre una mujer que, en forma voluntaria, trabajó para la Dina como secretaria y habría participado activamente en torturas.
Como se puede ver, cada uno de esos documentales aporta miradas diversas, con colaboradores que llegaron por distintas vías a ser parte del aparato represor y jugaron distintos roles en él.
Cuando algunos afirman que son trabajos de puros “zurdos”, tiene algo de razón. Pero si todos o la gran mayoría de los trabajos (películas, documentales, obras de teatro, etc) viene de un área, no es responsabilidad de “ellos”. Son los “otros” los que no han sido capaces de expresarse, de entregar sus miradas. Miradas que es bueno que entreguen, siempre que no sea negando la realidad.
Cuando digo la realdad, me refiero a los hechos, no a la interpretación de ellos. Hoy, por ejemplo, no se puede negar que hubo una Operación Cóndor.
Mientras halla(mos) viejos
Cuando se pide que se “de vuelta la hoja”, que “se mire hacia el futuro y no hacia el pasado”, estoy parcialmente de acuerdo. No es sano quedarse “pegado” en el pasado. Pero tampoco o menos lo es negar el pasado.
Para mí es inevitable recordar muchas cosas de la dictadura. Para el Golpe de Estado tenía 11 años… Cuando miro desde el mismo lugar de ese entonces la Plaza de la Independencia en Concepción ¿cómo no volver a “ver” a los detenidos tirados sobre el suelo con las manos en sus cabezas? También tengo en mi memoria a un carabinero disparando al muslo de un solitario y pacífico manifestante al costado de la Biblioteca Nacional. ¿Cómo no rememorar ese hecho cuando paso por ese lugar? Y podría seguir con una larga lista de recuerdos de ese periodo, de vivencias que son parte mi vida.
Miro el futuro, pero no puedo negar lo que he vivido. Ni puedo evitar indagar, tratar de saber más sobre qué pasó en ese periodo. Saber qué no vi, qué no supe, qué no entendí.
Mientras hallamos personas que vivimos la dictadura, ésta seguirá siendo tema. Tema vívido. Quizás estará en un lugar muy bajo en las prioridades, en importancia, pero estará presente.
Duelos y traumas no trabajados
Los duelos, los traumas, cuando no se trabajan, no se elaboran, persisten. Se heredan de generación en generación (como posiblemente pasó con la Guerra Civil de 1891). Como también pasa en situaciones de tragedias no relacionadas con la dictadura. Con buenas terapias, se logra convivir con ellos, administrarlos. Pero siguen ahí, no desaparecen.
Con buenas terapias, se puede lograr que los traumas no sean heredados a las siguientes generaciones. Que no sigan pesando tanto a esas personas, a sus entornos, al país.
Sin embargo, cada vez que se alzan voces que niegan las violaciones a los Derechos Humanos, otras que mienten en forma descarada, o que piden olvidar, lo que hacen es revivir, vitalizar esos traumas. Es contraproducente… a menos que esas personas quieran revictimizar a esas víctimas, a sus familiares.
Empatía con las víctimas
Creo que un camino fundamental –no el único- es tener empatía con las víctimas. Con las personas que sufrieron más, con las que fueron negadas, revictimizadas.
Saber sus historias, de sus dolores, estigmatizaciones, permite avanzar. Facilitar que la dictadura llegue pronto a ser historia y no dolores aun presentes.
Otro tema es que otros sectores hayan sufrido, tengan sus propios traumas vinculados a la dictadura (por ejemplo, por parte de familiares de victimarios) o a los años previos a ésta. Esos traumas no se pueden abordar si se mantienen ocultos.
La dictadura chilena seguirá presente por mucho tiempo. Mientras se reclame contra esto o se niegue lo que pasó, el tema seguirá presente, estará vigente. Y no por capricho, por (mezquino) interés político. Será porque negar lo sucedido o pedir dar vuelta la página, cuando hay muchas personas que no han superado esos traumas, es revictimizarlos. No es un tema exclusivo de este caso… lo desilusionante es que no aprendamos de nuestra historia.