Una vez más, la semana internacional culminó el viernes con titulares que sugerían un inminente ataque militar de Estados Unidos sobre territorio sirio, luego de, supuestamente, comprobar que las fuerzas del ejército leal habrían utilizado armas químicas contra los rebeldes que intentan derrocar al gobierno.
De hecho hasta el viernes se citaba las declaraciones del ministro de guerra de Estados Unidos, Chuck Hagel, y del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, quienes decía tener pruebas irrefutables de que se habían lanzado tales armas de destrucción masiva.
Internacionalmente, las afirmaciones del jefe de gobierno israelí no impresionaron a nadie. Su “verbosidad guerrerista” parece haber saturado a casi todos, y, por cierto, según sus afirmaciones, Irán ya tendría listas varias bombas atómicas, lo que por cierto no es verdad.
Pero el Secretario de Defensa del gobierno de Barak Obama ya es otra cosa. Supuestamente a él había que tomárselo en serio, y por ello había que creer que Estados Unidos estaba a punto de lanzar una invasión contra Siria, de un modo prácticamente calcado de cómo lo hizo George Bush contra Irak.
Sin embargo, a última hora, fue el propio presidente Barak Obama el que puso los paños fríos sobre los titulares afiebrados. En conferencia de prensa, Obama señaló que hay algunos indicios que podrían ser reales, de que el ejército sirio pudiera haber usado armas químicas, concretamente gas sarín, contra las tropas rebeldes.
Si bien confirmó que esos indicios serían muy seriamente investigados, Obama rehusó anticipar cualquiera acción al respecto, y reiteró que las acusaciones todavía no habían sido suficientemente comprobadas.
Es decir, el presidente Obama dejó como alharacos a su ministro de guerra y al primer ministro de Israel.
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