Ronald Reagan no es precisamente mi tipo de presidente favorito. Fuera de ser inflexible en temas considerados “valóricos” como el aborto, se dedicó a desarrollar el arsenal más terroríficamente masivo de armas nucleares que el planeta haya visto. Fue durante su mandato que surgió la alusión a “el botón“. Ese con el que se podía acabar el mundo.
Claramente si a Reagan no le faltaba algo, era determinación.
Por eso quizá no debiera extrañarnos que también fuera durante su mandato que se tomara una de las decisiones más duras que jamás se haya tomado en ninguna otra nación: el despido de más de 11.000 funcionarios públicos en huelga.
En realidad fueron 11.345 para ser exactos. Fue a comienzos de agosto de 1981, cuando el sindicato de trabajadores de controladores aéreos de Estados Unidos, la Patco (Professional Air Traffic Controllers Organization), declaró una huelga nacional en busca de mejoras salariales, reducción de su horario laboral y dejar de ser considerados funcionarios públicos lo que -entre otras cosas- hacía ilegal su protesta.
Para Reagan la situación era bastante irónica. Pese a ser Republicano, había apoyado el derecho de los trabajadores a sindicalizarse y exigir mejoras en sus condiciones laborales, como el más izquierdista de los demócratas. La razón estaba en su pasado, ya que durante su carrera en Hollywood organizó en 1952 la primera huelga de actores que, tras una paralización de dos meses, logró ordenar una situación por entonces bastante precaria.
Esta fama llevó a que incluso la propia Patco apoyara su campaña presidencial en vez de favorecer la reelección del demócrata Jimmy Carter. Y al inicio todo pareció andar de maravillas. Incluso Reagan llegó al punto -inédito hasta entonces- de ofrecer directamente un aumento de sueldo a los controladores aéreos, para evitar que escalaran a un conflicto.
Pero la Patco no estaba para recibir nada más unas chauchas. Con más de 13.000 miembros afiliados, se sentían con el suficiente poder para ir por más. Después de todo, en 1970 ya le habían doblado la mano incluso a Nixon, con más de 2.000 controladores aéreos reportándose “enfermos” para no vulnerar la ley federal contra las huelgas de trabajadores públicos.
Podría decirse que por entonces sus demandas eran justas: se mejoró la tecnología con que trabajaban, se aumentó la capacitación de los controladores (a un curso que requería cerca de 3 años) y por cierto, se aumentó progresivamente su sueldo.
Esto llevó a que ocupar una silla en la torre de control de un aeropuerto se convirtiera en una opción de vida bastante atractiva. Según el profesor de historia de la universidad de Georgetown, Joseph McCartin, pronto se vio a los controladores aéreos como una forma rápida de ganar dinero y alcanzar un estatus que sobrepasaba la clase media sin necesidad de ir a la Universidad.
Si ya teníamos eso… ¿por qué no conseguir algo más?
Para 1981, la Patco ni siquiera se molestó en fingir que estaban enfermos. Pese a que estaba prohibido por ley, sus 13.000 trabajadores se declararon en huelga y dejaron en tierra al transporte aéreo de carga y pasajeros del país. Después de todo, desde 1962 habían ocurrido 32 huelgas ilegales de funcionarios públicos, sin que ninguna administración se atreviera a desafiar sus movimientos pese a que la ley los respaldaba.
Pero la Patco había subestimado la firmeza de Reagan. Superado por su interés en demostrar fuerza ante los soviéticos en una cada vez más friccionada Guerra Fría, el presidente respondió con un ultimátum ese mismo día: vuelvan al trabajo en 48 horas o todos serán despedidos.
¿Qué acaso hablaba en serio? Imposible. Sólo debían ser bravuconadas. Nadie se atrevería a despedir a un estamento público completo, y menos aún a uno de funcionarios con labores especializadas.
Sólo 1.300 de los huelguistas regresaron a sus puestos de trabajo. Cumpliendo su palabra, dos días más tarde, Reagan invocó la normativa federal y no sólo despidió a 11.345 funcionarios, sino que les prohibió volver a ejercer un empleo en el aparato estatal de por vida.
Como imaginarán, la situación no fue fácil de resolver. Se tuvo que recurrir a reemplazos, supervisores, controladores militares e incluso realizar cursos de capacitación intensivos para retomar el tráfico aéreo. Aunque la Administración Federal de Aviación de Estados Unidos aseguró que le tomó sólo 2 años regresar el sistema a la normalidad, en realidad se requirió una década y una inversión de miles de millones de dólares para regularizarlo en su totalidad.
Sin embargo Reagan logró su cometido. Envió una señal de dureza que impresionó incluso a los líderes soviéticos, y de paso se aseguró de que ningún otro estamento del aparato público de la Unión se sintiera con el derecho de realizar una huelga. Jamás.
La ironía final, sin embargo, fue que la medida tomada por Reagan a la larga tuvo más impacto sobre los trabajadores del sector privado, a los que el antiguo cowboy de la pantalla grande se había encargado de defender, que sobre los del sector público.
“El Presidente invocó una ley que le permitía declarar vacantes los puestos de trabajo de empleados públicos y que nadie pensó que tendría el valor de utilizar, menos en aquella escala. Pero como saben Reagan triunfó, aunque aún más importantes fueron las consecuencias en el sector privado, donde los empleadores -hasta entonces- no habían tenido el valor de despedir a los trabajadores que se declararan en huelga”, concluyó sobre el tema el economista Alan Greenspan, al analizar la política del hombre fuerte que contribuyó a crear los sindicatos y hasta cierto punto, acabó por destruirlos.