Por Leopoldo Pulgar Ibarra
En su estreno de marzo de 1976, esta comedia de la cia. Teatro Ictus tuvo la resonancia artística, política y social que se buscaba al abordar el profundo sinsentido de la dictadura militar que, además de represión, detenidos desaparecidos y asesinatos, agredía a Chile con la tragedia de una feroz cesantía.
Cuarenta y seis años después, la obra regresa en una versión más corta y, lo más importante, no sólo como ejercicio de memoria: el relato sobre tres trabajadores chilenos en la miseria, que sobreviven con unos pocos pesos, tiene conexión directa con el abandono laboral y el empleo precario que reina hoy en nuestro país.
“Pedro, Juan y Diego” vuelve también con la impronta de su nacimiento, el humor y la ironía, a cargo de un elenco avezado y con trayectoria que conoce el camino para viajar por una situación escénica y humana de manera natural y espontánea.
Construida la obra con el método de la creación colectiva, forma de trabajar que definió al Ictus, la propuesta se toca con la arista de lo absurdo de una historia en la que estos tres obreros tienen la misión de levantar una muralla con planos erróneos y sin saber por qué y para qué se construye, un mecanismo escénico donde encajan pasado-presente con los sueños y esperanzas por cambios profundos.
Sin embargo, es obvio que casi medio siglo después, el teatro y el público no son los mismos , como tampoco el ambiente sicológico al no estar la sombra dictatorial presionando a los espectadores, un factor determinante en 1976.
Tampoco es igual cierta esperanzada ingenuidad presente en los protagonistas originales, un obrero de la construcción, un comerciante de verduras y fruta cuyo negocio quebró y un funcionario público exonerado que se acogieron al Programa de Empleo Mínimo (PEM) para sobrevivir.
Si en la década 70 el público apoyó la irreverencia de un teatro que recurría a los símbolos para enfrentar de manera indirecta a la dictadura, superando el temor a la represión, hoy la obra llega y se muestra en su perfil de comedia de situaciones vitales e, inevitablemente, como homenaje al Ictus y a su elenco original: José Manuel Salcedo, Jaime Vadell, Nissim Sharim, Delfina Guzmán, Cristián García Huidobro, Rubén Sotoconil y Gloria Muchmeyer.
Conexiones y desconexiones
La voz en off de la actriz María Elena Duvauchelle con algunos textos seleccionados es uno de los recursos para tender puentes históricos entre 1976 y 2022 que utiliza el director Jesús Urqueta (“Junto al lago negro”, “Arpeggione”, premio Mejor Dirección 2018, Círculo de Críticos de Artes).
También para subrayar que hay un viaje al pasado que tiene resonancias contemporánea, uno de los objetivos de esta versión, y que algunos aspectos de este clásico del teatro chileno tienen plena vigencia.
De igual manera, pese a que el relato original se acortó aproximadamente a dos 2 horas 15 minutos (y pudiera haber sido un poco menos), se mantuvo el personaje de La Muda (Francisca Gavilán) que en los setenta interpretó Delfina Guzmán.
Valiosa opción ya que destaca el tema feminista y su rol activo en el desarrollo del montaje, al tiempo que alude a un punto de vista del Ictus.
Claro que sería Interesante saber como el público de hoy, además de reír con ganas, interpreta las bromas e insinuaciones machistas de Juan (Alejandro Goic), aunque sean y suenen inocentes, divertidas y simpáticas dentro de la comedia.
Lo interior y exterior
El apoyo mínimo de lo escenográfico y la utilería equivalen a ventanas para mirar con ojos contemporáneos nuestra realidad: los familiares ladrillos princesa con que se construye la muralla y, en especial, la carpa precaria donde vive La Muda, que remite a los campamentos migrantes de hoy, surgidos en calles y plazas del país.
La humanidad de estos personajes, la sensación que tienen de estar a la deriva y la capacidad que tienen, pese a todo, de criticar lo que les parece que está mal en el trabajo son conductas de seres que de manera instintiva buscan recuperar la dignidad perdida.
Un objetivo de altura y complejo que contrasta con la sencillez del humilde y hoy en desuso gorro de albañil de papel, símbolo del pasado, en las cabezas de los tres protagonistas.
Si bien es cierto que la insistencia en construir el muro subraya lo humillante que puede ser encomendar un trabajo inútil y absurdo, el recurso también enfatiza el desarrollo circular de la obra, a partir de vivencias estancadas que no son sólo posibles en tiempo de dictadura.
Aunque son personajes sin complejidades existenciales, en representación de sectores sociales en el límite de la subsistencia, asumen a concho lo que les tocó vivir, con humor e ironía.
Incluso se dan tiempo para arreglar el mundo, recordar que tienen historias propias y personales, pese a estar semi diluidas en el sinsentido total.
Más allá de las apariencias, la obra se juega por subrayar con fuerza el tema de la dignidad (y su pérdida) tanto de las personas como en su vinculación con el trabajo.
Lo que hace recordar el lema “hasta que la dignidad se haga costumbre”, reflejo de la rabia de la población al denunciar las desigualdades sociales y abusos que gatillaron la revuelta social de 2019… y las que vienen.
Pedro, Juan y Diego
Dramaturgia: Ictus y David Benavente
Dirección: Jesús Urqueta
Elenco: Roberto Poblete, Alejandro Goic, Nicolás Zárate, Francisca Gavilán, Francisco Ossa, Giordano Rossi
Diseño integral: Catalina Devia
Composición musical y universo sonoro: Joaquín Montecinos
Producción Ictus: Anette Olivares
Teatro ICTUS
Merced 349, Santiago
Jueves, viernes y sábado, 20.000 horas.
Entrada genera, desde $ 10.000. Hasta 30 de abril 2022.