Así como los autores del atentado contra Charlie Hebdo de enero en París, el presunto autor de una decapitación el viernes en el centroeste francés había levantado las sospechas de la inteligencia francesa, sin que ello impidiera prevenir este último atentado.
“Espero que por una vez no se hable de un error de los servicios de inteligencia”, confía un comisario parisino, exmiembro de inteligencia. Pero parece improbable.
En 2006, Yassin Salhi, supuesto autor de la decapitación del responsable de su empresa, una planta de gas industrial en Saint Quentin Fallavier, había sido objeto de un expediente S (por “Seguridad del Estado) debido a su “radicalización” y a sus “vínculos con el movimiento salafista”, que abandonó en 2008, explicó el ministro de Interior, Bernard Cazeneuve.
Pero, como explicó el fiscal de París, François Molins, ese no fue el único periodo en el que llamó la atención de los servicios de inteligencia. Entre 2011 y 2014, fue señalado “puntualmente” por sus vínculos “con el movimiento salafista” de Lyon.
Su perfil radical no había pues escapado a las autoridades.
“Primeramente, esto quiere decir que los servicios trabajan bien. Ahora bien, si una vez que se ha activado la alarma y se hace un seguimiento no se obtiene nada más, es lógico abandonar en algún momento” las pesquisas, explica un alto funcionario.
Todos los autores de los últimos atentados o intentos frustrados en Francia habían sido fichados previamente por los servicios de inteligencia.
Es el caso de Sid Ahmed Ghlam (cuya tentativa de atacar una iglesia a las afueras de París en abril fue evitada), de los hermanos Kouachi (autores del atentado contra el semanario Charlie Hebdo en enero que mató a 12 personas), Amédy Coulibaly (que mató también en enero a una policía y a otras cuatro personas en un supermercado judío en París), y Mohamed Merah (responsable de la muerte en 2012 de tres militares, tres niños y una profesora de un colegio judío en el suroeste francés).
Perfiles durmientes
“En cada uno de estos casos, ningún elemento nos permitió prever semejante paso al acto”, afirma una fuente policial cercana a los servicios de inteligencia.
“El verdadero problema son los perfiles durmientes. Es casi imposible detectarlos. Cuando decidimos que determinados individuos no merecen un seguimiento, no lo hacemos a la ligera”, defiende esta fuente.
“No tenemos los medios humanos de seguir a todo el mundo, lo decimos desde hace lustros”, se indigna un comisario parisino.
Esto no impide sin embargo obtener resultados: cinco atentados desbaratados en Francia desde el inicio de año, dijo en abril el primer ministro, Manuel Valls.
Una controvertida ley de inteligencia, adoptada el miércoles por el Parlamento francés, está destinada a ayudar a estos servicios, desbordados desde hace meses, ofreciéndoles un marco más flexible y nuevos medios de acción en temas como las escuchas o la vigilancia de internet.
Francia, con 1.500 ciudadanos que viajaron a Irak y Siria para unirse al Estado Islámico, constituye el primer contingente europeo de yihadistas, “de los cuales algunos vuelven y hay que vigilar absolutamente”, informó una fuente policial.
Pero “como demuestra este nuevo caso, no sólo hay que seguirlos a ellos. El sospechoso (del atentado del viernes) no regresaba de Irak” a priori, afirma otro alto funcionario bajo el anonimato.
“De todas formas, la inteligencia no puede impedir una acción semejante. Incluso si pusiéramos a cuatro policías detrás de todos los que estimamos capaces de pasar al acto”, afirma, fatalista, el comisario parisino.