Siendo despojados de sus tierras, escapando de las balas, muriendo acribillados o envenenados. Esto es parte del destino de algunos selk’nam, que finalmente fueron diezmados con la llegada del hombre blanco a la Patagonia.
Los selk’nam, también conocidos como onas, eran un pueblo indígena que habitaba en la isla grande de Tierra del Fuego, en el extremo austral de América del Sur.
Vivían de la caza y la recolección. Se organizaban en pequeños grupos familiares y se asentaban en un territorio determinado que llamaban haruwen, el que siempre era respetado por sus pares.
En las ceremonias se reunían grandes grupos, como en la iniciación de los jóvenes, celebrada en la ceremonia del Hain.
A fines del siglo XIX comenzaría el fin de esta etnia, tras la llegada del hombre blanco a la zona. Los selk’nam no pudieron con las enfermedades traídas desde afuera ni menos con la violenta acción de los cazadores de indígenas.
Según cuenta el libro “Fin de un Mundo” de la antropóloga Anne Chapman, la población de onas era entre 3.500 a 4.000 en el año 1880 cuando comenzó la ocupación extranjera. Progresivamente esta cifra disminuyó. En 1919 se contaron 279 selk’nam, en 1929 habían menos de 100 y ya en 1966 quedaban sólo 13.
El principio del fin
La razón de la llegada del hombre blanco fue que vieron la Patagonia como un lugar donde podían desarrollarse las grandes compañías ganaderas y donde también tenían cabida los buscadores de oro.
El hecho que estancias ovejeras se instalaran en Tierra del Fuego detonó el conflicto entre los indígenas y los colonos.
Los terrenos de los onas comenzaron a ser cercados y el guanaco, animal del que obtenían alimento y abrigo, fue escaseando. Ante esta situación empezaron a cazar ovejas, o “guanacos blancos” como los llamaban ellos. Y si bien este robo enfurecía a los estancieros, los selk’nam no eran conscientes de que los animales fuesen propiedad de alguien.
Cuando comenzó la ocupación, los selk’nam trataban de defender tanto a sus familias como a sus tierras, sin embargo no pudieron hacer frente con sus flechas a hombres armados y montados a caballo.
Lola Kiepja: La última selk’nam tras el exterminio de indígenas en la Patagonia http://t.co/DYZG2vUQBI pic.twitter.com/lrvFfeHE0O
— BioBioChile (@biobio) abril 26, 2015
“Mejor es meterle una bala”
Varios fueron los hombres que mataron indígenas con la finalidad de resguardar las estancias, otros sólo porque podían. Eso sí, hay dos a quienes se les identifica y recuerda como los principales responsables de este “genocidio”.
En 1886 Julius Popper y sus ayudantes llegaron desde Argentina a Tierra del Fuego. El ingeniero rumano pretendía extraer arenas auríferas a gran escala y fue esta “fiebre del oro” que desencadenó parte del exterminio de los indígenas.
Fotografías de sus expediciones, en las que se ve él y sus hombres junto a abatidos selk’nam son prueba suficiente de que estuvo vinculado en las cacerías.
Popper también estuvo involucrado en una expedición bajo el mando del oficial mayor Ramón Lista, en la Bahía de San Sebastián.
A su llegada divisaron una toldería ona, y pese a que ellos no los enfrentaron, Lista dio la orden a sus soldados de atacarlos, ocasionando la muerte de 27 selk’nam, entre hombres, mujeres y niños. Luego encontraron a un joven sobreviviente escondido en las cercanías, quien murió tras recibir 28 disparos.
Luis Garibaldi Hone, de madre selk’nam, contó a Chapman que Julius Popper mataba por gusto.
“Popper, un hombre educado, un ingeniero, matando indios y todavía tiene la desfachatez de hacer sacar la fotografía. Y mataba por matar, porque en ese tiempo cuando Popper cazaba él no tenía ovejas, si él era buscador de oro. Mataba por matar, de gusto”.
Por otro lado también se encuentra Alexander McLennan, más conocido como “El Chancho Colorado”, quien era administrador de las estancias de José Menéndez, uno de los primeros empresarios ganaderos que llegó a la zona.
Luego que alguien le propusiera civilizar a los indígenas, el Chancho Colorado respondió que era mucha molestia, “para civilizar, primero hay que educarlos; mejor es meterle una bala, se termina enseguida la historia”, consigna el libro.
Según el libro La Patagonia Trágica, él se vio involucrado en una serie de matanzas, una de ellas es la masacre de la playa de Santo Domingo. Ahí McLennan invitó a un grupo de selk’nam a un banquete con el pretexto de sellar un acuerdo de paz.
Él les proporcionó grandes cantidades de alcohol a sus invitados, y cuando éstos -en especial los hombres- estaban lo suficientemente ebrios el Chancho Colorado ordenó a sus ayudantes disparar desde las colinas, resultando más de 300 muertos.
Por si no fuera poco, McLennan pagaba una libra esterlina por cada oreja de los onas. Luego la exigencia pasó a ser más drástica, ya que se comenzó a exigir los genitales y cabezas de los indígenas.
Esto también lo confirmó Federico Echeuline, un mestizo noruego-selk’nam. “¡Para poner ovejas mataban indios!…A esos los hizo matar Chancho Colorado. Así que él pagaban una libra por cada cabeza de indio a los cazadores… A ellos les convenía, porque les pagaban libra esterlina por cada cabeza, y la mujer le cortaban los senos, entonces pagaban un poco más, una libra y media o algo así”, contó.
Garibaldi también relató la vez en que un grupo fue víctima de una emboscada por parte de Alexander McLennan. “En el Cabo Peñas hay un descanso de lobos, porque es muy desplayada… Hay peces y mariscos de muchas clases. Entonces, el Chancho Colorado puso una vez unos centinelas armados… cuando vino la marea alta, en una parte del acantilado del cabo los iban apretando y el que quería pasar para el lado de la gente le metían bala, así que las mujeres y los chicos se aglomeraron donde estaba el acantilado y ahí los ahogaron a todos”.
También se conoce el caso de una tribu que encontró una ballena varada en la playa de Springhill y como muchas veces aprovecharon de obtener alimento de ésta. En menos de 24 horas gran parte de ellos murieron, ya que el mamífero había sido envenenado.
Según la obra de Chapman, los selk’nam que sobrevivían se replegaban hacia el sur, arrancando de su muerte, sin embargo no podían alejarse más allá de los límites terrestres, ya que se encontraban en una isla y no sabían navegar. Otros fueron llevados a las misiones salesianas en Isla Dawson, donde de todas maneras terminaron muriendo por las enfermedades.