Beatrice Ovalle, Flautista y Piccolista de la Filarmónica de Santiago, está desempeñándose como profesora en el Festival Internacional de Música Portillo, donde guía a alumnos especializados en instrumentos de viento para perfeccionarse y aprender de sus compañeros.
Beatrice Ovalle tiene amplia experiencia en enseñanza musical, lo que, junto a su enorme talento en la flauta y el piccolo, la llevaron a ser parte del Festival Internacional de Música Portillo, espacio que le permite compartir sus conocimientos y técnicas con alumnos de toda Latinoamérica.
Como parte de su primer concierto en Portillo junto a los destacados maestros latinoamericanos Pedro Salcedo (fagot), Gabriel Betancur (corno francés), Federico Curti (oboe) y Eugenio Urrutia (piano), Beatrice abordó un repertorio muy marcado por la tradición francesa. La flautista chilena conoce bien esta tradición, ya que estudió en tres de los principales conservatorios de París, y esto se refleja en el enfoque que aplica en su enseñanza.
“El estilo francés está muy presente, ligado a las corrientes artísticas, culturales e intelectuales que se vivían en la época de estos compositores. A raíz de este desarrollo, hay una escuela muy interesante sobre lo que es el concepto de sonido en Francia, la consciencia del cuerpo como instrumento resonador. La búsqueda de colores que nosotros encontramos en los flautistas más connotados de la época era inigualable, por eso fueron tan conocidos e influenciaron a otras escuelas como la norteamericana y en América del Sur también”, explica la flautista.
¿Cómo se enseña esta tradición? ¿Cómo se transmite a los alumnos que quizá no tienen una conexión con el origen de estos repertorios?
“Yo creo que lo fundamental cuando se abarca este repertorio es motivar a los alumnos a que tengan un estudio más completo del contexto histórico en el cual están interpretando la obra. Como músicos, tenemos esa responsabilidad, nosotros somos intérpretes de algo, de una historia, de una época y también de la vida del compositor. Para mí, eso es fundamental y trato de inculcárselo a mis alumnos. La preparación intelectual es tan importante como la preparación técnica que uno tiene.
En el momento en que los estudiantes toman consciencia de esa conexión con el repertorio, de hacerse cargo de su personaje, de qué rol está jugando su personaje en un quinteto, el discurso cambia y ellos comienzan a pasarlo bien tocando. En el momento en que se ponen a disfrutar y uno les recuerda que lo que estamos haciendo es una búsqueda artística, se dan cuenta que esto tiene mucho de poesía.
Obviamente, esto se puede lograr con la base de lo técnico ya desarrollado. Eso es algo que todos los alumnos de viento del Festival ya tienen, en un nivel muy interesante, entonces es muy fácil avanzar en ese sentido”.
¿Cómo ves el panorama de la música de cámara en Latinoamérica? ¿Hay distintos focos de aprendizaje? ¿Qué aporte ves desde Latinoamérica hacia el mundo?
“Yo creo que en Latinoamérica hay un potencial enorme de talento, pero muchas veces hay falta de oportunidades, de comenzar un instrumento en las mejores condiciones.
En Europa, el estudio de la música y del arte en general está mucho más ligado a la cultura. A mí me llamaba la atención que en los conciertos en las iglesias había señoras con bolsas del supermercado. Es algo que está muy integrado en sus vidas, es más cotidiano. El hecho de que en las escuelas los programas musicales estén integrados como algo fundamental para el desarrollo kinestésico, cognitivo e intelectual del niño ayuda mucho.
Yo trabajé en iniciación musical con niños de dos o tres años, y eso les aporta enormemente, porque las conexiones cerebrales que se necesitan para llegar a un proceso musical son gigantes. Tienes el ritmo, la parte emotiva, la parte sonora. Y eso es valioso para quienes quieren ser músicos, pero también para los que no quieren serlo.
Eso es algo que hay que desarrollar en Latinoamérica, pero de todas formas hemos crecido mucho en los últimos años en la región. Se está dando más acceso, más oportunidades para comenzar un acercamiento y estudio a las diferentes disciplinas artísticas desde más pequeños.
Pero aún falta mucho por avanzar. Que estos programas estén dentro de las escuelas, integrados, eso sería genial. Una figura importantísima en esto fue Jorge Peña Hen. Este gran señor hizo un proyecto hermoso, la generación de músicos chilenos que hay ahora nos debemos a la labor que hizo él, de abrir espacios para acceder a la música y para compartirla con otros.
Este tipo de aprendizaje, en un sistema colectivo, te abre la mirada y te motiva mucho más. Creo que esa es la mejor forma de vivirla, porque la música es interacción y esa es la manera más importante para aprender y progresar. Para mí, lo que gatilló dedicarme a la música fue eso.”
Se ve mucha colaboración en Latinoamérica, basado en festivales y circuitos que recorren varios países. ¿Cómo se está dando en Chile y qué importancia tiene?
“La colaboración se ve en este tipo de proyectos, de festivales que dan la instancia para que grandes profesores y maestros de otros países se interesen y colaboren con los talentos latinoamericanos.
Creo que el Festival Portillo es un ejemplo magnífico de colaboración, es una instancia muy interesante e importante que permite recibir a músicos para poder aprender. Están todos abiertos a compartir, a vivir la música desde un punto distinto a la competencia. Eso, que a uno le cansa y es una gran desmotivación, acá no existe.
Como maestros compartimos que, en las instancias de aprendizaje, la competencia se queda fuera. La idea es tener retroalimentación y aprender del otro. Ese es el motivo del Festival, la parte humana no tiene que ir separada de lo musical o técnico.
Me parece muy interesante que los vientos también puedan compartir con cuerdistas. Muchas veces uno se especializa demasiado y se encierra en su mundo con su instrumento. El hecho de poder escucharnos, ver clases y hacer preguntas es muy valioso. Para mí, debe ser así el aprendizaje.”