En una etapa en que el desprecio hacia la política se extendió como mancha de aceite, vale la pena volver a mirar el sentido histórico de la política socialista a lo largo de cuatro décadas, con vistas a la plena reimplantación de la democracia. De paso, ello servirá para conmemorar con mayor objetividad lo que ha sido su contribución determinante a la justicia social en Chile, ahora que llegamos a su 83º Aniversario.
En efecto, la Dirección Política en la clandestinidad, encabezada por los recordados compañeros Exequiel Ponce, Carlos Lorca y Ricardo Lagos Salinas, señaló ya en Marzo de 1974, que derrotar la dictadura de Pinochet hacía necesaria la formación de un Frente Antifascista, en el que confluyeran las fuerzas políticas de izquierda y de centro en un esfuerzo estratégico que permitiera recuperar la democracia.
Como se sabe, la confrontación entre la izquierda, agrupada en la Unidad Popular, y la Democracia Cristiana, constituyó un factor que coadyuvó en grado decisivo a la implementación de la estrategia golpista, diseñada por la derecha para acceder al poder mediante el cruento golpe de Estado del 11 de Setiembre de 1973.
Fue así que la reiterada violación de los Derechos Humanos y la crueldad del terrorismo de Estado, crearon los primeros encuentros de lo que vendría a ser, en la Concertación política que se forjo desde entonces, el ejercicio de ideas pluralista y de entendimiento estratégico entre fuerzas diversas, más importante de la historia de Chile, después de la Independencia Nacional.
Quienes no vivieron ese tiempo, no tienen esa vivencia o los que olvidan que Pinochet obtuvo en el plebiscito del 5 de Octubre de 1988 cerca del 45% de la votación nacional, sumado además el control del Ejército y el respaldo fanático de centros claves del poder político y económico, como la UDI y poderosos grupos fácticos.
Si tales factores son omitidos, se cae en la tesis refundacional que fuera de la historia tal como fue, se presenta como inobjetable. Además, la derecha logro retener después, en los comicios posteriores, una ancha base electoral por encima del tercio de la representación electa.
Aunque resulte paradojal, ignorar tan compleja situación y la correlación de fuerzas que de ella surgió, conlleva creer que el dictador se fue porque así lo decidió, en un momento de “bondadoso” abandono de su afán de perpetuación y no por el impacto de su derrota institucional y política generada por la lucha del pueblo de Chile. Sin darse cuenta, la ultra izquierda enaltece a Pinochet.
Mi conclusión es que sin el quiebre que provocaron en el receso político y en el control dictatorial del país, las jornadas nacionales de protesta social, así como sin la acumulación de fuerzas y la ruta de gobernabilidad que generó la Concertación por la Democracia, no habría sido posible la derrota de Pinochet, el que en otras condiciones, habría maniobrado para ignorar el efecto institucional y el sentido político del triunfo del NO, generando cualquier variante de prolongación de su poder personal y del tutelaje militar que su régimen político pretendía imponer en Chile.
En tal periodo histórico, no obstante estar dividido en múltiples orgánicas, en el socialismo chileno no hubo duda alguna y todos los socialistas nos volcamos, con dientes y muelas, a entregar un grano de arena a fin de concretar el gran propósito de terminar la dictadura. Por eso, inmediatamente después del triunfo del NO, el socialismo chileno dio lo mejor de sí para el logro de los objetivos de los Gobiernos democráticos de la transición chilena.
La responsabilidad de hacer un buen Gobierno y dar estabilidad a los cambios, evitando la improvisación y el populismo, se articuló con la voluntad de actuar con la mayoría, de eludir el espejismo que ve una multitud donde no la hay y sólo se capta el grito incondicional de los más cercanos adherentes. Para que las reformas estructurales fueran duraderas y el cambio social sólido, se requirió la mayoría social y política que los sostuvieran.
Con tal convicción, el socialismo chileno evolucionó y se configuró en un protagonista central de la transición, como articulador de la voluntad democratizadora de un arco de fuerzas sin precedentes en la vida política del país.
Que el proceso fue más lento de lo pensado, calculado o deseado por los demócratas chilenos, no cabe ninguna duda. Hay que reconocer también que hubo algunos que le tomaron el gusto al modelo, cayendo en el afán utilitarista propio de la soberbia del dinero.
Pero, de ahí a desconocer el carácter del régimen político, caricaturizando como “post dictadura” o semi-democracia.
Lo que es una democracia propiamente tal, resulta ser una idea definitivamente fuera de la realidad. Parece que hay personas que aún no se informan que el Partido Comunista participa a título pleno en el Gobierno del país.
Lamento que diversos dirigentes históricos, con fuerte presencia en este proceso, ahora no puedan defender y realzar en su mérito, objetivamente y sin exageración ninguna, el valor que adquirió la política socialista de lucha y no sumisión al régimen dictatorial y de amplia unidad democrática, la que posibilitó una alternativa política, cuyos logros son manifiestos e indudables en este periodo histórico.
Se ha llegado a la paradoja que en la derecha, con gran oportunismo por cierto, haya quienes se quieran vestir una vez más con ropa ajena. Muchos que fueron obsecuentes hasta el final con el dictador se pretenden cubrir ahora con los aciertos del proceso de reinstalación de la democracia.
Son méritos que a la derecha no le pertenecen, pero advierten el vacío creado por la presión refundacional que inhibe a muchos que debiesen hablar y no lo hacen. Se nota el espíritu de secta y la intolerancia que se ha difundido desde la ultra izquierda, que trata como neoliberal o entreguista todo lo que no sea de su agrado.
Muy por el contrario, en el socialismo chileno, la política de unidad y lucha, le permite contar con un patrimonio histórico al que no podemos renunciar y el que tampoco podemos abandonar.
Desde Luis Emilio Recabarren en adelante, en las luchas de la izquierda chilena se tuvo presente su historicidad, es decir, su anclaje al periodo histórico en que ocurren y la determinación que el mismo contexto impone a la teoría y la práctica de los actores involucrados en el curso de ese proceso histórico, donde no hay seres sobre dotados o mesías infalibles que adivinen lo qué va a pasar y tenga respuesta a todo, cuando algún individuo se presenta con tales ínfulas no resulta ser más que un charlatán o un vendedor de ilusiones.
Ante las jóvenes generaciones de luchadores es válido citar al escritor chileno, Manuel Rojas, libertario en su propia definición, que nos dejará en su obra “La oscura vida radiante”, una precisa sentencia “la historia no se hace a gusto de uno y a la hora que uno pide”.
En suma, mi afirmación es clara, sin la unidad de los demócratas chilenos no habría sido posible concluir la etapa dictatorial y restaurar la democracia.
Por ello, reivindico el valor de la lucha de los socialistas en este periodo histórico y rechazo la tesis refundacional de los que miran la historia, desde la auto referencia y la ven desde cuando ellos llegaron, desconociendo la contribución, heroica y decisiva, de quienes en la clandestinidad, desde el 11 de septiembre en adelante, abrieron el camino a la libertad en Chile.