Sobresalientes resultados en lo musical y escénico tuvo la noche del lunes el debut en nuestro país de “La carrera de un libertino”, que se estará presentando hasta el martes 28 en el Teatro Municipal de Santiago.
Por Joel Poblete
Un nuevo hito para agregar al listado de óperas del siglo XX que en las últimas décadas ha estado incorporando a su repertorio el Teatro Municipal de Santiago es “La carrera de un libertino” (“The Rake’s Progress”), de Igor Stravinsky, que tuvo su debut en Chile la noche del lunes, más de seis décadas después de su debut mundial (se estrenó en Venecia en 1951). Como tercer título de su temporada lírica, el escenario capitalino la estará presentando en seis funciones con dos repartos, y al menos en la primera función del elenco internacional los resultados fueron sobresalientes.
Divertida comedia que alterna la sátira y la crítica social con elementos dramáticos, esta obra cuenta con un lúcido e inspirado libreto del prestigioso escritor W. H. Auden, elaborado en conjunto con Chester Kallman. A esas alturas de su carrera, cuando aún le quedaban dos décadas de vida, Stravinsky se encontraba en su período neoclásico, por lo que a diferencia de lo que más de un espectador podría esperar de una ópera suya, acá en vez del intenso, arcano y por momentos salvaje sonido de “La consagración de la primavera” que tanto impactara a las audiencias en 1913, lo que se escucha en esta partitura es muy diverso: melodías delicadas, juguetonas y encantadoras que por momentos homenajean -o parodian- las composiciones de autores del siglo XVIII como Mozart, incluyendo característicos números solistas y hasta momentos en que los cantantes son acompañados en sus diálogos por el característico sonido del clavecín.
Pero lo que podría ser sólo una pieza de museo y llena de citas musicales para los más entendidos, se siente muy viva y vigente aún en la actualidad gracias al sentido teatral que desarrolla la obra, y que tan bien refleja la atractiva y lograda puesta en escena de un equipo trasandino comandado por el director teatral Marcelo Lombardero, e integrado por Diego Siliano a cargo de la escenografía, Luciana Gutman en vestuario y José Luis Fiorruccio en iluminación. Los mismos responsables de “Rusalka”, el otro estreno en nuestro país que en mayo inauguró la temporada lírica del Municipal. Pero a diferencia de ese montaje, que incluía distintos elementos mezclando aciertos con algunas ideas que no convencían por completo, en “La carrera de un libertino” el resultado es muy estimulante y positivo.
Una de las tendencias de los montajes operísticos contemporáneos que siempre genera divergencias y hasta polémicas y rechazos en el público es alterar la época o lugar en que originalmente transcurre un título, trasladando a menudo historias desde tiempos pretéritos a distintos momentos del siglo XX o incluso en nuestros días, lo que sirve para apelar de manera más directa al espectador, pero muchas veces no funciona ya que se traiciona el sentido y espíritu del original. Sin embargo, cuando eso está hecho con inteligencia y creatividad, respetando a los autores incluso a pesar de los cambios, los logros pueden ser dignos de aplausos. Y afortunadamente, así fue en este caso.
Como director de escena, Lombardero ha estado desarrollando un valioso aporte en el Municipal, desde su primer montaje en ese escenario, “La vuelta de tuerca” de Britten, en 2006 (en una buena coincidencia, otra obra de los años 50 estrenada en el Teatro La Fenice de Venecia). Ha sido el responsable de otros memorables estrenos del siglo XX en Chile, como “El castillo de Barba Azul” (2008), “Lady Macbeth de Mtsensk” (2009), “Ariadna en Naxos” (2011), y en 2013 el notable estreno latinoamericano de “Billy Budd”. Y si en “Rusalka” no entusiasmó tanto, acá sí realiza una labor teatral impecable y que merece ser recomendada y vista.
En 2010, cuando por los daños causados por el terremoto la temporada del Municipal debió trasladarse temporalmente al Teatro Escuela de Carabineros, Lombardero provocó reacciones mixtas con el estreno en Chile de la ópera barroca “Alcina”, de Handel, cuando trasladó la acción a nuestros días incluyendo terroristas, grafiteros y droga. Su versión de “La carrera de un libertino” sigue ambientándose en Londres pero ya no transcurre en el siglo XVIII sino en algún momento del siglo XX, o hasta se la podría ubicar en la actualidad; pero en este caso la modificación funciona a la perfección, porque en esta historia de un joven ambicioso (Tom Rakewell, el “libertino” del título) que se deja influir por un misterioso y encantador personaje (Nick Shadow) y abandona a la joven que ama (Anne Trulove) para vivir una existencia desenfrenada y licenciosa, hay muchos elementos que se pueden hacer reconocibles en la realidad cotidiana incluso hoy, en 2015, una época de innegable y desatado hedonismo y consumismo.
Así, en la propuesta de Lombardero -quien ya había abordado esta obra en 2009 en el Teatro Avenida de Buenos Aires-, entre otras ideas ya no vemos en la primera escena la casa de los Trulove, sino un campo de golf; el burdel de la segunda escena ya es derechamente un sensual lupanar donde jóvenes ensayan eróticos movimientos (la coreografía es de la chilena Edymar Acevedo), bailan en el caño y hasta una de ellas hace un topless; en otros momentos, una joven consume cocaína mientras el protagonista hojea la revista Playboy o en otro instante lee el Daily Mirror, y llega a un exclusivo lugar en un lujoso auto mientras se ven manifestantes que protestan por la crisis económica. Incluso hay guiños a los grabados homónimos del británico William Hogarth que inspiraron a Stravinsky para crear esta pieza, que acá aparecen junto a carteles de información del metro londinense, como anuncio publicitario de una exposición en el prestigioso museo Tate Modern.
Todos estos elementos podrían culminar en un fiasco o una decepción para quienes se acercan por primera vez a una de las óperas más importantes del siglo XX, y sin embargo funcionan a la perfección como metáfora de la sociedad actual y la influencia del capitalismo. Quizás aún queden espectadores que lo encuentren irreverente o fuera de lugar, pero en verdad el lúdico espectáculo entretiene, es fluido y dinámico, hace reír pero también conmueve cuando es necesario, y a pesar de los cambios, es coherente con los temas que desarrolla la obra original y lo que indica su moraleja en el final. Otro gran mérito para la trayectoria en Chile de Lombardero y su equipo.
Y en el apartado musical los logros también son contundentes. Hace dos años en el ya mencionado estreno local de “Billy Budd” ya fue uno de los pilares del notable resultado, y en su regreso a Chile volvió a ser fundamental el maestro británico David Syrus, quien desde hace cuatro décadas es Head of Music de uno de los teatros más importantes del mundo, la Royal Opera House de Londres: al frente de la Filarmónica de Santiago, dirigió una lectura matizada y atenta a todos los detalles, juegos estilísticos y contrastes rítmicos y sonoros que desarrolla Stravinsky en su partitura; además de funcionar muy bien como complemento de la propuesta teatral, nunca descuidó a las voces. Excelente y oportuna fue además la contribución desde el clavecín del pianista chileno Jorge Hevia.
Por su parte, el Coro del Teatro Municipal, dirigido por Jorge Klastornik, suele destacar especialmente no sólo en lo musical, sino además en aquellas oportunidades en que además pueden desarrollar habilidades escénicas, y fue así como en esta obra hay dos momentos donde se lucen de manera notoria como cantantes y actores: en la divertida escena de la subasta y en el conmovedor desenlace en el manicomio, donde interpretan a unos expresivos orates.
La carrera de un libertino, foto de Patricio Melo (c)
En esta primera función el elenco internacional demostró un excelente nivel general, destacando especialmente la pareja encarnada por el protagonista, el licencioso Tom Rakewell, y su fiel y sufrida amada Anne Trulove, interpretados por dos artistas que cantaban por primera vez en nuestro país. Como el primero, el histriónico tenor estadounidense Jonathan Boyd exhibió un sólido dominio como cantante y actor, siendo tan pronto simpático e ingenuo como despreciable, oportunista y conmovedor; seguro en sus notas agudas como en el resto del registro, su voz es dúctil, posee buena técnica y tiene un buen manejo del volumen, así como de los adornos y agilidades que en algunos momentos tiene su parte. Anne fue la soprano australiana Anita Watson, quien fue muy creíble como la virtuosa e inocente joven, y lució una bella voz, cantando con seguridad, sensibilidad y delicadeza, conmoviendo en el final con la dulzura de su tierna canción de cuna “Gently, little boat”, y sobre todo resolviendo muy bien uno de los momentos más hermosos y atractivos de la partitura, pero también uno de los más exigentes: su gran escena solista en el primer acto, “No Word from Tom”, incluyendo la luminosa sección rápida con que finaliza, “I Go to Him”.
Encarnando al mefistofélico Nick Shadow, otro debutante en Chile, el bajo-barítono Wayne Tigges, convenció más como actor que como cantante, ya que su voz, no particularmente atractiva, es demasiado clara para el rol, aunque el artista se adapta bien a sus requerimientos estilísticos y fue adecuadamente sarcástico en sus intervenciones, y preciso en sus desplazamientos al entrar y salir a escena. La mezzosoprano británica Emma Carrington también actuó por primera vez en el Municipal, encarnando al que quizás es el rol más llamativo de la obra: Baba la Turca, una excéntrica mujer barbuda. En la versión de Lombardero, se prescinde de la barba pero de todos modos el look del personaje sigue siendo muy especial, ya que parecía un travesti al que la artista interpretó con desbordado y divertido desplante escénico, a lo que contribuyó su esbelta y alta figura, mientras en lo vocal mostró buenas notas graves pero un volumen irregular.
Otra mezzosoprano, la chilena Evelyn Ramírez (quien en el segundo reparto, el llamado elenco estelar, interpretará también a Baba la Turca), cantó bien y fue muy convincente y sensual como Mother Goose, la regenta del burdel, quien en este montaje parece ser una verdadera dominatrix. En otros roles también contribuyeron el bajo-barítono argentino Hernán Iturralde (quien ha cantado antes en el Municipal en otros estrenos locales en producciones de Lombardero, como “El castillo de Barba Azul” y “Lady Macbeth de Mtsensk”), de sonoro y cálido canto como Trulove, el padre de Anne; el tenor chileno Pedro Espinoza, en un jocoso y bien cantado Sellem, encargado de la subasta; y en su breve intervención en la última escena como guardián del manicomio, el barítono chileno Pablo Oyanedel.
Las siguientes funciones del elenco internacional de “La carrera de un libertino” serán este jueves 23, sábado 25 y martes 28. El elenco estelar debutará este viernes 24, y se presentará de nuevo el lunes 27.