Diálogo con un funcionario y amigo, en Bruselas.
-¿Viajas a España?
-No. Voy a Cataluña. No soy español, soy catalán.
-¡Pero tienes pasaporte español¡
-Pasaporte español sí, pero soy catalán.
En los últimos días ha recrudecido en España un conflicto territorial, cultural y económico. Faltaba más. Con un gobierno central de derecha pura y dura, cual viejo boxeador, el país está en las cuerdas. Va sumido en un charquicán de crisis: cesantía, pobreza y escándalos financieros, acosado por un sistema educacional con altos índices de fracaso y mala formación que priva a los jóvenes tener competitividad.
Al laberinto hay que agregarle el pésimo manejo financiero, con déficit en cada una de las comunidades autónomas. En el plano general también faltan recursos para que funcionen los sistemas salud y de jubilaciones amén de los servicios por los cuales el ciudadano de a pié paga impuestos. Y mientras el Ejecutivo central (con el fantasma de Grecia y Portugal encima) duda, intenta o no intenta de agarrar el toro por las astas pidiendo nuevos auxilios –rescate- a los organismos de la Unión Europea, hete aquí que se cumple un viejo refrán: “éramos más de diez y parió la abuela”
La abuela en este caso es Cataluña. Entre España y Cataluña –dos mundos, dos realidades históricas- ha estallado un viejo litigio. Por decirlo a la chilena entre Madrid y Barcelona otra vez se armó la mocha.
Cataluña, no hoy sino siempre, ha sido nación, pueblo, realidad geográfica con un acusado perfil propio. Un aparte geográfico de esa España que todos conocemos, la de sangre y arena, la de charanga, pandereta y tablados ruidosos, la de aguas benditas y de agónicas arengas monárquicas.
Los catalanes, con su historia profunda que los distingue como pueblo vertebrado y antiguo, cuentan, por cierto, con un idioma enraizado a una literatura honda, la que también viene desde lejos. Y tienen una economía propia y pujante porque ha sido la burguesía catalana la que siempre ha generado un desarrollo serio, de dimensiones europeas. Pero hay más: la intelectualidad catalana, ayer y hoy, ha florecido y destacado, sea en las duras o en las maduras. El arte, la canción protesta, la música y los libros, desafiaron en años terribles al dictador Franco y a su camarilla de curas.
En América Latina basta con recordar un dato: nuestro famoso boom literario latinoamericano desde mediados de los años sesenta, siglo pasado, fue obra del impulso de difusores oportunos e inteligentes del mercado editorial catalán. Ese relumbrón cambió el todo cultural de nuestro universo. Un García Márquez, un José Donoso, un Rulfo o un Juan Carlos Onetti y muchos otros narradores maravillosos, pudieron protagonizar un resplandor cultural que rompió ataduras y gazmoñerías beneficiándonos a todos, hasta el día de hoy.
Pues bien, en estos días Cataluña y los catalanes vuelven con un clamor que asusta al poder central. Quieren independencia. El debate confuso y emocional está ahora en su punto más alto. En Bruselas hay voces que advierten, de momento, el horno de las secesiones no está para bollos, el tema no encaja en la legislación del Viejo Mundo.
Lo mismo dice Francia, país fronterizo con Cataluña. Pero nada puede apagar posiciones y ansias independentistas. El día 11 de septiembre último, por ejemplo, a un solo grito unitario, millones de catalanes coparon las calles de Barcelona y otras ciudades. Sus pancartas y banderas han continuado ondeando en otras tantas manifestándose libertarias.
El meollo del litigio está en el dinero. Lo que los catalanes aportan, una suma importante. Lo que reciben de vuelta o lo que llega a cada una de las comunidades de la Península. Lo que reparte el Estado en caso de déficit. La solidaridad bien o mal entendida desde el punto constitucional. Las arcas vacías de la crisis actual donde curiosamente se salvan los banqueros, inversores y oscuros magnates.
Quien más tirita es el empresariado catalán entrampado. Por un lado su corazón late con el terruño querido. Por otro miden el billete, o sea sus inversiones. Su palanca económica no va segura. Ansían pertenecer a una comunidad sin ataduras, alejados de una España a la que siempre ven como llevándola a la rastra.
Por otro dependen del mercado. Y la clase política, entretanto, intenta apagar los fuegos aludiendo a la indisolubilidad, a la Constitución de 1978, que anudó al Estado de las Autonomías y ha sido un modelo social para convivir mejor, entenderse de una vez por todas, después de aquella negra noche de la guerra civil y la larga dictadura.
Luego de treinta años el modelo cruje. Y no solo en Cataluña sino en otras grandes regiones españolas donde, con sus peculiaridades y acentos, muy mal se anudan pueblos distintos: vascos, gallegos, andaluces, asturianos, canarios, mallorquinos, etc.
Bajándose de algún elefante, Juan Borbón, funcionando como rey y poniendo ojo en cuidar negocios, industria, comercio y finanzas también intenta mediar en el incordio. Se ha trasladado a Barcelona donde, todo hay que decirlo, no le quieren mucho.
Esto es hierro ardiente en manos de políticos de todos los pelajes y del gobierno central en Madrid. El país se tambalea, -aparte de los ricos, claro- cayendo en un pozo de agobio y miseria. Un solo dato: desde el año 2007 a hoy se han multiplicado por tres en número de personas que piden ayuda a Cáritas. Demasiada gente sin trabajo que ya no tiene qué comer o medios no ya para vestirse sino para pagar la salud, la hipoteca o un arriendo.
Fenómenos de separación territorial surgen no solo por acá. En todo el mundo hay revuelos parecidos. Y también hay políticos gastados o ineptos que, en vez de dialogar y buscar acuerdos, utilizan policías y tribunales poniendo la proa con violencia, sin llegar a ninguna parte. En Chile lo sabemos de sobra.
¡Mari-Mari! ¿Eimi Peñi: (¡Te saludo, Mapuche Hermano ¿Cómo estás?)
Oscar “El Monstruo” Vega
Periodista, escritor, corresponsal, reportero, editor, director e incluso repartidor de periódicos. Se inició en El Sur y La Discusión, para continuar en La Nación, Fortín Mapocho, La Época, Ercilla y Cauce. Actualmente reside en Portugal.