Este 14 de enero se cumplen 72 años desde la promulgación del sufragio femenino universal, todo un hito para las chilenas de la época que desde 1934 venían exigiendo la igualdad de derechos no sólo frente a la urna, sino en todos los aspectos de la sociedad civil.
El debate comenzó en 1920 y tuvo diversos detractores: desde los partidos anticlericales e izquierdistas que creían que las mujeres tendían a simpatizar por el conservadurismo, hasta los mismos conservadores que miraban con desconfianza el ejemplo de las sufragistas europeas.
De acuerdo a Memoria Chilena, sitio web dependiente de la Biblioteca Nacional, esa y otras trabas retardaron el debate hasta 1934, año en que se aprobó el voto femenino para las elecciones municipales tras innumerables esfuerzos.
En 1941, un proyecto de ley sobre el sufragio universal e igualitario de las abogadas Elena Caffarena y Flor Heredia, dos voces y activistas fundamentales del feminismo chileno, fue rechazado sorpresivamente en el Congreso a pesar del apoyo del presidente Pedro Aguirre Cerda.
Sólo ocho años después la discusión dio origen en el parlamento a la ley Nº 9.292; una modificación de la ley general de inscripciones electorales donde se establecía que, por fin, la mujer tenía derecho a voto en las elecciones parlamentarias y presidenciales y, a su vez, el derecho a postular por sí misma a ocupar dichos cargos.
El logro no hubiese sido posible sin el trabajo del Movimiento Pro-Emancipación de las Mujeres de Chile (MEMCH) y la Federación Chilena de Instituciones Femeninas (FECHIF), pero tampoco sin el impulso de miles de chilenas que exigieron desde sus territorios una sola palabra: igualdad.
Historia de una liberación
Una de las que respaldó y participó de este hito fue Mercedes Jiménez Vega (96), quien ejerció su derecho a voto por primera vez en las elecciones presidenciales de 1952 que erigieron a Carlos Ibáñez del Campo.
“Me acuerdo que cuando ocurrió lo del voto, fue una algarabía muy grande. Las mujeres nos volvimos locas porque salimos de la esclavitud… Que la verdad sea dicha”, recuerda sin tapujos en diálogo con BioBioChile.
“Esto lo digo porque siempre fuimos el patio trasero del hombre… Con el voto, hubo una pequeña liberación de la mujer”, agrega.
Según sus recuerdos, el agitado debate al respecto no llegó a los niveles de la clase política actual. “Porque la gente era más tranquila, no había tanta tontera; había respeto, era otra cosa”, resume.
Lo que sí rememora nítidamente, es la resistencia que pusieron los hombres a la idea de igualdad electoral.
“Estaban reacios, siempre los hombres han sido más machistas, así que no les gustó mucho. Pero triunfaron las mujeres. Habían si personas que nos alentaban mucho en esos años”, cuenta.
Los padres, recuerda Mercedes, tampoco ayudaron demasiado: “Los mayores siempre se quedan calladitos… Los hombres no estaban muy de acuerdo, pero para nosotras era una alegría grande. Era una liberación para la mujer, que en esa época era el patio de atrás de la casa. Era una época muy machista”.
Por lo mismo, a 72 años de la hazaña, cree genuinamente que el país ha evolucionado en este aspecto. “Por el momento, creo que estamos bien, porque por lo menos la mujer tiene más libertad y se han preocupado más de una, porque antes el hombre les sacaba la mugre (a las mujeres), iban a Carabineros y no les hacían caso. Ahora hay más respeto para la mujer, porque sí somos todos seres humanos. Antes no, el hombre mandaba la cosa, ahora es más igualitario”.
No es suficiente
Tras la promulgación, vino una campaña nacional de los colectivos feministas para incentivar la inscripción en el Servicio Electoral.
En algunos rubros profesionales, fue requisito primordial que las postulantes estuvieran inscritas para optar a un puesto de trabajo. Los políticos, a su vez, comenzaron a incluir a las mujeres en sus discursos, aunque con un afán netamente instrumental: “Ya se sabía que estaban a la orden del día, esperando el voto de uno”, agrega.
Casada a los 15 años, para su primera votación Mercedes ya era madre. “Mi marido era muy bueno y me respetaba: me decía que ahora que votaba, yo lo iba a mandar a él”, dice entre risas.
Desde aquel entonces, adquirió un hábito que sólo fue interrumpido en la época de la Unidad Popular. “Yo votaba en Quinta Normal e hicimos una fila enorme una vez. Íbamos pasando tranquilamente al local, no había boche, nada, uno votaba tranquilamente y volvía a su casa, sin problemas”, explica sobre sus primeras experiencias democráticas.
“Yo votaba a consciencia mía, sin nada que me obligara. Si no me gustaba el candidato, no votaba y punto”, confiesa la chilena, testigo del arribo de Eduardo Frei Montalva a La Moneda en 1964 y de los fallidos intentos de Salvador Allende por conseguirlo antes de ser proclamado presidente.
Hoy, a sus 97 años, la chilena ve con buenos ojos los esfuerzos por alcanzar la paridad de género. “Estoy de acuerdo con eso, pero me gustaría que fuese gente preparada, con educación, no cualquiera… De la política actual, deberían tirar a la basura todos; deberían renovarse”, propone.
A su juicio, lo del 14 de enero de 1949 terminó siendo clave no sólo para la democracia del país, sino para su destino.
“La mujer piensa mejor que el hombre. Uno piensa en la comida, en los cabros, en todo. La mujer es la que saca a los presidentes, porque somos más mujeres que hombres en Chile”, reflexiona, y a la vez, envía un mensaje a sus contemporáneas: “Así que hay que pensar con la cabeza, no con los pies (al momento de votar)”.
Sobre el movimiento feminista, del que simpatizó en sus cimientos, es tajante pero también crítica: “Me gusta que sea un grupo grande y que hoy (en las elecciones) podamos elegir una persona que se merezca el puesto. Me gusta que sean trabajadoras, pero que no anden tonteando”.
Justamente en ellas proyecta sus deseos para el futuro de Chile, que mira con optimismo a pesar de la pandemia del covid-19 y la inequidad de género imperante. Para Mercedes Jiménez Vega, la consigna se sigue tratando del mismo principio que la gatilló: “Me gustaría que hubiese igualdad para todos, tanto para el pobre como para el rico, para hombres y mujeres, y que nos sepamos respetar. Eso lo hemos perdido”.