El artista circense de la generación del Tony Caluga detalla cómo se realizaba la vida nómada del siglo pasado y describe cómo era ese otro circo que evolucionó en una disciplina contemporánea para la cual él es un objeto de museo.
Por Carlos Salazar
El Tony Cocoliche nació en 1938. Dice que, por apenas 10 minutos, pudo haber sido parido en la misma pista del circo donde su mamá era trapecista. Eran los años en que las carpas se iluminaban con chonchones de carburo o parafina. Cuando se realizaban largas itinerancias en carretas por todo el país parando sólo durante el invierno. Hoy, a sus 83 años de edad, Sigisfredo Olave ya escribió sus memorias: sobrevivió a dos pandemias y es profesor honorario en cursos de circo en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Allí, profesores y estudiantes de la disciplina escuchan a este tesoro humano vivo contar legendarias historias circenses de esta popular tradición que, en septiembre, celebra otro mes conmemorativo, pero bajo un período más sombrío que nunca.
Circo de antaño
“Yo a usted le hablo de una época en que en los circos se hacían pantomimas, obras de teatro y entradas con libretos que se revisaban y perfeccionaban todo el tiempo. Se realizaban números con caballos que reconocían colores, realizaban cálculos matemáticos o hacían cabriolas y vueltas ecuestres heredadas de los circos rusos.Tuvimos un caballo llamado Moro que daba 4 funciones diferentes al día: se hacía el muerto, bailaba vals, sabía sumar y restar. Le faltaba hablar no más, pero se comunicaba con banderines de colores. Eso es algo que ya ni siquiera se podría enseñar porque la gente no quiere que se usen animales en la pista. Los números con perros eran populares, también. Era otro circo, uno diferente”, reflexiona Cocoliche.
Cuenta que la comitiva circense recorría desde Santiago al sur pueblo por medio, alternando paradas, hasta llegar a Coyhaique. Allí la tropa pasaba el invierno en Concepción para retornar a la capital actuando en los pueblos donde el circo no había actuado. “Yo regresaba a dar exámenes al colegio. Pero siempre estaba más adelantado que el resto porque mi mamá era la profesora y era muy aplicada con nosotros”, señala don Sigisfredo.
“El último tony: las vivencias del tony Cocoliche”
En sus memorias tituladas “El último tony: las vivencias del tony Cocoliche”, don Sigisfredo compila estos y otros retazos técnicos como libretos, datos sobre el tipo de carretas que se usaban para recorrer el territorio o los materiales con que se fabricaban las carpas de circo. También el porqué se rehúsa a ser llamado “payaso”, en la línea de los otros tonys que ya partieron como Chalupa, Maturana, Ñico, Chicharra, Rabanito, Pepino, Machaco, Bombilla o el recordado Tony Caluga.
Recorrió 14 países con su personaje, el del tony que dio nombre a su padre y a su hijo a lo largo de casi 120 años, dice. En circos grandes y pequeños, en poblados donde la única música que se oía era la del circo entrando por la calle principal en el sur profundo.
“Eran caseríos al borde de una línea del tren, a veces. Pueblos donde la gente aplaudía al ver por primera vez la luz eléctrica cuando encendíamos el generador a las 7 de la tarde, por ahí por 1945, calculo yo”.
El número más celebrado era una entrada llamada “El tribunal”, donde Cocoliche era el juez de un proceso que difícilmente podría hacerse hoy: el de un tony acusado de matar a su esposa por celos, dice, al que se juzga según la ley de quienes han nacido y se han criado en la ley circense.
“Como el reo es mudo, realizaba unas pantomimas muy chistosas, pero el policía a cargo era sordo y se comunicaba con canciones populares de la época como boleros y tonadas”, recuerda.
Tony Cocoliche en la Academia
Como estudiante, el tony saca buenas notas también. Desde el Diplomado en Artes Circenses en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, cuentan que Cocoliche llegó como alumno para certificar sus competencias. Pero que se quedó como maestro y poseedor de un inacabable repertorio de anécdotas, técnicas y metodologías dignas de registro.
Puede ser una espontánea clase sobre el material con el que se confeccionaban las carpas, la evolución del trapecio y sus aparatos o por qué los actos de fuerza capilar y de acróbatas colgados del cabello funcionan mejor con técnicas chinas de pelo seco respecto de otras antiguas artes rusas.
“Me impresiona que muchos de los compañeros/as que toman este curso son jóvenes y estén tan interesados en aprender circo. Yo por mi parte también valoro mucho saber más sobre técnicas de circo contemporáneo y la relación con el circo tradicional chileno”, cuenta Cocoliche.
Por su parte, el profesor y fundador del Circo del Mundo Chile, Bartolomé Silva, explica que cada vez que el octogenario tony toma la palabra, sus relatos fascinantes sobre el último siglo de circo y la vida comunitaria alrededor de la carpa capturan completamente las clases.
“Él es dueño de definiciones muy específicas e increíbles sobre la disciplina circense, datos e historia de la pista chilena que son muy, muy interesantes y que adoptan caminos como el trabajo de la corporalidad, la trayectoria o la riqueza patrimonial de un valor extraordinario para quienes hemos podido conocerlo”, explica Bartolomé Silva.
“Ningún circo podría resistir más cuarentenas”
Esta historia del circo chileno cuenta con un capítulo aparte en lo que el impacto de la pandemia, se refiere. El tony Cocoliche ha seguido con atención el trágico destino de los circos chilenos desde la irrupción del coronavirus en escena y cómo ha paralizado a las compañías. Tanto por la falta del público confinado, como por políticas sanitarias draconianas de funcionamiento y aforos.
“Ningún circo podría sobrevivir más cuarentenas con los aforos permitidos: ni los circos pequeños por las exigencias de reunión para sólo 50 personas por función ni los circos grandes que deben costear generadores de combustible o elencos numerosos. Nadie puede vivir de eso, ni siquiera los circos familiares, si consideras que un cuarto de lo ganado se va en mantenimiento. Ha sido algo muy dramático”, explica.
Muchos de sus conocidos históricos, cuenta, decidieron a pocos meses de las cuarentenas, no volver a dedicarse al circo.
“Partieron vendiendo sus utilerías, los vehículos o cambiando de giro porque se dieron cuenta que vendiendo verduras o comida preparada ganaban más. Otros se quedaron trabajando en el norte evitando las cuarentenas, pero no puedes sostenerte todo el año actuando en un mismo lugar sin sufrir desgaste. Quizás este año mejore la cosa, pero me cuesta ser optimista y es muy probable que los empresarios circenses, sin capital, deban guardar sus circos para siempre”, advierte don Sigisfredo.