La presidenta izquierdista de Brasil, Dilma Rousseff, amanece este lunes más arrinconada políticamente que nunca, un día después de que manifestaciones de proporciones históricas reclamaran su salida del poder en las calles del gigante sudamericano.
Más de tres millones de personas, 1,4 en Sao Paulo, según las cifras de la policía, formaron este domingo una impresionante marea opositora verde y amarilla, que serpenteó por un Brasil golpeado por la recesión económica y hastiado de ver cómo las escandalosas revelaciones sobre el megafraude a Petrobras manchan de corrupción a la élite política y económica del país.
La oposición esperaba una movilización masiva en las calles para hacer presión sobre los diputados indecisos, que deberán pronunciarse a favor o en contra del impeachment de la presidenta, reelegida en 2014.
Y estaban llenas.
“El peor escenario”
El dramático fin de semana de Rousseff ya había comenzado mal: el sábado, la gran formación centrista PMDB, pilar imprescindible de la coalición de poder dirigida por el Partido de los Trabajadores (PT), se dio un plazo de 30 días para decidir si sigue en el gobierno o abandona a su suerte a la presidenta.
Primera fuerza parlamentaria del país, el Partido Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) está muy dividido entre los miembros a favor de mantener el pacto de gobierno, y una corriente cada vez más numerosa que apoya un divorcio potencialmente fatal para Rousseff.
En su convención, el PMDB reeligió como su líder al vicepresidente de la República, Michel Temer, que sería el encargado de asumir la jefatura del Estado hasta las elecciones de 2018, en el caso de que Rousseff fuera destituida.
“Fue un fin de semana muy malo para el gobierno. Las manifestaciones se mostraron muy poderosas, mayores que en 2015. Es el peor escenario posible”, dijo a la AFP Sergio Praça, politólogo de la Fundación Getulio Vargas de Rio de Janeiro.
“Lo ocurrido va a tener, sin ninguna duda, un impacto real sobre el proceso de impeachment. El precio de apoyar ahora a este gobierno es muy oneroso y los políticos captan eso. Nadie va a querer hundirse junto al PT”, añadió.
Dilma Rousseff vive desde diciembre bajo la amenaza de un juicio político impulsado por la oposición en el Congreso, que acusa a su gobierno de haber maquillado las cuentas públicas en 2014, año de su reelección.
Frenado por el Supremo Tribunal Federal (STF), el proceso quedó congelado por las vacaciones del verano austral, después por el Carnaval. Aunque este miércoles el organismo debe fijar definitivamente las reglas del procedimiento.
El presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha (PMDB), adversario frontal de Rousseff, ya anunció que sólo espera la luz verde de la Corte para retomar las hostilidades.
La presidenta, de su lado, se reunió con los principales miembros de su gobierno en la noche domingo en Brasilia para analizar la situación.
Aunque la batalla no está necesariamente perdida para Rousseff. En especial, porque la oposición no ha encontrado la fórmula para un eventual ‘post-Dilma‘.
Su líder, Aecio Neves, no es un adepto incondicional a un impeachment que colocara automáticamente al PMDB en el poder hasta 2018.
La carta Lula
La semana pasada, el presidente del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB, centro-derecha) prefirió invitar a Rousseff a dimitir, “en un gesto magnánimo, de generosidad por el país”.
Otra opción que beneficiaría a Neves sería que la justicia electoral quebrara el mandato de Dilma Roussef y del vicepresidente Temer por haber financiado presuntamente su campaña de forma ilegal con fondos desviados del fraude a Petrobras.
En cualquiera de los casos, se convocarían elecciones inmediatamente y él partiría como favorito.
Pero el proceso en curso en el Tribunal Superior Electoral (TSE) es todavía más lento, y de resultado aún más incierto, que el de la destitución.
Rousseff, por su parte, afirmó rotundamente el viernes que no tenía “ninguna intención” de renunciar.
La presidenta, sin embargo, sólo tiene una carta para tratar de invertir la situación: su mentor y predecesor Luiz Inacio Lula da Silva (2003-2010), con el que dijo el viernes sería “un gran orgullo” contar en su gobierno.
Ex obrero metalúrgico y líder sindical, presidente del milagro socioeconómico brasileño de la década pasada, Lula posee un carisma y un talento político incomparable en Brasil.
Aunque sus recientes problemas judiciales han enturbiado su imagen. Y su entrada en el gobierno, que le protegería de la justicia ordinaria, podría interpretarse como una huída.
Lula, que se plantea ser candidato a la presidencia en 2018, todavía no ha dado su respuesta.