A sus 90 años, Alejandro Jodorowsky dedica hora y media diaria a sus 6 millones de seguidores en las redes sociales. “Un artista no puede avanzar buscando un público selecto”, afirma el director chileno, a punto de estrenar su último documental.
“Jodo” conserva intacta su mirada jovial y su sonrisa casi infantil, mientras departe en su apartamento de París repleto de libros sobre Psicomagia, un arte para curar, una cinta que pretende demostrar con casos concretos cómo esta terapia que él mismo inventó ayuda a personas a superar sus traumas.
Se estrenará en Francia el 2 de octubre, en paralelo con una retrospectiva que le dedicará la Cinemateca Francesa en París a partir del próximo lunes.
Como su última película, Poesía sin fin, este documental fue financiado mediante un ‘crowdfunding’ a partir de donaciones de unos 10.000 seguidores en internet que respondieron al llamamiento de esta figura del underground.
“La gran dificultad en el cine es el productor”, afirma Jodorowsky, que durante toda su vida ha hecho de la libertad su bandera, creando un cine de autor delirante, barroco y ‘sanguinolento’.
Sus tres primeras películas en los años 1970 (Fando y Lis, El topo, La montaña sagrada) fueron financiadas mediante donaciones. “Pero no pude seguir haciéndolo porque se hicieron conocidísimas y entonces vinieron las prohibiciones, los ataques (…) Y me quedé sin mecenas”, dice.
“Me dije, ya no puedo trabajar si no creo en mi propio público que me de el dinero. Me demoré 20 años”, agrega este artista polifacético, autor sobre todo también de cómics de ciencia ficción.
Romper la cabeza ‘simbólicamente’
Admite no obstante las limitaciones del ‘crowdfunding’, al haber tenido que abandonar el millonario proyecto de rodar una secuela de El topo, un wéstern psicodélico que escandalizó a parte de la crítica.
A los protagonistas de Psicomagia también los encontró en las redes sociales. Un hombre que fue abusado por su padre, una mujer traumatizada con la regla, otra por el suicidio de su prometido… Todos ellos acometen actos difíciles para superar sus traumas, como el joven que con un hacha destroza unas calabazas que llevan las fotos de sus familiares.
“La gracia es romperle la cabeza a tu madre, simbólicamente”, explica.
Para este amante del Tarot y estudioso de la psicología que ha tratado “a miles de consultantes” (pacientes) gratuitamente, la psicomagia completa el psicoanálisis. “La palabra es buena para investigar qué pasa, pero no cura, el acto sí”.
Jodorowsky se aplica también la psicomagia a sí mismo, como recientemente con su película que considera “fallida”, El ladrón del arco iris, de 1991, con Peter O’Toole, Omar Sharif y Christopher Lee. “No quería vivir con eso”, y ahora la acaba de montar de nuevo.
Fin de un ciclo
La nueva versión será mostrada en la retrospectiva que le dedicará la Cinemateca Francesa.
Jodorowsky regresará así a ese lugar 45 años después de que el centro presentara La montaña sagrada, su primera película estrenada en Francia.
“Querían pasarla en un cine en los Campos Elíseos. Yo exigí que fuera en la cinemateca para darle calidad de arte, no de industria. Y lo logré. Fue una maravilla”, recuerda el cineasta para quien con esta retrospectiva “cierra un ciclo”.
Pero eso no significa un punto y final. Gracias a un mecenas mexicano y a las ayudas públicas que espera recibir del Estado francés, Jodorowsky planea rodar el año que viene Viaje esencial, la tercera parte de su autobiografía, después de Danza de la realidad y Poesía sin fin.
Entretanto, sigue en contacto con sus hordas de seguidores en Facebook, Twitter e Instagram, con quienes comparte sobre todo ideas filosóficas y existenciales.
“Si yo soy un artista y me quedo en mi isla buscando un público selecto no voy a avanzar, porque éste no necesita ayuda del arte, ya se siente muy seguro. Mientras que el arte es curativo y tiene una finalidad vital”.
Y a la inversa, ¿qué le aportan estos millones de jóvenes? “La vida”, asegura.
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