Por Manuel Ansede, de EsMateria.com
Una biofísica española desvela los trucos de un compuesto para ‘congelar’ las células cancerosas. El hallazgo puede servir para perfeccionar el fármaco, empleado ya contra millones de tumores de mama, ovarios y pulmón.
Si es usted de los que defienden que los productos naturales son mejores que los medicamentos de las farmacias, ponga su discurso en cuarentena al menos hasta conocer la historia de uno de los fármacos contra el cáncer más utilizados del mundo.
La vida de los botánicos es sacrificada y poco reconocida. El novelista decimonónico francés Alphonse Karr decía que la botánica no es una ciencia, sino el arte de insultar a las flores en griego y latín. Y en eso andaba a comienzos de la década de 1960 el botánico Arthur S. Barclay en el monte Santa Helena, al noroeste de EEUU, cuando llenó su saquito de cortezas de tejo del Pacífico, un árbol que ronda los 12 metros y es nativo de esa región de Norteamérica.
Hoy, millones de personas deben su vida a aquel gesto de Barclay y al trabajo de los que vinieron después de él. El botánico formaba parte de un programa del Instituto Nacional del Cáncer de EEUU para estudiar la posible actividad antitumoral de unas 35.000 plantas. Y, en 1963, el químico Monroe Eliot Wall descubrió que aquel extracto de corteza de tejo del Pacífico tenía poderosos efectos anticancerosos.
Un árbol para producir medio gramo
El problema del compuesto, conocido como paclitaxel, era su escasez. La corteza de un árbol de 12 metros apenas servía para producir medio gramo de paclitaxel. Y para eso había que esperar 200 años para que creciera un árbol. Sin embargo, la farmacéutica estadounidense Bristol-Myers Squibb desarrolló un sistema alternativo para obtener el compuesto a partir de otra sustancia similar presente en el tejo europeo, más abundante que el tejo del Pacífico. La empresa registró entonces el compuesto con el nombre comercial de Taxol y las autoridades de EEUU aprobaron su comercialización en 1992. En 2000, las ventas superaban los 1.500 millones de dólares al año.
Hoy, el paclitaxel se sigue empleando para tratar el cáncer de mama, el de ovarios y algunos tipos de tumores de pulmón. Y la ciencia que se inició recogiendo una corteza de tejo del Pacífico no se ha detenido. El testigo de aquel sacrificado botánico lo tiene ahora en la mano la biofísica española Eva Nogales, investigadora de la Universidad de California en Berkeley (EEUU).
Su laboratorio acaba de descubrir cómo funciona exactamente el Taxol, un hallazgo que “puede conducir a mejores medicamentos contra el cáncer”, según un comunicado de su institución. Para entender su funcionamiento, hay que meterse mentalmente en una célula típica humana, de unas pocas millonésimas de metro. Allí dentro, veríamos el esqueleto de la célula, formado por unos huesos muy especiales: los microtúbulos, unos filamentos que crecen y se encogen. Y también veríamos su libro de instrucciones, el ADN, agrupado en una especie de bastoncillos conocidos como cromosomas.
Un surfista sin ola
Para que una célula se divida, los cromosomas deben duplicarse antes, para que la célula madre reparta las dos copias entre sus dos células hijas. En ese proceso, es esencial el movimiento constante de los microtúbulos, creciendo y encogiéndose. Y aquí entra en juego el Taxol.
“Estamos usando medicamentos a ciegas”
El compuesto extraído de la corteza del tejo del Pacífico se une a los microtúbulos, “congelándolos”, según el equipo de Nogales, y haciendo imposible que faciliten el reparto de cromosomas de la célula madre a las hijas. “Si la ola desaparece, el surfista no se mueve”, resume gráficamente Nogales. Esto, simplemente, mata a las células en división, provocando efectos secundarios, pero sobre todo aniquila a las células cancerosas, caracterizadas por una multiplicación alocada.
Hasta ahí, el mecanismo de acción del Taxol era más o menos conocido. Ahora, el equipo de Eva Nogales ha ido mucho más allá, mediante la criomicroscopía electrónica, una técnica que permite congelar estructuras para estudiarlas a nivel casi atómico, a temperaturas de unos 180 grados bajo cero.
Como pelar un plátano
Gracias a este ojo hiperpreciso, Nogales ha podido observar las tubulinas, unas proteínas que se apilan como ladrillos para formar los microtúbulos. Estos ladrillos, en realidad, se acumulan formando tiras, y estas tiras a su vez se unen para formar los tubos huecos conocidos como microtúbulos, esenciales para la supervivencia de cualquiera de nuestras células.
En condiciones normales, los microtúbulos crecen a un ritmo de 20 tubulinas por segundo, pero en un momento dado dejan de crecer y los tubos huecos se empiezan a deshacer, “como se pela la piel de un plátano”, en palabras de Nogales. Esos plátanos/microtúbulos se pelan rápidamente, a 300 tubulinas por segundo, provocando un movimiento que aprovechan los cromosomas para trasladarse y facilitar la división celular. Pero si se inyecta el antitumoral Taxol a un paciente, el fármaco se fija a las tubulinas y “mantiene rígidas las peladuras del plátano”, según explica Nogales por teléfono desde un tren, tras dar una charla en el Laboratorio Europeo de Biología Molecular en Heidelberg (Alemania). Y si el plátano no se pela, los cromosomas no pueden emplear las peladuras para surfear desde la célula madre a la célula hija. Las células de un tumor dejan de multiplicarse. El extracto del árbol puede vencer al cáncer.
La biofísica española, nacida en el pueblo madrileño de Colmenar Viejo, cree que esta nueva información, publicada en la revista Cell, “da ideas de qué elementos en la molécula [de Taxol] son esenciales y cuáles son las propiedades que han de mantenerse o mejorar”. De otra forma, dice, “estamos usando medicamentos a ciegas”. Si tiene razón y se perfecciona el tratamiento contra el cáncer, habrá que recordar de nuevo que todo esto empezó por alguien insultando a las flores en latín y griego.
Un monopolio privado tras una inversión pública de 32 millones de dólares
El nombre comercial del extracto de tejo del Pacífico, Taxol, pertenece a la farmacéutica estadounidense Bristol-Myers Squibb. La multinacional asegura que invirtió “cientos de millones de dólares” para llevar a cabo los ensayos clínicos, obtener los permisos de las autoridades y desarrollar fuentes alternativas para producir el compuesto antes de su lanzamiento en 1993. Sin embargo, ganó mucho más.
En 2000, las ventas de Taxol superaban los 1.500 millones de dólares al año, pero el problema es que el éxito se basaba en una actuación ilegal. La Administración de Medicamentos y Alimentos de EEUU (FDA, por sus siglas en inglés) había autorizado en 1992 la venta del Taxol, permitiendo cinco años de exclusividad a Bristol-Myers Squibb. Sin embargo, en 2002 los fiscales generales de 29 estados de EEUU denunciaron prácticas de monopolio cimentadas en patentes fraudulentas.
“Me resulta especialmente desagradable que Bristol se esté beneficiando ilegalmente de un medicamento que sólo existe porque en un principio los contribuyentes pagaron por su desarrollo”, lamentó entonces la fiscal general de Michigan, Jennifer Granholm. El Instituto Nacional del Cáncer de EEUU, un organismo público, había invertido 32 millones de dólares en el desarrollo del paclitaxel. Hoy existen medicamentos genéricos del compuesto, ahorrándose millones de euros en gasto sanitario.