Probablemente todos hemos escuchado alguna vez sobre los lemmings, esos roedores que habitan el círculo ártico -muy parecidos a los cuyes o cobayos- cuya principal característica es que una vez al año, corren hacia los acantilados para suicidarse en masa.
El concepto está tan arraigado en nuestra sociedad que no sólo dio origen a uno de los videojuegos más populares de los 90, sino que convirtió a esta especie en sinónimo del comportamiento estúpido, usualmente con resultados fatales.
Sin embargo existe un problema: los lemmings no se suicidan. Es un mito. Uno que fue perpetuado a instancias de una de las mayores crueldades cometidas por Disney.
¿Cómo sucedió esto? Desde una época tan temprana como el siglo XVI, los estudiosos han investigado el particular ciclo de reproducción de estos roedores, cuya población aumenta explosivamente cada invierno. Y no es exageración. Según indica el blog de tecnología estadounidense io9, la población de lemmings crece entre 100 y 1000 veces cada invierno, durante la época de apareamiento.
Hasta ahora nadie sabe con certeza por qué estos animalitos se reproducen de forma tan descontrolada, pero sus consecuencias son predecibles: están forzados a migrar en masa para buscar otros sitios donde alimentarse, proceso en el que -naturalmente- muchos de ellos son diezmados por depredadores, caen por acantilados u otros accidentes del terreno, o bien se ahogan al tratar de cruzar los numerosos cursos de agua en la región.
La gran cantidad de lemmings que mueren durante estas migraciones dieron origen a leyendas sobre supuestos “suicidios en masa”… historias que quizás nunca habrían escapado del folclore local de no ser por el premiado documental “White Wilderness” que Disney realizó en 1958 sobre la vida en el ártico.
Es probable que el productor Ben Sharpsteen y el director James Algar hubieran reconocido de inmediato el impacto que tal historia produciría en los telespectadores. Sin embargo como este fenómeno no ocurre en la naturaleza, decidieron que era necesario… ayudarlos un poco.
Los cineastas encargaron a un grupo de niños inuit (esquimales) de la región canadiense de Manitoba que capturaran un cargamento de lemmings. Luego, trasladaron a los animales hasta la más cálida región de Alberta, lejos del círculo ártico donde habitan. Allí los pusieron sobre una plataforma rotatoria oculta bajo la nieve, al borde de un acantilado, empujándolos a dar un fatal salto al océano mientras eran grabados desde todos los ángulos, describe la revista inglesa New International.
La desalmada acción quedó al descubierto por primera vez en 1982, tras una investigación del programa The Fifth Estate de la cadena CBC. Luego, un miembro de la familia de Walt Disney reconoció que así se había grabado el documental, cuenta el New York Times, pero nunca se aclaró si el creador del ratón Mickey estuvo al tanto.
Sin embargo el daño ya estaba hecho. Varias generaciones habían crecido creyendo que los lemmings eran creaturas masoquistas que gustaban de caminar por desfiladeros hacia su muerte, cuando todo había sido un invento de hollywood que -por lo demás- le valió un Oscar como mejor documental a sus creadores.
“El engaño es una de las principales herramientas de la industria de los documentales de vida salvaje”, indicó un productor no identificado en la investigación “Cruel Camara” sobre el abuso de animales en producciones de televisión. Algo que Disney descubrió tempranamente a costa de la fama y vida de estos animalitos.
Este el pasaje de “White Wilderness” con el falso suicidio de los lemmings. Advertimos que verlo en conciencia de que fueron empujados a la muerte puede resultar perturbador.
http://youtu.be/xMZlr5Gf9yY