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Director de "Nadie sabe que estoy aquí": "Quería que la película tuviera una cierta oscuridad"

01 julio 2020 | 11:52

Su primer largometraje, “Nadie sabe que estoy aquí”, se estrenó la semana pasada directamente en Netflix y ya está entre las tres películas más vistas en Chile.

A los 36 años, Gaspar Antillo vive la experiencia de debutar en las grandes ligas del cine internacional con esta historia con mucho sabor local, rodada en bellas locaciones en Puerto Octay, a orillas del Lago Llanquihue, y un protagonista estadounidense con sangre chilena, Jorge García.

Allá, entre árboles frondosos y curtiembres de pieles de oveja, con la sola compañía de su tío (Luis Gnecco), vive Memo (Jorge García), un corpulento y desgreñado personaje que casi no habla y a menudo pierde la paciencia. Memo no tiene amigos y se refugia en la soledad del lugar. ¿De qué huye? Ese secreto será el eje de esta película íntima, que entra en punta de pies a la vida de Memo, tal como él, sigiloso, se cuela al interior de las casas de sus vecinos.

Gaspar Antillo, que estudió en la Escuela de Cine de Chile y dirigió cortos y grabó comerciales antes de debutar en el largometraje, quería contar la historia de “un personaje fracturado, que arrastra un pasado que lo ha llevado a vivir en el presente como un outsider. En ese pasado también hay un deseo latente, que tiene que ver con la música, y que para él también es una herida. Esa fue la premisa inicial, a partir de la cual fueron entrando los otros personajes”.

¿Este argumento tiene que ver con alguna vivencia tuya?
(R): No, creo que la idea que me interesaba era la soledad. Lo principal pasa por sentirse solo y traer un trauma que viene desde la infancia, no porque a mí me haya pasado algo así, sino porque me interesaba explorar ese mundo.

Y encontraste un actor que tiene un físico que encaja muy bien con el de Memo, porque se entiende que un personaje que vive así, escondido, haya desarrollado sobrepeso y sea muy hosco. ¿Cómo llegaste a contactar a Jorge García?
(R): Jorge llegó después. No pensaba en él cuando estaba escribiendo el guion, pero Jorge reúne cualidades que tienen que ver, además de la actuación, con el talento que tiene para el canto. Había un par de videos suyos dando vueltas, donde se lo oía cantar, y cuando los vimos, nos hicieron click. Así que acomodamos algunos aspectos de la historia para permitir la participación de Jorge.

Gaspar Antillo | Netflix

Entonces Jorge García terminó por calzar perfectamente con Memo…
(R): Claro, y está la voz, que es como su arma secreta, y cuando sale, uno comprende que, pese a la violencia o la rabia contenida, existe la sensibilidad dentro del personaje. Es un secreto que tiene él y que son pocos los que pueden percibirlo; de hecho, Marta es la única que percibe ese talento oculto.

¿Y cómo se involucró Jorge García en la película?
(R): Le mandamos el guion y obtuvimos una respuesta bastante rápida de su parte, donde nos decía que estaría encantado de hacer la película. Luego de eso, tuvimos largas conversaciones en reiteradas oportunidades, y él fue un gran apoyo, un “team player”, por así decirlo. Estuvo súper abierto a probar ideas, a experimentar, fue muy importante en el trabajo previo y en el resultado final de la película.

En la película se desliza una crítica hacia la televisión, o hacia los efectos de la popularidad mediática.
(R): Más que una crítica a la TV, creo que la película tiene que ver con lo que pasa hoy con las imágenes. Las imágenes actualmente no están solo en la televisión; están en las cámaras de los celulares, cuando nos tomamos una selfie y la mandamos, cuando nos grabamos en video en la calle o en la playa. Tiene que ver con las imágenes de nosotros que quedan perpetuadas en algún lugar.

Ahí entra ese video que Memo graba de modo muy íntimo con Marta (Millaray Lobos) y que detona todo el conflicto en la película.
(R): Y está el lente que observa a Memo a la distancia, y que puede ser la cámara de un periodista, la de un casting o el celular de alguien. Son las imágenes que grabamos y difundimos de nosotros mismos, que es algo que hoy se ha vuelto muy normal.

Las locaciones de la película en Puerto Octay son muy atractivas y contribuyen al desarrollo de la historia. ¿Pensaste en esos lugares desde un comienzo?
(R): Mi idea era que la película transcurriera en un lugar remoto en el sur. Por qué allá? Porque yo quería que Memo no fuera a esconderse a un lugar desértico, sino que el follaje de los árboles y las plantas también le sirvieran como un refugio. Y buscando locaciones apareció esta puntilla que existe justo frente a Puerto Octay, en el Lago Llanquihue, que reunía las características perfectas. Estaba ahí el taller, estaba el muelle, y el pueblo está al frente, de modo de señalar que estamos en un lugar apartado pero que existe vida alrededor.

Entre los valores técnicos, destaca la fotografía de Sergio Armstrong, que juega mucho a ocultar los rostros. ¿Cómo manejaron ese aspecto visual?
(R): Como el lugar es tan llamativo y es todo tan brillante, queríamos que hubiera un misterio y que no todo fuera tan evidente. La película tiene el tono de un cuento y queríamos que la imagen tuviera una cierta oscuridad de las cosas que no se dicen y las que no se cuentan, tanto a nivel narrativo como cinematográfico.

Gaspar, ¿qué es lo más desafiante de hacer un primer largometraje?
(R): La incertidumbre de hacer algo por primera vez. Imagínate todo lo que uno puede llegar a pensar antes de hacerla, y te pones ante distintos escenarios, si esto va a funcionar o no; y después, cuando llegamos a filmar, todo salió suúer bien, porque todo el equipo de producción y los actores estábamos muy cohesionados en el sentido de la película que queríamos hacer. Fue un rodaje de 24 jornadas, muy expeditas, porque estábamos todos en la misma.