¿Por qué en Chile no se termina la inequidad y desigualdad? Esa es la pregunta más común por estos días y su respuesta también es común y conocida hoy por todos.
El modelo o sistema económico implementado en la década de los 80 bajo la dictadura militar de Pinochet, que no fue cambiado ni modificado en lo absoluto en los gobiernos de Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet y que no cambiará en el Gobierno de Piñera, apunta justamente a aumentar la inequidad y desigualdad.
Entonces nos preguntamos “¿pero cómo es posible que los gobernantes quisieran esto para el país?”, y aquí la respuesta es más simple: resulta que el modelo es muy eficiente para hacer crecer económicamente al país, es decir, que aumenta el valor de los bienes y servicios producidos por Chile. Somos mirados como una potencia económica en donde los inversionistas extranjeros pueden hacer negocios, lo que debería llevar a un aumento de la riqueza del país y del bienestar de sus habitantes.
Lo anterior tiene un costo, un solo “mal”: la desigualdad e inequidad. Éste es el mal menor del sistema porque, al crecer el país, “la torta a repartir” se agranda, implicando que la familia de ultra pobreza ahora pasarán a ser pobres, las familias pobres pasarán a ser de clase media, los de clase media pasarán a ser ricos y los ricos a ser multimillonarios.
¿Ven? Todos ganan. Claro, se mantienen las brechas sociales, pero ¡qué diablos!. Como dijo algunas vez Matías Carrozzi: “Alguien tiene que llevar nuestra basura a los vertederos”
Pero la respuesta anterior es la conocida y más común, y no quiero enfocarme en ella.
La respuesta que quiero exponer tiene relación no con una variable económica sino humana, y desde ahí me atrevo a señalar que la inequidad y desigualdad en Chile no se acaban porque los más poderosos del país (y de los que se creen poderosos) no quieren que se acabe. No les conviene ni les acomoda que se acabe; ni políticos ni católicos quieren terminar con esto. Por más que lo digan en sus discursos o prédicas, no quieren porque no lo sienten.
¿Y por qué?
Fácil respuesta. ¿Se imagina o ha visto usted que un sacerdote o pastor, antes de subirse a su camioneta 4×4 diésel para ir a ver a los enfermos, lleve la basura de su casa o iglesia al vertedero?
¿Se imagina o ha visto usted a “la señora de la casa” de una de las familias Matte (o Luksic o Paulmann o Piñera) limpiando los baños de su casa?
¿Querrá un alcalde o alcaldesa (UDI, RN, PPD, DC, PS, da lo mismo) de una comuna pobre que sus habitantes avancen tanto que incluso una de las niñas del territorio logre estudiar en la universidad y pelee codo a codo un puesto laboral con su hija?
Lo que estoy tratando de señalar con la exposición de estas posturas de vida muy radicales (y con excepciones, por supuesto) es que mientras las personas que integran la sociedad no sientan de corazón la necesidad de terminar con la inequidad y desigualdad, éstas no terminarán.
Como lo dijo alguna vez el Padre Alberto Hurtado: “Se engaña si pretende ser cristiano quien acude con frecuencia al templo, pero no cuida de aliviar las miserias de los pobres; se engaña quien piensa con frecuencia en el cielo, pero se olvida de las miserias de la tierra en que vive”. Si hasta Jesús lo dijo: “Sed perseverante en la oración, pero por encima de todo practicad continuamente entre vosotros la caridad (1ra Pedro IV, 7-8)”.
Tanto Jesús como el Padre Hurtado colocan por encima de todas las virtudes, incluso de la oración, a la caridad. Es decir, expone que lo principal es la acción por sobre la palabra, el discurso o la prédica.
Entonces, por más subsidios que los gobiernos implementen para solucionar problemas cotidianos de las personas y por más regalos que las iglesias les hagan a los pobres para Navidad y los políticos para las campañas, la inequidad y desigualdad no terminarán.
Fuerte y dolorosa mi afirmación, porque estoy diciendo que por lo que han luchado tanto los universitarios durante el año 2011, no terminará. Sepan los que aún no lo saben; nuestros jóvenes no están luchando solamente por una mejor educación, ellos están luchando por un mejor futuro, por igualdad de oportunidades, porque el joven que nació pobre no tenga que morir pobre.
Es por esto que el movimiento es político (y qué bueno que así sea, porque los actuales políticos no están a la altura, no les conviene) y es por esto que piden reforma tributaria, para financiar los cambios necesarios.
Espero estar equivocado, espero que Vallejo o Jackson en 10 años más me tapen la boca y Chile se haya convertido en un país desarrollado económicamente, pero por sobre todo humanamente.
Álvaro Acuña Hormazábal es Director General de Comunicación Estratégica en la Universidad del Bío-Bío. Su cuenta en Twitter es @alvaroacuna01.