Tuve la buena fortuna de leer el libro de Pedro Cayuqueo “Todo por ser indios” en un parque nacional de conmovedora belleza en un país extranjero, en cuyo museo leí algo parecido a lo siguiente: “los pueblos originarios habitaban el lugar desde 5.000 años atrás. Alguien descubrió oro en las cercanías y comenzaron a llegar gran cantidad de buscadores de fácil fortuna. Robaron los animales de los indígenas para alimentarse y, cuando estos se defendieron, formaron un Batallón de voluntarios para eliminar a los “violentos salvajes”.
Más adelante, mezcla de culpa ancestral y reconocimiento antropológico, se describía extensamente el aporte cultural de los indígenas, haciendo urgentes llamados para preservar su extraordinaria forma de convivir con el rigor climático sin deteriorar el entorno, así como su increíble lengua y artesanía. De ellos quedaban… 400 descendientes.
Recordé a mi profesora de historia cuando nos enseñó la “Pacificación de La Araucanía”, esta vez con la óptica de Cayuqueo: regresaban las tropas victoriosas de la Guerra del Pacífico y decidieron cruzar el límite del río Bio Bio donde, de reino a reino, hasta entonces, los mapuches habían sido respetados por españoles y chilenos, resolviendo pacíficamente sus diferencias mediante los “Parlamentos”.
Esta vez, las tropas arrasaron con los locales, dado que “a los chilenos gustaba matar dos mapuches de un tiro”, como describe el humor negro de Cayuqueo. Luego relocalizaron a quienes eran hasta entonces comerciantes y ganaderos, en “reducciones” con tierras de escaso valor productivo, dando inicio así a un proceso de empobrecimiento y legítima ira. A continuación, el Estado de Chile montó una efectiva campaña publicitaria sobre las bondades de la tierra chilena en el Sur del país, para reclutar inocentes colonos europeos que no se enteraron oportunamente de un pequeño detalle: la tierra tenía dueño. Los antiguos propietarios, despojados arbitrariamente y con violencia de su entorno, siguen reclamando lo suyo con medios más o menos pacíficos.
A mí me suena razonable. Y así como los “violentos salvajes” del Norte fueron víctimas de la mayor brutalidad, los nuestros utilizan huelgas de hambre para defender sus derechos, se les aplica la Ley Antiterrorista, en juicios que normalmente terminan con acusados absueltos sin cargo por nuestros tribunales.
Dado que fueron despojados de las tierras más productivas para entregárselas a los colonos, los índices de pobreza son mayores en los lugares donde prevalecen las poblaciones indígenas. Como si ello no fuera suficiente, los mapuche en particular y los indígenas en Chile, en general, han debido soportar la discriminación, lo que se traduce en un 30% menos de ingresos a igual competencia, si el apellido proviene de alguna etnia, así como el permanente calificativo de “flojos y borrachos” al cual últimamente se ha agregado el de “terroristas”.
Sin embargo, gracias a la política pública de las últimas dos décadas, ahora egresan de las universidades miles de profesionales indígenas dispuestos a reivindicar su cultura con las mismas herramientas que han utilizado los chilenos para ningunearlos: abogados, profesores, emprendedores, poetas, científicos. Aspiran a dejar de ser considerados pobres rurales, a los cuales es preciso apoyar con canastas básicas, para ser reconocidos como pueblos, con su propio valor cultural y lengua. Chile, país pluricultural, es la meta.
Así como el tema ambiental, el género, el divorcio, la opción sexual llegaron para quedarse en la agenda pública, mi apuesta es que ahora llegó la hora de refundar la relación entre los chilenos y los indígenas. Sugiero a todos los candidatos que esta vez tomen en serio la temática. Miren lo que está ocurriendo no sólo en Chile sino en el barrio latinoamericano y muy especialmente en Canadá y Nueva Zelanda.
Adelantarse en este tema les aportará buenos dividendos, a diferencia de todos los últimos gobiernos que se han focalizado mayoritariamente en la devolución de tierras, más que en soluciones definitivas que permitan avanzar hacia la paz social con el aporte de todos y todas quienes habitan en nuestro territorio. El libro de Cayuqueo da buenas pistas.
Ximena Abogabir:
Fundadora de la Institución. Periodista de la Universidad de Chile, es especialista en participación ciudadana, resolución de conflictos, gestión local participativa y convivencia sustentable. Expositora y docente permanente en espacios nacionales e internacionales sobre involucramiento de las empresas con las comunidades, cambio cultural y resolución de conflictos.
Nombrada en agosto de 2012 y por tres años miembro del Panel Externo de Revisión del Acceso a la Información del Banco Interamericano de Desarrollo (BID); auditora social: “Conducta Responsable” de la Asociación de Industriales Químicos de Forest Stewardship Council FSC; e Integrante de diversos Consejos Asesores en medio ambiente y participación, desde comienzo de los años ’90, en donde ha liderado y participado en diferentes iniciativas de promoción, fomento y difusión de acciones para la sustentabilidad.