Cruces y rondas en el mar en el Museo de Bellas Artes

visitas

Lo que es anterior a nosotros y permanece horadando la frágil textura legal tiene derechos que la política desconoce.

Discurso de Fernando Balcells en la inauguración de Cruces líquidos en el Museo Nacional de Bellas Artes

Cruces líquidos, MNBA (c)

Cruces líquidos, MNBA (c)

Entre dos líneas de agua que se atraviesan en un mismo plano se produce, más que un cruce, un choque, un derrame, una poza. En Cruces Líquidos, la carga metafórica es tan intensa que puede doblar las leyes de la física con provecho.

Todo universo líquido alude a la inmensidad de un océano sin marcas. Alude también al lugar esencial de la vida y a una coyuntura política que es el dato duro, permanente e insistente de una justicia que se nos escapa.

Los cuatro artistas, la curadora y el historiador que confluyen en este lugar participan de esta dificultad de todo espacio líquido y que consiste en la imposibilidad de parcelar, de cerrar los rincones, de impedir que una ola caiga sobre otra o que los vientos submarinos arrastren lo componentes de uno al territorio del otro. No hay más cruces en el mar que las que produce una poética provisoria, un avistamiento espectral o el flotamiento temporal de un artefacto.

Inés Ortega-Márquez, curadora, Juan Castillo, Francis Naranjo, Carmen Caballero, Joaquín Sánchez y Juan Ramón Barbancho son la compañía que se encuentra aquí haciendo la ronda líquida entre España, Bolivia y Chile.

No se puede hablar de Bolivianos, quechuas, aimaras o españoles como inmigrantes. Lo que es anterior a nosotros y permanece horadando la frágil textura legal tiene derechos que la política desconoce. La política construye extraños y desemejantes allí donde el arte reúne a los hermanos. No es injusto, como diría el Papa, hacerlos partícipes de nuestro subsuelo, del mar inmenso, de los ríos que nos atraviesan, de nuestro cielo y de la tierra que nos acoge.

Estoy aquí invitado y debo agradecer a los dueños de casa, no solo al Director del Museo sino a los expositores que están aquí como en su casa, me reciben generosamente y me dan la palabra como si ese don no fuera gran cosa.

Estoy aquí para franquear la entrada a esta exposición, a decir de qué trata y a intentar acompañar su recorrido. Todo eso supera en mucho mis capacidades. Lo único que puedo hacer es afirmar que se van a encontrar con más de lo que cualquiera pueda describir y con emociones que no es posible anticipar.

Joaquín Sánchez se nos presenta él como el rebalse de las aguas de su tierra, como una ofrenda sin oferta, una nave de aguas dulces varada aquí en la playa de nuestra escasa imaginación marinera. Chile es un país que vive de espaldas al mar. Con la mirada puesta más allá o vigilando el desierto y la montaña. Son los Bolivianos los que nos invitan a mirar a Chile desde el mar.

A esta exposición se accede pasando por debajo y mirando hacia lo alto a ese magnífico toro dorado que es la ofrenda de abundancia en la paz que nos trae Joaquín Sánchez desde Bolivia. A la entrada de la sala se levanta la gran nave que rebalsa del Titicaca a Santiago y al Pacífico y que ha inflamado la imaginación oceánica de generaciones de continentales.

El trabajo de Joaquín, tan arraigado en el cuerpo es como un clavel del aire. No necesita nada más que el agua pasajera del aire pero en todo su trabajo sopla la energía aeróbica de un gigante.

Juan Castillo realiza el trayecto de Suecia a Chile dibujando perfiles con su particular preparación de pintura de té. Interviene sobre viejos tapices suecos de baja estofa con máscaras y signos ancestrales que resaltan un recuerdo de Laponia y de las tierras que permanecen escondidas bajo sus disfraces territoriales embanderados.
En uno de sus retratos, una mujer, se superponen a sus ojos cerrados, en la caída de sus párpados 50 traducciones de la palabra idea. Un par de ojos cincuenta veces sellados por la idea para evitar que nos miren y que nos vean. La idea es evitar la mirada.
Esta idea de la mirada que se devuelve en la imagen ronda desde siempre en mi relación con los trabajos de Juan Castillo. Alguna vez le escribí, de pronto lo visible no muestra nada y, agregaría que durante el instante de la idea los ojos dejan de ver lo que parecen estar mirando.

Las piedras que sueñan, de Francis Naranjo y Carmen Caballero han sido, sin duda, trabajadas por el tiempo, el aire y el agua. Sabemos por sus confesiones que esas piedras fueron recogidas en la Isla de la Luna del mismo Titicaca del que proviene la nave sacramental de Joaquín.

Las piedras son eternas para nosotros. Estamos entrelazados con su belleza y con su memoria de una manera que aplasta la crueldad del uso que les damos y cambia toda melancolía por entusiasmo. Un supremo constructivismo de la piedra nos habla de una paz por la que hay que dejarse vulnerar y que es como la entrega y la paciencia de las piedras arrojadas al mar.

Francis entrelaza su sueño de piedras con el aséptico acceso a las heridas de la intimidad de su cuerpo.

Hemos perdido de vista la imaginación histórica porque hemos dejado ir las grandes balsas y con ellas el imaginario viajero de los chilenos.

A pesar de lo que nos han contado, la historia no va para adelante. No avanza hacia la pequeñez de los espacios ni hacia la aceleración constante de los tiempos. No hay nada inexorable en el progreso. Tampoco la historia va para atrás como quisieran hacernos creer los profetas horrorizados o los nostálgicos del buen salvaje. No retrocede hacia una mayor pobreza, no se expande en el uso de la razón ni en la difusión del conocimiento.

La historia zigzaguea, se mueve y vacila, emprende un camino y si lo encuentra cerrado abre otros. Lo que es verdad, es que nosotros la contemplamos como pasado y la adivinamos como futuro y, en ambos movimientos de la mirada la reducimos a cuentos anacrónicos.

En ese ambiente esterilizado José Ramón Barbancho despliega su dispositivo teórico en el que se cruza su inspirada cercanía con el trabajo de estos artistas y una lectura de Bauman que corrige su queja y celebra la vida ‘permisiva´ de los cruces que se nos presentan.

Los participantes están unidos aquí no solo por el espacio que ocupan en común sino por los desprendimientos del trabajo de unos que flotan en el lugar de los otros. Aquí no se produce una liquidación de la autoría pero se la despoja en cada autor de una parte justa de su soberanía (que se revela divisible) que permite la presencia viva del vecino.

Si el arte es lo que nos lleva más allá de nosotros mismos, lo que hay aquí es lo contrario; un luminoso llamado de atención a lo que habita íntimamente arraigado en nosotros mismos, en la cercanía y en nuestra capacidad para la amistad. Más que arte, aquí hay roces y encuentros esenciales.

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Lo que es anterior a nosotros y permanece horadando la frágil textura legal tiene derechos que la política desconoce.

Discurso de Fernando Balcells en la inauguración de Cruces líquidos en el Museo Nacional de Bellas Artes

Cruces líquidos, MNBA (c)

Cruces líquidos, MNBA (c)

Entre dos líneas de agua que se atraviesan en un mismo plano se produce, más que un cruce, un choque, un derrame, una poza. En Cruces Líquidos, la carga metafórica es tan intensa que puede doblar las leyes de la física con provecho.

Todo universo líquido alude a la inmensidad de un océano sin marcas. Alude también al lugar esencial de la vida y a una coyuntura política que es el dato duro, permanente e insistente de una justicia que se nos escapa.

Los cuatro artistas, la curadora y el historiador que confluyen en este lugar participan de esta dificultad de todo espacio líquido y que consiste en la imposibilidad de parcelar, de cerrar los rincones, de impedir que una ola caiga sobre otra o que los vientos submarinos arrastren lo componentes de uno al territorio del otro. No hay más cruces en el mar que las que produce una poética provisoria, un avistamiento espectral o el flotamiento temporal de un artefacto.

Inés Ortega-Márquez, curadora, Juan Castillo, Francis Naranjo, Carmen Caballero, Joaquín Sánchez y Juan Ramón Barbancho son la compañía que se encuentra aquí haciendo la ronda líquida entre España, Bolivia y Chile.

No se puede hablar de Bolivianos, quechuas, aimaras o españoles como inmigrantes. Lo que es anterior a nosotros y permanece horadando la frágil textura legal tiene derechos que la política desconoce. La política construye extraños y desemejantes allí donde el arte reúne a los hermanos. No es injusto, como diría el Papa, hacerlos partícipes de nuestro subsuelo, del mar inmenso, de los ríos que nos atraviesan, de nuestro cielo y de la tierra que nos acoge.

Estoy aquí invitado y debo agradecer a los dueños de casa, no solo al Director del Museo sino a los expositores que están aquí como en su casa, me reciben generosamente y me dan la palabra como si ese don no fuera gran cosa.

Estoy aquí para franquear la entrada a esta exposición, a decir de qué trata y a intentar acompañar su recorrido. Todo eso supera en mucho mis capacidades. Lo único que puedo hacer es afirmar que se van a encontrar con más de lo que cualquiera pueda describir y con emociones que no es posible anticipar.

Joaquín Sánchez se nos presenta él como el rebalse de las aguas de su tierra, como una ofrenda sin oferta, una nave de aguas dulces varada aquí en la playa de nuestra escasa imaginación marinera. Chile es un país que vive de espaldas al mar. Con la mirada puesta más allá o vigilando el desierto y la montaña. Son los Bolivianos los que nos invitan a mirar a Chile desde el mar.

A esta exposición se accede pasando por debajo y mirando hacia lo alto a ese magnífico toro dorado que es la ofrenda de abundancia en la paz que nos trae Joaquín Sánchez desde Bolivia. A la entrada de la sala se levanta la gran nave que rebalsa del Titicaca a Santiago y al Pacífico y que ha inflamado la imaginación oceánica de generaciones de continentales.

El trabajo de Joaquín, tan arraigado en el cuerpo es como un clavel del aire. No necesita nada más que el agua pasajera del aire pero en todo su trabajo sopla la energía aeróbica de un gigante.

Juan Castillo realiza el trayecto de Suecia a Chile dibujando perfiles con su particular preparación de pintura de té. Interviene sobre viejos tapices suecos de baja estofa con máscaras y signos ancestrales que resaltan un recuerdo de Laponia y de las tierras que permanecen escondidas bajo sus disfraces territoriales embanderados.
En uno de sus retratos, una mujer, se superponen a sus ojos cerrados, en la caída de sus párpados 50 traducciones de la palabra idea. Un par de ojos cincuenta veces sellados por la idea para evitar que nos miren y que nos vean. La idea es evitar la mirada.
Esta idea de la mirada que se devuelve en la imagen ronda desde siempre en mi relación con los trabajos de Juan Castillo. Alguna vez le escribí, de pronto lo visible no muestra nada y, agregaría que durante el instante de la idea los ojos dejan de ver lo que parecen estar mirando.

Las piedras que sueñan, de Francis Naranjo y Carmen Caballero han sido, sin duda, trabajadas por el tiempo, el aire y el agua. Sabemos por sus confesiones que esas piedras fueron recogidas en la Isla de la Luna del mismo Titicaca del que proviene la nave sacramental de Joaquín.

Las piedras son eternas para nosotros. Estamos entrelazados con su belleza y con su memoria de una manera que aplasta la crueldad del uso que les damos y cambia toda melancolía por entusiasmo. Un supremo constructivismo de la piedra nos habla de una paz por la que hay que dejarse vulnerar y que es como la entrega y la paciencia de las piedras arrojadas al mar.

Francis entrelaza su sueño de piedras con el aséptico acceso a las heridas de la intimidad de su cuerpo.

Hemos perdido de vista la imaginación histórica porque hemos dejado ir las grandes balsas y con ellas el imaginario viajero de los chilenos.

A pesar de lo que nos han contado, la historia no va para adelante. No avanza hacia la pequeñez de los espacios ni hacia la aceleración constante de los tiempos. No hay nada inexorable en el progreso. Tampoco la historia va para atrás como quisieran hacernos creer los profetas horrorizados o los nostálgicos del buen salvaje. No retrocede hacia una mayor pobreza, no se expande en el uso de la razón ni en la difusión del conocimiento.

La historia zigzaguea, se mueve y vacila, emprende un camino y si lo encuentra cerrado abre otros. Lo que es verdad, es que nosotros la contemplamos como pasado y la adivinamos como futuro y, en ambos movimientos de la mirada la reducimos a cuentos anacrónicos.

En ese ambiente esterilizado José Ramón Barbancho despliega su dispositivo teórico en el que se cruza su inspirada cercanía con el trabajo de estos artistas y una lectura de Bauman que corrige su queja y celebra la vida ‘permisiva´ de los cruces que se nos presentan.

Los participantes están unidos aquí no solo por el espacio que ocupan en común sino por los desprendimientos del trabajo de unos que flotan en el lugar de los otros. Aquí no se produce una liquidación de la autoría pero se la despoja en cada autor de una parte justa de su soberanía (que se revela divisible) que permite la presencia viva del vecino.

Si el arte es lo que nos lleva más allá de nosotros mismos, lo que hay aquí es lo contrario; un luminoso llamado de atención a lo que habita íntimamente arraigado en nosotros mismos, en la cercanía y en nuestra capacidad para la amistad. Más que arte, aquí hay roces y encuentros esenciales.