Ocurre con mayor frecuencia luego del almuerzo, y si bien las creencias populares son muchas, la respuesta de la medicina es una sola: somnolencia postprandial.
Conocido como ese efecto de sueño, letargo o modorra que se provoca justo después de comer, se trata de un proceso corporal en el que la glucosa presente en los alimentos estimula algunas hormonas del cerebro que, se supone, deberían actuar a la hora de dormir.
Y como si fuera poco, los malos hábitos de los chilenos al comer y los deberes laborales inmediatamente después de almorzar, parecen empeorar un evento natural que amenaza nuestra concentración y de paso nuestro rendimiento.
Nociones básicas
Al respecto, el docente de la UCSC, Dr. Gabriel Astete Arriagada, explica que antes de aventurar respuestas, se debe tener en claro algunas formas básicas del funcionamiento biológico.
Por ejemplo, el único “alimento” de las células cerebrales o neuronas es la glucosa. En este sentido, el cuerpo humano, especialmente el metabolismo hepático (hígado) y el tejido periférico (la grasa y los músculos), trabaja a favor de poner a disposición a las neuronas de dicha glucosa, que junto al oxígeno son clave en su funcionamiento.
Los estudios lo avalan
En diversos estudios realizados a ratones desde 2004 en adelante, se detectó que en la zona del cerebro que regula el metabolismo (hipotálamo), “existen receptores o sensores que responden al nivel de glucosa en la sangre”.
Las investigaciones arrojaron que en esta área hay neuronas capaces de mantenernos alerta, activos y en búsqueda de alimento.
Cuando ese alimento aparece, estas neuronas se inhiben al existir suficiente glucosa. Por otro lado, el médico explica que también existen hormonas capaces de provocar la secreción de Melatonina, hormona del sueño y la conservación de energía. “Estas hormonas a su vez son estimuladas con la presencia de glucosa”
“En resumen, la falta de glucosa estimula la actividad física, y una vez obtenida (o en un nivel suficiente) la inhibe y favorece el descanso o acumulación de energía”. Asimismo, el también Jefe de Equipo de Tratamiento de la Obesidad (ETO) de Concepción señala que, si bien los descubrimientos presentes en los roedores de prueba son comparables a lo que puede ocurrir en un ser humano, nuestros escasos hábitos alimenticios empeoran la situación.
Dime lo que comes…
El alto contenido calórico y de hidratos de carbono simple que contienen los alimentos “chatarra”, sumado a la poca atención y la rapidez con la que comemos afecta la forma en la que reaccionamos, señala Astete.
Los que son, por ejemplo, altos en azúcar, elevan con mucha rapidez los niveles de glucosa en la sangre. Al contrario, aquellos que contienen más carbohidratos complejos o de lenta absorción, como verduras o frutas con cascara, responden en el metabolismo de manera saludable.
Respecto a las proteínas y grasas, éstas demoran más en convertirse en glucosa, lo que beneficia aún más la filtración tardía. Lo lamentable, asegura el doctor, es que el consumo de proteínas versus el de la chatarra es una carrera dispar, en el que las papas fritas y completos llevan ventaja.
Media hora, por lo menos
¿Comes muy rápido y conversas mientras lo haces? Error. El docente explica que al distraernos no nos damos cuenta de lo que comemos, perdiendo la cuenta de la cantidad, lo que a su vez genera mayor carga de calorías.
“El tiempo medio entre que iniciamos el acto de comer y que se produzcan cambios cerebrales que inhiban el apetito es media hora.” Por ende, nadie debería terminar su plato en menos de ese tiempo, algo que sabemos en la realidad ocurre con poca frecuencia.
Entre los consejos que se suman a la “media hora o más”, se encuentran “Masticar varias veces, no conversar al comer y comer lento”, esto causa un efecto de saciedad más certero.
¿Y qué ocurre con el diabético?
Otro de los mitos populares, es que las personas con diabetes tienden a sufrir con mayor frecuencia de estos episodios de sueño.
Al respecto, el doctor señala que como sabemos la diabetes es provocada por una escasa o nula producción de insulina, lo que a su vez genera que la glucosa aumente. Si el paciente consume alimentos con alto contenido de carbohidratos rápidos, es evidente que también resultará afectado tanto o peor que otras personas.
No obstante, lo que al experto le preocupa mayormente es el daño que provoca la enfermedad a gran escala como los de “microcirculación y macrocirculación, causando infartos, cerebrales y/o cardíacos, insuficiencia renal, ceguera, etc.”.
Por último, explica Astete, se recomienda comer contenido protéico, de forma lenta y en volúmenes moderados unas 5 veces al día. De este modo, evitaremos los indeseables efectos de quedarnos dormidos cuando la jornada aún no ha terminado.