¿Qué ocurre tras los muros del santuario marroquí de Bouya Omar? ¿Las personas con problemas psiquiátricos se curan gracias al poder espiritual de un marabú? ¿o viven “en el infierno”, como lo afirman un expaciente y grupos de derechos humanos?
Bouya Omar está a solo 50 km de la animada y alegre plaza de Jamaa el Fna de Marrakech; pero aquí reina el silencio, quebrado de tanto en tanto por gritos aterradores provenientes del edificio, donde centenares de “posesos” -esquizofrénicos o drogadictos- son sometidos a “exorcismos”.
El lugar fue ganando fama desde el entierro en el lugar de un santón o marabú del siglo XVI, que seguiría manifestando sus poderes mágicos más allá de la muerte.
La prensa local afirma que hay más de un millar de “pensionistas”, pero esa cifra no pudo ser confirmada. Un periodista de la AFP quiso entrar en el lugar, pero le fue denegado el acceso.
Los militantes de derechos humanos son categóricos: allí los pacientes son encadenados, hambreados y golpeados. “Es un Guantánamo marroquí”, sostiene Mohamed Ubuli, de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH, independiente).
“No estamos en contra de las creencias de la gente (…) Lo que nos mortifica son los sufrimientos que padecen los internados”, afirma Ubuli, que reside en la vecina localidad de Al Atauia.
En uno de los raros testimonios directos, Mohamed, un exdrogadicto originario de Tánger (norte), afirma haber “vivido en el infierno durante un año”, quedando ciego de un ojo.
Su familia lo llevó allí en 2006 por su familia, y fue sometido a “muy malos tratos” -violencia física, robo de dinero…-, hasta que uno de sus hermanos lo sacó del lugar, contó Mohamed a la AFP.
En diciembre, la Alianza Marroquí por la Ciudadanía y los Derechos Humanos llamó la atención de una delegación de la ONU sobre Bouya Omar. El ministro de Salud, El Husin Luardi, se declaró luego partidario del cierre del manicomio, aunque admitió que no sería fácil.
“Voy a hacer todo lo que pueda (…) Lamentablemente, la decisión no depende del ministerio de Salud”, precisó.
Djinn (genios)
La dificultad para cerrar Buya Omar se debe a creencias ancestrales, como la que atañe a los genios (“djinn”), citados en El Corán, aunque el texto sagrado recomienda encomendarse solo a Dios.
Según un estudio realizado el año pasado por “Pew Research center”, un grupo de expertos estadounidenses, el 86% de la población marroquí creería en los espíritus, buenos y malos.
En este contexto, el sufismo, una versión mística del islam surgida en el siglo VIII, muy rica en ritos y conjuros, se ha reavivado bajo el reinado de Mohamed VI como un medio para promover “un islam moderado y tolerante”, según los sociólogos.
Bouya Omar es “un asunto muy complejo, muy sensible”, reconoce una fuente del ministerio de Asuntos Islámicos, que afirma que el edificio del santuario pertenece a la administración del ministerio de Salud.
“¿Cómo se puede controlar a alguien violento? Se le encarcela, a veces un poco para protegerlo, para frenar su fuerza, que es una fuerza ciega, para hacer salir al espíritu (que lo posee)”, afirma esta fuente, que pidió el anonimato.
“Se deja a la gente allí cuando no es posible ocuparse de ella. Es algo muy antiguo, que habría que modificar”, reconoce.
Bouya Omar es precisamente un reflejo de las carencias en el tratamiento de los problemas mentales, consideran los expertos.
El jefe de servicio del hospital psiquiátrico Arrazi de Salé (junto a Rabat), Jalal Tufik, afirma que sólo hay 400 psiquiatras en todo el reino de Marruecos, o sea, “menos que Ginebra”.
Este médico lamenta la percepción “extremadamente negativa” que aún perdura en Marruecos respecto a las enfermedades mentales.
“El nivel de conciencia es tan bajo que muchos interpretan los síntomas de una depresión o de ansiedad como signos de una maldición”, lamenta.