Ajeno a la pompa, sin acrobacias teológicas inútiles, Jorge Mario Bergoglio, (Ché Papa, Ché Francisco) sorprende a tirios y a troyanos. Sus palabras rezuman valentía. Sus gestos apuntarían a cambiar, por fin, a esa gigantesca institución, la Iglesia Católica. Sin embargo cabe una reflexión: en la escandalosa dimensión del mundo que habitamos y compartimos, en este mundo atiborrado de fraudes y delincuentes de cuello y corbata, todos aquellos pronunciamientos osados y acaso verdaderos, ¿no correrán el riesgo de convertirse en saludos a la bandera, en meros gritos en el mar?
El Papa rompe normas y protocolos, se embolsica viejas normas y convenios sociales enmarcados en la reverencia untuosa, en el besamanos ante el Poder. Sin coche oficial ni parafernalia, utilizando allá un jeep viejo y prestado, como un honesto peregrino, recorrió Lampedusa, la pequeña isla al sur de Sicilia. Dio la mano a cristianos y musulmanes. A estos últimos le deseo venturas con ocasión del mes del Ramadam.
Viniendo del Africa, del Medio Oriente o del Asia, Lampedusa, apenas 20 kilómetros cuadrados, es punto de entrada al territorio de la Unión Europea. Es, al mismo tiempo, un sitio donde el dolor y la muerte se han cebado con los desposeídos de la Tierra. Una región jurídicamente italiana atiborrada de inmigrantes y naufragados. El Papa no solo rezó sino que habló sin cortapisas. Se postró de dolor ante la magnitud de la injusticia.
A Lampedusa han llegado, llegan y seguirán llegando, despavoridos, maltrechos, enfermos, huyendo de pobrezas y de guerras tribales sin fin. Nadie sabe cuántos fueron, son y serán. Vienen encaramados, apiñados, hacinados en frágiles y endebles embarcaciones (pateras). Cambuchos a merced del oleaje, fletados previo pagos abusivos que exigen siniestros traficantes. Bandidos que negocian con el dolor y la esperanza. Forzados al destierro esos viajeros vienen encandilados, soñando con disfrutar (también) de un mundo “feliz”, con pan y trabajo. Indocumentados. Sus gobiernos los han dejado a la deriva, los coimean, persiguen y azotan, les disparan y cuando huyen clandestinos sus autoridades miran para otro lado. Los gobiernos de acá, del Primer Mundo, hacen lo mismo. A esas anónimas mujeres, hombres y niños se les llama ilegales. Cabe preguntarse ¿acaso existen seres humanos ilegales?
Hombres, mujeres y niños, fetos en gestación, vienen hambrientos y sedientos, huyendo de la maldición de haber nacido en zonas misérrimas. Un alto porcentaje sucumbe al oleaje. En los últimos diez años el mar de Lampedusa se ha convertido en un cementerio. Según las cifras más conservadoras ya se contabilizan más de 25 mil cadáveres.
Ubicada entre Malta y Túnez, aquella isla mediterránea es preciosa. En esta época y como todos los veranos europeos, llegan, a puñados, turistas ufanos, mezquinos y alegres. Lucen indiferentes, tapados con pomadas para que el sol no les dañe sus pieles blancas delicadas y lustrosas, o estropee esas pandorgas groseras o aquellos bustos desafiantes. ¿Qué ha dicho allí Che Francisco?
Mirando el mar, recordando a tantos desaparecidos ha sentenciado: Estamos anestesiados ante el dolor de los demás. ¡Que vergüenza¡ Somos una sociedad indiferente. Hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna, hemos caído en comportamientos hipócritas. Inmersos en la cultura del bienestar solo pensamos en nosotros mismos. Nos hemos convertido en seres insensibles ante el grito de los demás. Con nuestros recursos, anchos, satisfechos, nos miramos el ombligo y continuamos viviendo en una pompa de jabón, hermosa pero inútil.
“Yo no soy responsable” es la frase, la disculpa recurrente. Y otra: ¿yo qué puedo hacer? O sea, tal como afirma el jefe mundial de los católicos, estamos ante otro fenómeno horroroso, la globalización de la indiferencia. Y se pregunta a continuación ¿quién, cual de nosotros, ha llorado ante tantos hermanos y hermanas caídos en el mar de Lampedusa?
El Papa ha señalado a buena parte de los causantes. No solamente salen al baile curas ufanos, hipócritas o pedófilos que invocan falsamente al cielo. También, sobre todos, quienes toman decisiones a nivel mundial. Los que, en la práctica, han creado y siguen multiplicando el espantoso drama de la miseria.
Europa con sus valientes políticos tan campanudos, elegantes y sebosos, se muestra fuerte con los más débiles (curdos, gitanos, sudacas, etc.) y débil ante los más fuertes, (USA, China, etc.). Estamos ante un Viejo Continente destemplado, horadado por drogas, prostitución, abusos, cesantía y un creciente y peligroso control ilegal de todas las comunicaciones. Países sumidos en escándalos surtidos olvidando que hay (por lo bajo) unos mil millones de seres humanos que hoy pasan hambre. Que el 30 por ciento de los alimentos de los grandes supermercados sobran y se arrojan a la basura. Que el derecho a la alimentación es un derecho humano, no un negocio.
Allá en las hendijas del Vaticano Ché Francisco asume otros escándalos. Altos prelados con millones de euros en la maleta huyendo a Suiza. La policía investigando. El Banco de la Iglesia todavía enfrascado en lavados de dinero y con un terrible historial donde, suma y sigue, se mezclan, asesinatos, traiciones, robos, sexo y mentiras.
El frágil Papa anterior, Ratzinger, terminó acorralado por una pandilla de gárrulos y timadores con sotanas, o sea la Curia poderosa. ¿Podrá el actual Pontífice ordenar la Casa de Dios? ¿Logrará abrir ventanas a la transparencia, escuchar a la ciencia, volver los ojos al Jesús histórico y, entre tantas urgencias, sepultar el patriarcado para que las mujeres puedan ¡por fin! acceder a todos los ministerios eclesiales?
Limpiar sentinas y pozos negros siempre ha sido una tarea peligrosa. Tanto así que hoy, en el entorno de Che Francisco, y cada día que pasa, se teme (y cada vez más) por su seguridad.
Oscar “El Monstruo” Vega
Periodista, escritor, corresponsal, reportero, editor, director e incluso repartidor de periódicos.
Se inició en El Sur y La Discusión, para continuar en La Nación, Fortin Mapocho, La Época, Ercilla y Cauce.
Actualmente reside en Portugal.