Violenta, agresiva y descarnada es la metáfora que utiliza el dramaturgo tocopillano Toño Jerez Pérez para referirse a la condición de la mujer en la sociedad patriarcal.
Por Leopoldo Pulgar Ibarra
Aunque en la jerga cotidiana “vaca” implica un insulto, el título de la obra –junto con señalar un menoscabo de la dignidad, una conducta resignada y el espíritu gregario de mujeres y hombres- alude también a la pasividad de quienes son propiedad de alguien desde el nacimiento hasta el matadero.
Son percepciones iniciales sobre una propuesta escénica, cuya posición feminista enfatiza lo colectivo, junto con el reclamo de mujeres víctimas de abuso histórico, decididas a tomar las riendas de sus vidas.
Privado y público
“Las vacas…” la protagonizan cuatro mujeres que exhiben en sus cuerpos la violencia que han sufrido no sólo a nivel intrafamiliar, cuyas referencias son casos reales.
Tal vez aquí resida lo más relevante del punto de vista de la obra: que el peor maltrato de la mujer no se da sólo en el marco de sus relaciones con los hombres.
Sin dejar de lado el ámbito privado, el autor conecta la situación de violencia que viven las mujeres con la infra y superestructura imperante, tanto o más cruenta que la originada en la intimidad, cruzando el feminismo con una visión de género, social y económica.
Así como las vacas forman parte del patrimonio de un propietario que hace y deshace con su producción y sus cuerpos, la obra concibe a las mujeres como propiedad y al arbitrio de un amo.
Una postura que se incrusta en cierta corriente que define el feminismo como instrumento insurreccional por sí mismo, con capacidad para subvertir la sociedad, incluso contra los hombres o, en el mejor de los casos, sin considerarlos, como si no los implicara también.
Tras este objetivo, con la dirección de Ingrid Leyton, la obra se sumerge en un territorio donde la pobreza material y un grado de riesgo físico constituyen un poderoso lenguaje escénico y una conmovedora experiencia para el elenco y los espectadores.
El piso del escenario es la tierra que tiene sectores húmedos y barrosos, donde se mueven y recuestan en momentos Rosa Ramírez, Micaela Sandoval, María Elena Ovalle y Thais Ferrada.
Un entorno real, el espacio que antes cubría una carpa que la autoridad obligó a sacar porque entorpecía la visión de la casa de una Zona Típica que el Gran Circo Teatro tiene en comodato.
Así, a la intemperie, con la visión de la calle y sus ruidos, y un ambiente escenográfico con ropa colgada de fondo, aromas de hierbas y mínimos recursos técnicos, las actrices vibran, denuncian, reaccionan y estremecen al público.
Un contraste agudo con un texto poético que cuyo lenguaje suena rebuscado, aunque presione temas y conflictos de profunda contemporaneidad.
A esto se agregan algunos códigos rituales de identidad colectiva, con un elenco que parece constituir un solo cuerpo vulnerado de animales en rebaño rumbo al matadero que sólo pueden mugir y/o mirar lo que sucede desde detrás de las ventanas.
Hasta que toman iniciativas.
Hasta el 27 de enero.
Sábado y domingo, 21.30 horas.
Entrada general $ 5.000; tercera edad y estudiantes $ 3.000.
Centro Cultural Gran Circo Teatro
República 301.