La tensión vivida bajo el agobiante asedio de Guta Oriental, no lejos de Damasco, la capital siria, está grabada en los rostros demacrados de las personas que han logrado escapar a un año y medio de bombardeos y de hambre.
En un refugio habilitado por el ministerio de Reconciliación Nacional en Qudsaya, al noroeste de Damasco, Abu Ali, 52 años, cuenta su amarga experiencia.
“Cada día me levantaba al alba e iba con mi hija a buscar entre las bolsas de basura alguna hoja de lechuga o cualquier cosa que nos pudiera aplacar el hambre”, dice Abu Ali, tumbado en un colchón tendido en el suelo, junto a su bastón.
“Cuando trabajaba y podía sostener a mi familia, podía considerarme a mi mismo un hombre, pero ahora no”, dice con voz trémula mientras se seca las lágrimas de los ojos.
Abu Ali recorrió Guta Oriental en busca de algún lugar seguro para su familia. Huyeron de la ciudad de Mleiha a la vecina Saqba, antes de beneficiarse de un acuerdo que permitió la salida de miles de personas de la zona de guerra.
Y llegó a este refugio, que está bajo la supervisión de las tropas del régimen de Bashar al Asad.
Salma, de 34 años, otra evacuada en un refugio en Qudsaya, al noroeste de Damasco, está sentada abrazada a su hija. “Decidimos irnos, pese al peligro para nuestras vidas”, dice.
“En cualquier caso, nuestros hijos se morían de miedo, de hambre y de frío”, admitió.
Salma, que tiene dos hijos, es de la región de Hazzeh, en el Guta Oriental, y sobrevivió cerca de dos años a la falta de alimentos y de cuidados médicos que han causado la muerte a docenas de personas.
“No he comido un tomate, una papa o un limón en más de un año”, dice.
Carestía de los alimentos
Salem, de Deir al Asafir, también en Guta Oriental, está vestido con harapos. Sus dientes están ennegrecidos y llenos de caries. Él y su familia sobrevivieron con “alimentos para animales y cebada”, desorbitadamente caros.
Salem vendió las joyas de su esposa para poder comprar la cebada que costaba 1.000 libras sirias (20 dólares) el kilo.
Los residentes describen lo caro que estaba todo. “Empezamos a comprar cigarrillos por unidades por 175 libras sirias (70 centavos), mientras en otros sitios todo el paquete cuesta 125 libras”, dice Abu Al Nur, de 50 años.
Los huevos cuestan cuatro veces más que antes y el kilo de azúcar 32 veces más, dicen los evacuados.
Los desplazados tiene habitaciones en este edificio, que proporciona lo básico, incluidos colchones negros.
En una habitación del refugio, que la AFP visitó en una visita organizada por el ministro de Reconciliación Nacional, un hombre con ambas piernas amputadas está acostado en su colchón.
Los voluntarios del refugio se sorprenden de las enfermedades que hay entre la gente que ha dejado la sitiada región.
“Estamos viendo enfermedades que hacía tiempo que no se veían en este país, como la tuberculosis y la lepra”, dice Abu al Majd, un voluntario en el refugio que acoge a 860 personas.
Médicos Sin Fronteras alertó este mes que la “situación médica y en general las condiciones de vida (en Guta Oriental) han superado la línea roja”.
“No tengo nada”
En otra parte del refugio, una familia está sentada al aire libre, saboreando una simple comida de habas.
Cerca está Mustafá. Bajo su ropa se adivina un esqueleto. Ha perdido 40 kilos en menos de dos años en Guta Oriental. Este hombre de 76 años tenía una cadena de carnicerías en Mleiha, pero su energía se ha evaporado.
“Podía acarrear una oveja de 50 kg solo, pero ahora no puedo levantar nada”, dice.
Buena parte de Guta Oriental está destruida por los bombardeos casi diarios de las fuerzas gubernamentales y la lucha entre estas y los rebeldes.
Habitantes como Mustafá, que en la época empleaban a 60 personas, han dejado atrás casas y comercios y no saben en qué condiciones están, si siguen en pie o han sido saqueados.
“Tenía una buena situación pero ahora no tengo nada. Mi casa y mi negocio están destruidos. Todo lo que había conseguido en la vida se ha evaporado”, murmura.