La ex Ministra de Cultura, evalúa desde el otro extremo de la administración del arte (a cargo del Teatro Camilo Henríquez) dónde fueron a parar las decisiones estatales en materia de generación de audiencias y espacios. “El gran paso que dimos fue convencer a este país acerca de la necesidad de crear infraestructura cultural a nivel nacional”, sostiene.
Por Carlos Salazar
Desde que fue ministra presidenta del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes durante el primer Gobierno de la presidenta Michelle Bachelet, el recorrido de la actriz Paulina Urrutia la llevó –por el camino de la interpretación- de vuelta al otro extremo de la esfera cultural institucional. Hoy como directora artística del Teatro Camilo Henríquez, administra el programa de esta legendaria sala emplazada en el edificio del Círculo de Periodistas de Chile.
El malabarismo para llenar salas sigue siendo un trabajo de tiempo completo, pero asegura que se están cosechando frutos de una gestión estatal que creció en espacios para acceder a la cultura, apoyo a nuevas disciplinas y exponencialmente en la formación de audiencias a quienes estaban dirigidas gran parte de las gestiones culturales de las últimas dos décadas, incluida la cartera que ejerció entre 2006 y 2010. “Estoy muy contenta porque, poco a poco, el gran paso que dimos fue convencer a este país acerca de la necesidad de crear infraestructura cultural a nivel nacional. Hoy, desde la administración de un teatro como el Camilo Henríquez, veo cómo funcionan estas alianzas entre distintos espacios y cómo se van conformando justamente estos requerimientos. Las salas pequeñas como las nuestras pueden optar a tener la mayor cantidad de estrenos posibles y los espacios más grandes, con su financiación pueden permitirse un mayor acceso de la ciudadanía a esta oferta”, destaca Urrutia en medio del celebrado Ciclo de Nuevas Directoras que, desde julio, reúne a realizadoras consagradas y novísimas.
Esta serie de obras que abarcó “La Torre” de Stephie Bastías, “Diálogos en torno a la belleza” de Ana Luz Ormazábal y “Recuerdos incompletos de un reloj” de Coca Duarte; tres narrativas diferentes, con enfoques comunes, pero desarrollos anclados en diversas estéticas y planos históricos. Antes de esto, la sala de Amunategui recibió un ciclo de autores dedicado a Carla Zúñiga con “El amarillo sol de tus cabellos largos” de la Compañía La Niña Horrible y “Yo también quiero ser un hombre blanco heterosexual” de la Compañía teatro del Antagonista donde se visibilizaron obras sobre la marginalidad y la necesidad de ser parte del poder y no su víctima.
Urrutia dice que esta programación ha movilizado a un público que siente una conexión con una curatoria teatral editorializada y no de obras temáticas reunidas en temporadas que olfatean las tendencias. “Se ha producido un curioso efecto de fidelización con un público que no solo va en busca de una buena obra, sino que va siguiendo lo que le interesa ver e incluso le es fiel a autores y referentes”, agrega.
“Un teatro lleno de sentido y de visión”
Sobre la convocatoria de estas mujeres autoras y directoras, explica que rondaban en la escena teatral una serie de obras que vivían una segunda vida con remontajes muy exitosos. Todos tenían poco tiempo de exhibición y exigían una nueva oportunidad en una sala céntrica y con capacidad. “Realizamos esta convocatoria en la que ofrecimos a estas compañías esta vitrina. En ella, nuestra sala cobra sólo un 30% de los tickets vendidos. La sala Camilo Henríquez es la única que lo hace, también suele pasar en algunos festivales, pero esta lógica no es la de hacer negocio sino la de ofrecer posibilidades de sustentabilidad a creaciones muy buenas que lo merecen. La gente espera alianzas en beneficio del público y no competencia cuando se trata de la cultura. Competencia comercial hay en todas partes, pero el arte debe operar con otras lógicas orientadas a la ciudadanía y el desarrollo de la sociedad”, señala.
A continuación destaca cómo inciden estas obras de joven dramaturgia femenina en este entorno cultural. En el caso de “La Torre”, define entusiasmada las nuevas miradas de una autora con mirada fresca. “El teatro de Stephie Bastías es realmente un lujo. “La Torre” es un montaje espectacular. Impresionante en su manejo escénico, con actuaciones extraordinarias que están puestas al servicio de una obra de terror. Hemos quedado fascinados de que esta chica de apenas 26 años sea capaz de crear un dialecto que juega con la traducción simultánea, lo que pasa en escena y lo que te transmite al mismo tiempo”, dice sobre un género que asegura sólo haber visto en el cine.
Sobre “Diálogos en torno a la belleza” de Ana Luz Ormazábal, una consagrada en su propia ópera y antimétodo, la directora considera que mezcla el teatro performático y la ficción pura en una conferencia dedicada a la cuestión de la belleza a cargo de actores de la Universidad de Chile. “Está tan bien ejecutada que sacude al espectador en un juego permanente del lenguaje y la historia que enlaza muy bien con las otras dos obras”, cree. En “Recuerdos incompletos de un reloj”, de Coca Duarte, la ficción está basada en un testimonio de un ex agente represor de la dictadura que recrea el momento más oscuro de nuestro pasado reciente a partir de un objeto que reconstruye su relación con su hija y el país del que fue parte. “Si te fijas, en cada caso hay teatro contemporáneo, teatro chileno y visiones sobre el escenario que, sin embargo, son totalmente distintas. Con gran riqueza en la ejecución de mujeres muy, muy talentosas y de una visión amplísima”, observa Paulina Urrutia.
Visiones de mundo que siguen ampliándose con el próximo estreno de “2118, Tragedia Futurista” de La Patogallina en septiembre para dar abasto de un público que regresa al teatro en busca de conexión con su entorno y su historia, insiste la ex ministra. “La oferta teatral en general en Chile está sabiendo leer muy bien a la comunidad y eso es algo muy gratificante desde la programación. No es un teatro encerrado en sí mismo, mirándose el ombligo. Está creando arte para entregarlo al público y este, a su vez, quiere vivir emociones de manera colectiva. El teatro lo que está haciendo es hacernos comprendernos y mirarnos no solo desde lo individual. El teatro chileno está, más que nunca, lleno de sentido y de visión”, reflexiona Urrutia.