No es primera que vez, que escribo para demostrar que la clase política chilena está cada día más desprestigiada, sin credibilidad y con actitudes vergonzosas. Parece no importarle a la autoridad, la imagen patética que dejan ante la opinión pública. Y así, tienen la patudez de criticar a quienes protagonizan incidentes y situaciones alejadas de las buenas conductas.
¿Con qué moral lo hacen? Si la gente ve que ellos tienen comportamientos alejados de la verdad y actos propios de riñas callejeras, por favor, no vengan a dar clase de como uno debe respetarse con el otro.
Un ejemplo de lo que expongo, fue la gresca protagonizada en el Congreso el martes recién pasado, una vez más, por los “honorables” diputados René Manuel García (RN) y Marcelo Díaz (PS). Ellos son fieles representantes de variadas personalidades del mundo de la política, que día a día, se agreden no sólo físicamente, sino también con intercambios de mensajes verbales inadecuados.
Lo anterior, no hace más que poner en duda la falta de seriedad de instituciones representativas del estado, tales como el poder ejecutivo y legislativo. Este tipo de situaciones no son justamente un modelo a imitar, más aun cuando son autoridades elegidas por la ciudadanía.
En todo caso, no me llama la atención lo acontecido entre los diputados García y Díaz. Son hechos reiterados. No es primera vez, que el primero trata de “cola” al segundo. Una actitud homofóbica, ordinaria, mala clase e impresentable por parte del parlamentario de Renovación Nacional, como también el vocabulario de grueso calibre utilizado por su adversario socialista.
A ello, sumemos el penoso comentario de una ministra de estado. Me refiero a la titular del Trabajo, Evelyn Matthei, quien califica de “huevones” a un grupo de ex colegas. Tenga o no razón, es impresentable su proceder, denostando el rango de su cargo. Pero tampoco me extraña su actitud, ya que no es la primera ocasión en que se desubica en sus comentarios, los cuales causan un rechazo de la ciudadanía.
Estas situaciones me hacen recordar el 18 de septiembre de cada año, cuando nuestros políticos de todos los sectores, acuden al Te Deum en la catedral de Santiago. Año a año, el arzobispo de turno de la arquidiócesis de la capital, hace un llamado a la unidad nacional, al respeto entre los adversarios políticos, a trabajar por Chile.
Lo más cómico, no es precisamente el discurso de la autoridad de la iglesia, sino que el actuar y las declaraciones de estos representantes del Estado. Coincidirá conmigo, que uno los ve en la misa, dándose la paz ante numerosas cámaras de televisión y equipos fotográficos. Y a la salida, la cosa es más cínica aún. Son múltiples sus declaraciones a la prensa, donde reafirman que trabajarán en conjunto por la unidad nacional y el bienestar de todos los chilenos.
Y no alcanzan a pasar 24 horas del acto ecuménico, y ya se ven las primeras confrontaciones entre la alianza de gobierno y el bloque opositor. Declaraciones poco decorosas van y vienen.
Lo que quiero demostrar con lo citado anteriormente, es la falsedad de muchos protagonistas de nuestra clase política. Son discursos que demuestran su actuar inconsecuente, donde sólo afloran intereses personales, o más bien, que no les importa lo que piense y opine la ciudadanía. Y el resultado de sus actos, es la falta de credibilidad de los chilenos frente a ellos.
El gobierno de Sebastián Piñera, el Congreso y los partidos políticos en general, tienen un bajo nivel de aceptación, a causa de sus propias irresponsabilidades.
Les cito, sólo 5 ejemplos (hay cientos) reales que crean anticuerpo y rechazo por parte de la ciudadanía:
- El show del ministro de salud, Jaime Mañalich, cuando anuncia el fin de las listas de espera Auge.
- La bochornosa licitación del litio. El propio subsecretario de minería, Pablo Wagner (hoy renunciado) negó que existieran errores en el proceso de licitación.
- La encuesta Casen. La falta de claridad de resultados de ésta, causó descontento en los chilenos.
- El “boxeo” en el Congreso.
- El fracaso de la Concertación como bloque opositor. Lo reflejan el escaso apoyo de las encuestas, y más aún, sus evidentes diferencias internas.
Que más decir. Lo expuesto en este artículo, es un fiel reflejo del pésimo trabajo de nuestras instituciones representativas. Si éstas quieren mejorar su imagen, deben escuchar a una ciudadanía descontenta y dejar de lado sus intereses y dividendos políticos. La gente quiere resultados y hechos verídicos en que se sientan beneficiados, y no estadísticas discutibles, para subir en las encuestas.
Víctor Huidobro es periodista. Vive en Santiago y escribe regularmente en su blog, El Nada Serio. Tiene su cuenta de Twitter en @elnadaserio.