El Suertúo, El rey negro o Sueños de mi encierro son algunas de las canciones creadas para escapar del horror por prisioneros políticos de la dictadura de Augusto Pinochet, al interior del millar de centros de torturas levantados por el régimen.
Los prisioneros recrearon también obras clásicas como el Himno Nacional de Chile o No soy de aquí de Facundo Cabral para hacer frente de mejor manera al abrumador encierro y a las torturas.
Hoy una iniciativa del Museo de la Memoria de Santiago busca recopilar, conservar y promover el repertorio de canciones que se escribieron, cantaron o escucharon en recintos de tortura entre 1973 y 1990, los años en que se extendió la dictadura de Pinochet, y que dejó un saldo más de 3.200 muertos y desaparecidos.
A través del sitio web www.cantoscautivos.cl se invita a los casi 40.000 chilenos que fueron torturados o pasaron por centros de torturas a compartir sus creaciones musicales, junto con un relato del contexto en que escribieron o en el que recuerdan las melodías.
“La plataforma tiene como objeto conservar el patrimonio dejado por las víctimas. Hay urgencia por obtenerlos, ya que muchos de ellos se están muriendo”, explicó a la AFP Katia Chornik, académica chilena de la Universidad de Manchester y creadora de la iniciativa.
El sitio recopilatorio será lanzado oficialmente este 8 de enero en el Museo de la Memoria de Santiago, con 21 testimonios hasta ahora recogidos, junto con algunas imágenes de añejos cuadernos en los que se escribieron las canciones, pinturas y dibujos que rememoran los momentos en que los presos cantaban.
Herramienta de resistencia
A muchos prisioneros, la música les ayudaba a mantener un sentido de normalidad, preservar su dignidad y esperanza en medio del horror de las torturas.
“La música era utilizada como una herramienta de resistencia. Usar melodías conocidas era como conectarse con su vida anterior”, afirma Walter Roblero, coordinador del proyecto e investigador del Museo de la Memoria de Santiago.
La mayoría de las creaciones musicales que se desarrollaron en los centros de torturas o las melodías que solían interpretar los prisioneros corresponden al folclore latinoamericano aunque también hay registros de música renacentista.
En sus letras los prisioneros buscaban alusiones indirectas a la situación que los aquejaba, tratando de no despertar sospechas en sus custodios.
“Las canciones eran elegidas con cuidado ya que eran revisadas por los comandantes de los centros de represión, pero igual tenían un doble sentido y hacían una alusión irónica de la situación que vivíamos”, cuenta a la AFP Ernesto Parra, quien estuvo detenido en el estadio Nacional de Santiago en 1974.
Parra, un músico y profesor vinculado a movimientos de extrema izquierda, fue torturado y luego trasladado al campamento de prisioneros “Chacabuco”, donde asegura se produjo un gran movimiento artístico.
“Se jugó mucho con la ironía. Hicimos canciones con ruidos como ‘rata ta ta taaaa..’; entonces, quien tocaba la guitarra hacía como si estuviera ametrallando a la gente. ¡Hasta los militares se reían!”, cuenta Parra.
En el campamento Chacabuco, donde pasaron unos 3.000 prisioneros, surge la cueca El Suertúo, escrita por Víctor Canto y Luis Cifuentes, entre noviembre 1973 y febrero de 1974.
“Llegamos desde el Estadio; volando y sin mucho atraso. Nos recibieron con banda, caramba, y su buen charchazo…”, dice la primera estrofa de la canción que pertenece al folclore chileno y que fue grabada de forma clandestina gracias a un tocacintas que les entregó un capitán.
Esta cueca aparece en el disco de Ángel Parra, el hijo de Violeta, Pisagua + Chacabuco, publicado en 2003 en Chile. Ángel, quien permaneció detenido en Chacabuco, compuso también La pasión según San Juan, Oratorio de Navidad.
“Lo que hace Ángel es musicalizar trozos de una Biblia y copió pasajes del evangelio de Juan cuando Cristo es trasladado a la cruz, y él (Ángel) lo asemeja a la situación que vivíamos y le puso música”, sostuvo Ernesto Parra, quien estuvo detenido con él.
Otra de las creaciones que surgieron en el encierro son El Rey Negro o Canción de amor a una desaparecida, escritas por Sergio Vesely, un músico detenido en 1975 quien escribió 32 melodías durante su presidio en distintos centros de detención.