Con Gabriela Mistral como mentora, la poeta Olga Acevedo (1895-1970) permanece en ese espacio de lamentable recurrencia entre quienes han sido y son grandes de la poesía Latinoamericana, pero también arrastrados por el tiempo, el descuido lector y el silencio.

Por Marcel Socías Montofré

Por eso es que se celebra el feliz rescate de Ediciones UC –con María Inés Zaldívar Ovalle como editora- en la edición de sus Obras Completas y con esa voz de Olga Acevedo donde aparece “una mujer meditativa en el fondo infinito del silencio…”, tal como ella misma confiesa y explica en su búsqueda de algo más allá que lo absoluto. Algo más cercano al misterio.

“La verdadera felicidad del hombre adelantado lleva por complemento ineludible e indispensable la felicidad de los demás”, nos advierte también Olga Acevedo en los Cantos de la Montaña.

Y casi como en un hermoso haiku panteísta añade simple y pausadamente que “el alma adelantada no discute a Dios. Lo siente”.

Sin duda se trata de una obra donde prima un sentido poético espiritual de concebir el mundo. Pero una espiritualidad más cercana a la Madre Tierra. Poemas que dan cuenta y prefiguran la visión de una deidad femenina en los poemas de Olga Acevedo.

Por cierto que también se agradece una creencia que si bien es profunda, acepta las diferencias. Incluso desde la marginalidad. De modo tal que su verso disfruta de mayor libertad de expresión en un lenguaje donde Olga Acevedo recupera el carácter sacramental de la palabra.

Una de las grandes poetas latinoamericanas Olga Acevedo. Incluso a juicio de Pablo Neruda “nadie la pudo amar en vano”. Mientras Gabriela Mistral la elogia y la admira al decirle que “usted, como yo, quiere mucho a su Buda, pero no suelta la mano de N.S.J.C., y tiene un furioso internacionalismo, pero es solo Chile lo que le resuma el corazón”.

O como advierte la propia Olga Acevedo en La Violeta y el Vértigo: “¡Todo es maravillosamente cierto y fulminante!”.