En estos días en torno del miércoles 22, Día de la Madre Tierra, hay muchísima gente que tiene la sensación de que esta madre de todos está empezando a enojarse.
Desde la ruinosa sequía de California y el rodado de fango que sepultó al interior de Copiapó, rematando con la impresionante erupción que le voló toda la cumbre al volcán Calbuco, y el terremoto en los Himalayas, de grado 7.3, que dejó destruida la mayor parte de la bellísima ciudad de Katmandú, la capital de Nepal.
En verdad pareciera que la Madre Tierra comenzó a enojarse, pero sabemos que eso no es más que una figura retórica. Nuestra Madre Tierra no se enoja. Nos mira no más, nos deja hacer lo que se nos antoje, y su única reacción real es sólo de tristeza.
Va perdiendo su hermosura. Va desapareciendo la algarabía feliz de la diversidad de los seres vivos. Donde había bosquecillos ahora construyeron un Mall.
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