En Estados Unidos llaman “Lame Duck”, o sea “Pato Cojo”, al presidente que sólo enfrenta el final de su mandato. Que ya no puede presentarse a otra elección, y cuya tarea principal, a juicio de los políticos, es básicamente prepararle bien el camino para el candidato que presente su partido en las elecciones siguientes.
Es cierto que ese apelativo suena algo desdoroso, sobre todo en castellano, donde el pato cojo suena patético. Y más todavía cuando lo aplicamos al señor Barak Obama, y recordamos el entusiasmo y las esperanzas con que el pueblo estadounidense y el resto del mundo aplaudieron su llegada al gobierno de Washington, con promesas tan progresistas y humanistas, que hasta le concedieron el Premio Nobel de la Paz para premiar las cosas que sin duda realizaría prontito, prontito, en su mandato.
La elección del martes pasado fue una debacle para Obama y su Partido Demócrata. Perdieron muy fuerte la mayoría en el Senado, y en la Cámara quedaron aún más disminuidos. Y como si fuera poco, perdieron también varias gobernaciones, en estados que consideraban seguros.
Y según varios parlamentarios demócratas, la derrota sufrida por los demócratas no se debió tanto a malas propuestas del partido, sino a las fallas del propio Barak Obama y su equipo de gobierno.
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